Primero París, luego Londres, después Toronto, tal vez Berlín. Los gobiernos europeos y el canadiense parecen haberse convencido de que deben reconocer a Palestina como Estado. Se trataría de un procedimiento formal que incluye la oficialización de las relaciones diplomáticas bilaterales, con todo lo que eso conlleva a nivel organizativo, empezando por la apertura de las respectivas oficinas diplomáticas acreditadas. Hay quienes consideran que la iniciativa representa una pequeña "ruptura" con Estados Unidos, que ya ha amenazado a Canadá con represalias en todos los niveles si se confirma el anuncio. Pero es puro teatro; darle valor sería una reflexión meramente politológica, un maquiavelismo de segunda categoría, carente de sustancia. Y, sin embargo, es precisamente la sustancia lo que vale la pena investigar.

En primer lugar, hay que tener en cuenta que el anuncio no tiene nada de inédito en términos históricos. Los países que actualmente reconocen al Estado de Palestina son 147, de un total de 194 que conforman la comunidad internacional representada en las Naciones Unidas, donde Palestina tiene el estatus de “Observador”. Pero para pasar de ese estatus al de miembro pleno se requiere un trámite en el Consejo de Seguridad, donde se toparía con el NO de Estados Unidos. Así que incluso el reconocimiento europeo seguiría siendo una declaración de principios; sin duda justa, pero ineficaz, sin ningún efecto práctico. Por otra parte, todo texto debe insertarse en un contexto si se quiere captar su sentido, su alcance y sus implicaciones.

Agregar a Francia, Reino Unido, Canadá y quizás también Alemania a la abrumadora mayoría de la comunidad internacional que reconoce a Palestina como entidad estatal, en esta fase, es políticamente correcto, pero no tendrá ningún efecto práctico. Incluso suena a burla, considerando que estos mismos países siguen brindando ayuda militar a Israel, situándose después de Alemania e Italia, y justo detrás de Estados Unidos, como los principales proveedores de armamento al Estado hebreo.

Este reconocimiento tardío y, por ahora, solo anunciado, parece más bien fruto de la necesidad de hacer frente a la creciente ola de desprecio y rechazo al sionismo, que alcanza ya a casi todos los países. Se ha hecho impostergable dar un paso que marque cierta distancia respecto a Israel. Pero este paso, lejos de representar una advertencia para Israel, tiene como único objetivo darse una mejor imagen a nivel internacional y, sobre todo, no perder el apoyo de sus respectivas opiniones públicas, asqueadas e indignadas ante la carnicería sionista que solo el gobierno italiano se niega aún a llamar por su verdadero nombre: genocidio.

Por lo demás, está claro que el capital de comprensión, solidaridad y condescendencia que surgió tras la inmensa tragedia del Holocausto ya se ha agotado, frente a una práctica cotidiana que recuerda muchos de sus aspectos. La piedad humana está agotada. La transmisión del horror entre verdugos y víctimas parece haber concluido. La diferencia que persiste es de escala, de potencia, de medios, y del hecho de que lo que ocurrió en la Segunda Guerra Mundial era desconocido para la mayoría (al menos hasta que el Ejército Rojo soviético abrió las puertas de Auschwitz, Buchenwald, Dachau, Mauthausen, Dora-Mittelbau y Flossenbürg), mientras que el genocidio palestino está ante los ojos del mundo entero. La misma ideología del "pueblo elegido" presenta similitudes evidentes. Y toda la comunidad internacional tiene ya claro que algunos de los métodos criminales de un ejército cobarde que se ensaña contra la población civil - llegando incluso a mutilar y matar deliberadamente a niños y a disparar contra la gente que hace fila para recibir las escasas ayudas enviadas - y que utiliza el hambre como arma genocida, alcanzan cotas de horror y cinismo hasta ahora desconocidas y cierran definitivamente cualquier benevolencia hacia la historia del pueblo judío.

La comunidad internacional en su conjunto ve ya como un mero sofisma intentar establecer una diferencia entre sionismo y población israelí, dado que tanto las encuestas sobre el apoyo a la operación en Gaza como el comportamiento y las infames tesis de sus representantes intelectuales, dentro y fuera de Israel, muestran una sintonía indudable entre la gran mayoría de la población israelí y el gobierno nazi-sionista de Netanyahu.

Este es el estado de las cosas: y decir, con el genocidio ya consumado, que se quiere reconocer el derecho a un Estado, mientras se siguen vendiendo armas para que ni siquiera se les reconozca el derecho a vivir, representa la cumbre de la hipocresía occidental. El apoyo incondicional de los medios occidentales a Israel ya no basta para detener el asco que Tel Aviv suscita a nivel internacional.

Y aún más resalta el doble rasero aplicado en la política exterior de Occidente, que impone miles de sanciones a Rusia, que combate contra toda una alianza militar internacional (la OTAN) y un ejército regular (el ucraniano), mientras se niega a discutir siquiera una sola sanción contra el gobierno israelí, que practica el genocidio de todos los palestinos sin excepción. Un doble rasero que ya no es sostenible y que, además, desacredita por completo la propaganda atlántica sobre Rusia, haciéndola ridículamente hipócrita.

Es bien sabido, además, que mientras Rusia ha demostrado tener anticuerpos y capacidad de reacción que vuelven ineficaces las sanciones (18 paquetes solo por parte de la UE), Israel no podría sobrevivir ni un mes con solo la mitad de ellas. Precisamente porque se sabe cuán efectivas serían las sanciones contra Israel, resulta aún más grave la decisión de no aplicarlas; se configura, en esa inacción voluntaria, un grado de complicidad que no puede ser ocultado por una genérica, tardía y quizás inútil declaración de intenciones sobre el reconocimiento del Estado palestino. ¿Quiénes serían sus habitantes? ¿Los sobrevivientes del genocidio?

El exterminio de los palestinos le ha costado hasta ahora a Tel Aviv 88 mil millones de euros, y resulta evidente que semejante cifra ha sido cubierta por los países que lo apoyan, ya que Israel no tiene capacidad alguna para hacer frente a ese gasto. Igualmente evidente es que una inversión bélica de tal magnitud no tiene que ver con una supuesta venganza, sino que solo se explica por el proyecto de expulsión definitiva de los palestinos de Gaza y Cisjordania, con la clara intención - reiterada hace pocos días en la Knesset con una moción parlamentaria del gobierno - de ocupar toda Cisjordania y declararla parte del Estado de Israel. Luego seguirá Jordania, pero esa es la parte que los criminales de Tel Aviv aún mantienen en secreto.

Este proyecto, querido por los israelíes y apoyado por Estados Unidos, aunque no deseado por los europeos, encuentra sin embargo cierta condescendencia entre ellos, bajo la idea de que un Oriente Medio - principal fuente energética del planeta - en manos de Occidente aumentaría enormemente la capacidad de dominación del Occidente Colectivo.

En las políticas occidentales de apoyo a Israel hay cinismo y negocio. Armas y petróleo, rutas de comunicación, supremacismo étnico e islamofobia. Esta, desde la fundación del Estado de Israel - cimentado y prosperado sobre millones de palestinos expulsados de su tierra, asesinados o deportados - es la única y verdadera forma de reconocimiento que Occidente ofrece a Oriente Medio.

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