No sé a cuantos, el sentido común me dicta que es a muchos, pero independientemente de si gusta o no a pequeñas o grandes porciones de la humanidad yo sí me cuento entre quienes repugnamos la hipocresía porque me parece que es una de las más tristes célebres descendencias del demonio pues nada, absolutamente nada que derive de ella, puede ser bueno, edificante o constructivo ni para las personas ni para las sociedades.

La hipocresía es la negación más absoluta de la verdad, incluso más que la propia mentira cuando esta se descubre a sí misma, porque además de tener patas cortas que le impiden llegar largo al final resulta ser tan evidente como un catarro o un embarazo, pero la hipocresía cuando se descubre, en realidad termina siendo un latigazo doloroso porque desnuda personalidades ocultas que jugaron con tu buena fe, con tus sentimientos con tu transparencia y los francos propósitos de la más preciada nobleza.

No tengo la menor duda que la hipocresía es uno de los males más espantosos que los seres humanos podemos mostrar de lo que realmente somos. La verdad es que la expresión más aborrecible de lo que podemos ser es modelar lo que no somos creyendo que engañamos a los demás con lo decimos y hacemos para aparentar lo que estamos muy lejos de vender de nosotros mismos.

No nacimos íntegros, que es la cualidad de hacer bien las cosas, aunque nadie nos esté observando. Quien diga lo contrario es un mentiroso porque la misma inocencia nos expone a la contaminación de un mundo que por su naturaleza ya es hipócrita y nos mete en laberintos del que solo con valores y principios podemos salir de una oscuridad que nos oculta a nosotros mismos de nuestro propio campo de visión y es entonces cuando recurrimos al auto engaño, a la apariencia, a la mentira, para sostener una imagen que jamás será nuestra.

La hipocresía es un bicho venenoso, altamente letal porque es mimetista y tiene una muy versátil capacidad de transformarse de mil formas y aunque finalmente pueda quedar aparentemente oculta siempre terminará expuesta y al desnudo para verse despreciada y aborrecida porque sus efectos son altamente desagradables por los tóxicos que de ella derivan.

Todos hemos sido hipócritas alguna vez o muchas veces, al menos yo no me quedo al margen. Posiblemente nadie pretendió ser hipócrita porque eso simplemente pasa hasta en los mejores seres humanos y sucede porque desgraciadamente está en nuestra mente y es algo que solo se puede descerebrar con el paso del tiempo y en la medida que la calidad de madurez que lleguemos a adquirir, lo permita.

La hipocresía es el enorme contrasentido donde reside la falsedad del individuo desde sus acciones y palabras y no significa propiamente que diga una cosa y haga otra, caso del incoherente, sino que lo del hipócrita es mucho más profundo porque disfruta al pretender engañar a los demás con una alta dosis de cinismo.

La hipocresía tiene su origen en la necesidad de esconder el sentir o la motivación real a los demás, vendiendo una imagen que no tenemos, que no nos calza, que no nos luce o que simplemente es irreal para él que lo padece y el primero en darse cuenta de ello es el hipócrita.

En la hipocresía existe una inconsistencia entre lo que se piensa, se hace o se dice, esto con la finalidad de no revelar nuestra verdadera personalidad. En este sentido, la hipocresía es engañar a los demás; es una de las tantas formas que adquiere la mentira.

Vi tiempo atrás un Reality Show en la Cadena Telemundo, llamado “La Casa de los Famosos” y quedé atónito con lo que llegué a observar. Lo comencé a sintonizar recién empezado, es decir no me deshilvané nunca del origen y el contenido de aquel experimento que reunía una treintena de personalidades del espectáculo encerrados en un espacio y que iban saliendo uno a uno a por nominación de los habitantes o por por supuesta decisión del público y digo supuesta porque uno se termina quedando con que el público es el que menos cuenta y al final quien realmente decide es la dirección o producción quien determina por el interés del rating.

Los famosos que no estaban solo encerrados, sino aislados, quedan totalmente incomunicados con el mundo exterior y eso significa que no tener televisión, radio o celulares para comunicarse ni con sus familias. En las primeras semanas todo marchaba aparentemente bien, pero en la medida que corría el tiempo el formato del programa los empujaba y los estimulaba a sacar sus peores instintos para sobrevivir en una competencia que ofrecía como premio 200 mil dólares que para algunos no son nada porque además son super millonarios pero que están ahí, pienso yo, por diversión, por hacerse del tesoro y donarlo a alguna causa, según afirmaban algunos de ellos.

El programa, lleno de una producción ingeniosa fue concebido para un solo ganador, supuestamente votado por el público y sacar lo peor de cada participante y donde por supuesto los valores, los principios, la ética, la amistad, la confianza, no existen porque es una sobrevivencia al estilo de la selva matar para vivir, pero a diferencia de los animales, que no saben que matan, estos sí lo hacen a conciencia plena.

Este experimento es tal que ahí estaba una Puertorriqueña de nombre Maripili a la que siempre proyectaron desde el inicio como una muy fuerte participante, pero siendo realmente la más rancia vulgaridad, patanería, indecencia y chanchada  personificada que uno pueda imaginar; es la que se le bebía la sangre en pajilla a los demás desde un comportamiento diabólico tal, que no solo lo perverso le endosa a otros, sino que hasta convirtió en maléficos a los que en algún momento fueron buenos, así como en otras temporadas previas lo fueron también vulgarazas como una tal Niurka Marcos, una cloaca cubano-mexicana y la pedrada en ayunas de Laura Bozo de origen peruano.

