Se quedaron con las manos vacías cuando Donald Trump cerró el chorro de la USAID, pero aún se arrastran como gusanos por las cloacas digitales, soñando con las migajas que caen de la mesa del imperio. Aquellos mercenarios de la información, hombres y mujeres por igual, hoy sobreviven entre la humillación y la miseria, viviendo en España, Costa Rica y Estados Unidos, como parásitos sin Patria y sin dignidad.
Desde sus redes sociales y sitios Web piden ayuda como verdaderos pordioseros digitales, exhibiendo números de cuenta y lloriqueando que necesitan “apoyo” para “seguir resistiendo de forma independiente” y “vencer la censura”. Lo único que vencen es la paciencia de quienes los ven rogando limosna para seguir atacando a Nicaragua.
Su “trabajo” ya no pasa de ser fotos borrosas y videos con problemas de audio, todo ello tomado con celulares viejos con cámaras pixeleadas, imágenes que dan lástima más que rabia. Las transmisiones parecen hechas desde cuartos oscuros, con conexión prestada o robada al vecino y micrófonos que suenan como latas viejas. Aquí el pueblo los escupe y los desprecia, porque saben que venden su voz aguardientosa y su conciencia podrida por unas cuantas monedas.
Estos falsos periodistas, venaderos, viven en pensiones baratas y de mala muerte, llenas de ratones, alacranes como ellos y cucarachas. Se visten con ropa usada, recogida de donaciones, y algunos se atreven a posar frente a la cámara como si fueran referentes morales. Hasta el Chavo del Ocho era más rico que ellos: vivía en una vecindad, tenía su propio barril, de vez en cuando comía su torta de jamón y era querido por todos. A estos no los quiere ni su madre que los parió.
Sus “redacciones” ya no son más que rincones llenos de polvo, donde repiten las mismas mentiras de siempre y ya ni actualizan sus sitios Web. Con celulares viejos y cámaras pixeleadas intentan aparentar trabajo, pero ya no hallan qué inventar para llamar la atención. Se dedican al cuecho, a la injuria y a la calumnia para poder sobrevivir, esperando que alguien les mande unos cuantos dolaritos.
Mantienen su campaña de odio y envidia, contra nuestro Buen Gobierno Sandinista aunque ya fueron derrotados, aplastados y barridos del país. No están en Nicaragua, pero desde lejos siguen ladrando, como perros flacos que nadie escucha, tratando de morder con noticias falsas y titulares inflados que no engañan a nadie.
Siguen viviendo al servicio del imperio, aunque el financiamiento oficial se les acabó. Ahora dependen de transferencias opacas, “donaciones solidarias” que llegan de manos de otros traidores y de organismos disfrazados de benefactores. Ni con eso logran sostener el circo, y cada vez son menos los que consumen su veneno.
El pueblo ya los conoce: vulgares mercenarios, sirvientes y lacayos de la peor especie, lenguas viperinas, calumniadores, difamadores y criminales que difunden el odio; apátridas que no merecen el suelo que pisan, mercenarios que no defienden ninguna causa noble, sino su propio bolsillo. En Nicaragua ya no tienen espacio, porque su lugar siempre estuvo en la basura de la historia.
Por más que mendiguen y se disfracen de periodistas, estos chachalacos y urracas parlanchinas no dejan de ser lo que son: parásitos del odio, traidores sin bandera, derrotados que todavía sueñan con un regreso que nunca ocurrirá.
El pueblo los acusa, yo los acuso, ustedes son culpables y la historia lo tiene grabado de los tranques criminales que asfixiaron ciudades enteras, de las quemas que redujeron a cenizas bienes públicos y privados, de la destrucción de la economía nacional que dejó sin pan y sin trabajo a miles de familias. Todos ustedes son responsables de más de 200 asesinatos cometidos en esos días oscuros, de las emboscadas cobardes y de la siembra del terror en barrios y comunidades.
Sí, ustedes despojos sin alma ni espíritu, miserias humanas, no fueron simples narradores: fueron actores materiales, cómplices directos y asesinos.
Con micrófonos y cámaras convirtieron la mentira en arma, justificando cada crimen. Todavía no han pagado lo que deben; están pendientes de responder ante la justicia terrenal y, sin escape posible, ante la justicia divina. Pero ustedes perdieron: aquí en Nicaragua venció la paz, y esa paz ni ustedes, ni sus amos o dueños, ni los que les pagan podrán arrebatarnos jamás.
A todos ustedes, heraldos negros, malditos mercenarios del micrófono, vendidos, sicarios digitales, golpistas y terroristas mediáticos, los derrotó la Compañera Rosario Murillo, con su palabra, con su fe, con su gigantesca dignidad, con el liderazgo de mujer y de revolucionaria, respaldada por todo un pueblo. Rosario, estandarte de la paz, antorcha encendida que ilumina el camino y porta la bandera del amor, enfrentó el odio de estos vendepatrias con la fuerza serena de la paz, con la ternura del amor y con la certeza invencible de la justicia.
También los venció la verdad verdadera y los doblegó este pueblo valiente que no se arrodilla. Hoy yacen exhibidos, desenmascarados, sin Patria, sin moral y sin destino, convertidos en muertos insepultos de una derrota que jamás podrán revertir.