Yo me quedé estupefacto de ver en ese programa como los participantes que, por tener algún rescoldo de pudor, de dignidad, de estima, de recato, eran tratados como los malos por un montón de redes o plataformas internáuticas, contratadas para eso, a fin de hacer ver que la hipocresía y la maldad son más que el esfuerzo sano de jugar limpio a través de alguna pequeña muestra de honestidad que nada tenga que ver con la hipocresía.

Una cosa es ver y otra cosa es describir el contenido de la tal “Casa de los Famosos” de Telemundo en lo que fue su cuarta temporada, porque ya no fui capaz de ver las que siguieron, porque ahí se comían entre sí porque hasta por la comida peleaban y a matar. Ahí lo que usted podía oír la violencia verbal más explosiva. Era tan sucio aquello que la gente buena, ante los ladridos de la hipocresía en ese programa, prefería guardar silencio ante el ignoro que de la vulgaridad hacía la producción del canal que todavía lo transmite en versiones más ásperas porque tristemente percibe que eso es lo que gusta y marca el rating.

Me quedo frío por supuesto porque en un programa como este, visto en familia con niños incluidos, cualquier tipo de anti valor, desde la conclusión de que el fin justifica los medios, representa para Telemundo una moneda de curso comercial. Partiendo de lo anterior lo que deploro es que un medio de comunicación a la altura de Telemundo se preste para avalar tanta cochinada en un programa como este.

Al final lo que empecé viendo como un interesante ensayo de convivencia entre personas, -creí que ese era el fin-, terminó en un destripamiento indiscriminado donde los malos contaminaron a los buenos y dónde los buenos terminaron hartándose los escrúpulos con los que entraron a cambio de 200, 100 y 50 mil dólares para los primeros tres lugares y que son pesos y centavos porque algunos de ellos son millonarios, otros tal vez no tanto, pero a los que les interesa más la gloria de la vulgaridad que la proyección de un respeto a sí mismos que si algún día lo tuvieron en este Reality Show lo perdieron y quien sabe dónde.  

Por lo demás de la hipocresía corriente en lo personal no me asusto porque particularmente en esta nuestra querida Nicaragua, hay quienes dicen amarla, quererla y que luchan por ella, pero todos los días la asesinan o piden, que es peor, que el extranjero la mate.

Aquí hay agentes, a propósito de la hipocresía, voceros y empleados del amo extranjero que, a nombre de la verdad, desde el falso cliché de “periodistas independientes” todos los días se empinan en la mentira para destruir a una Nicaragua que nunca les hizo nada.

Aquí hubo empresarios de maletín que se vendieron como grandes protagonistas del desarrollo económico del país y no hicieron otra cosa que crear condiciones, a cambio de la plata que recibían del agresor extranjero, para jugar con fuego y con la mentalidad criminal de descarrilar nuestra economía, como sucedió en el 2018 con el fallido golpe de estado, ejecutado a nombre de la “libertad y la democracia”, y que terminó dejando pérdidas irreparables a las que ya pusimos detentes con la recuperación que ahora tenemos gracias al esfuerzo de quienes deseamos una mejor Nicaragua para el futuro.

Aquí hubo medios de comunicación y “periodistas terroristas” que de independientes no tuvieron nada, que a cambio de sus mentiras recibieron miles y miles de dólares por las falsedades que decían y que sostenían que en Nicaragua no existía libertad de expresión, cuando abusaban de un libertinaje donde la dignidad humana no existía para ellos y menos el anhelo de la inmensa mayoría de este pueblo que quiere vivir en paz, que quiere trabajo, que quiere una armonía, que solo la perversidad mental de los plumarios mediáticos niegan, ahora como prófugos de la justicia desde Costa Rica, la cucarachera de Miami o desde la clandestinidad virtual.

En Nicaragua existió una porción de individuos que equivocadamente nacieron aquí que se la pasaron hablando de democracia, de libertades y de derechos humanos, pero fueron poderosos dictadores que ni entre ellos mismos se aguantan, son los oposicionistas y mentes torcidas y divorciadas del mundo moderno que nos quieren aun poner los grilletes de la esclavitud con modelos prehistóricos y arcaicos que a lo largo de los tiempos nos ataron a la miseria para negarnos el derecho inalienable a vivir en un país donde todos seamos iguales ante la ley y no en aquel donde solo las castas y las oligarquías bendecidas por un sector hipócrita de la iglesia católica quieren tener.

Los más grandes hipócritas de Nicaragua son esos, que con nombres y apellidos he mencionado antes, porque son parte de esa oscuridad oportunista que afectó al país y se la pasaron jugando a políticos y declarándose perseguidos porque ese era el negocio que fundamentado en la hipocresía pretendía ser utilizado para volver a un poder no para poder servir sino para poder seguir robando.  
QUE DIOS BENDIGA A NICARAGUA.
“LA CAÍNICA HIPOCRESIA”

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