Si hay algo claramente comprensible de lo que realmente está pasando en la República Bolivariana de Venezuela es lo que actualmente la ubica en el escenario mundial como el centro del odio más maldito que vomita el imperio norteamericano por no lograr aún, a través de la jauría fascista que se presta a ello, para despojar a esa tierra bendita de la reserva más grande de petróleo del planeta.
Nadie se llama a engaños, el enemigo de la humanidad no está interesado en la democracia venezolana, porque la tierra de Bolívar la tiene desde hace más de 30 elecciones donde el chavismo perdió solo una y salió inmediatamente a reconocerlo, sino que el más asesino de los imperios, como siempre quiere lo ajeno y este caso también el oro negro de los venezolanos, porque el dorado ya lo robó a través de los ingleses, lo necesita para seguir pretendiendo la economía que no tiene y por supuesto tener el combustible que le falta para seguir incendiando la paz del mundo como lo hace por medio de Ucrania, como lo hace matando inocentes en Gaza con la espada sionista de Israel, como lo hace con Cuba, como lo ha querido hacer con esta Nicaragua que está en pie, sigue en pie y seguirá en pie porque nuestro único propósito es la paz y únicamente la paz.
Créanme que el culto más culto de todos los cultos con todo esto que está sucediendo en Venezuela siente estimulada esa indignación extrema que nos impulsa muchas veces a sacar a relucir nuestra más refinada caja de lustrar con lo que pasa desgarradoramente en Venezuela porque chorrea sangre como esa jauría mal nacida de pichurrias nos están recordando, a nosotros los nicaragüenses, episodios que ya también vivimos en carne propia, que sabemos del inmenso poder destructivo que tuvieron, lo que movió a los malditos a hacer lo que hicieron, quién fue el demonio que los entrenó y los financió solo para dejarnos un reguero de cadáveres y daños económicos, sicológicos y morales que son difíciles de sacar de nuestra mente y que se avivan cada vez y siempre el Satanás de la casa Blanca hace su aparición para aterrorizar a los que no estamos ni estaremos marcados por el fierro de la esclavitud y dominio que quieren para los hombres y mujeres libres del mundo.
No hay forma de describir la monstruosidad de lo que realmente representa Estados Unidos. No hay forma porque cualquier maldad, cualquier ruindad, que la historia escrita hasta nuestros días nos pueda mostrar no hay nada que se compare al enemigo de la humanidad de hoy que si nos muestra el putrefacto odio que lo pinta es solo para pretender un poder que ya no tiene y que se debilita todos los días ante un sentimiento más poderoso que el suyo, el de los pueblos en resistencia contra él.
La maldad nunca prospera, se estanca como el agua podrida y el espacio que habita se reduce hasta quedar totalmente disecada porque si su hálito de vida es la mentira cuando la verdad resplandece la ahoga, y de tal forma, que el efecto que surge es de justicia y tanto daño hizo la maldad traicionera y mercenaria en Venezuela, en calidad de agentes y lacayos internos del imperio que aquí, los que ya vivimos esa pesadilla recibimos con mucho agrado que no importa quien sea, si es el dundo Edmundo o la María Cochina, los que van a caer que caigan y con todo el peso de la ley y la justicia, así como hicimos aquí y que seguiremos haciendo contra cualquier bruto que crea que la paz de una nación es un juego.
Lo que desde afuera se dice de Venezuela es una gran mentira, no son gentes o personas quienes las dicen, no son opositores de carne y hueso, son mercenarios mediáticos pagados para ello desde el disfraz periodístico o de falsos analistas, son cienes de miles de robots cibernéticos, los bots, debidamente programados, son gobiernos asquerosamente inmorales y faltos de vergüenza, son organismos fallidos y fenecidos, son perros obedientes del departamento de estado, los que fabrican y repiten historias que previamente fueron depositaron en un banco de recursos video gráficos para vender una reacción popular disfrazada de “revolución” descontenta con cada victoria del Chavismo que a través de Nicolas Maduro Moro, mantiene a resguardo la visión de Chávez.
La verdad de Venezuela es que sus pichurrias, sus terroristas, siempre supieron que el camino de ellos era la derrota. Una victoria electoral jamás estuvo en sus cálculos a través de un sistema mecánico y tecnológicamente tan avanzado e infalible como el que tiene ese hermano país y que ha sido materia de elogio por observadores de otras naciones que no solo testifican sobre su eficacia, sino que además su celeridad para dar resultados rápidos e irreversibles.
El gran fraude que hay en Venezuela es el fraude de afirmar, solo por el capricho del imperio, que no es quien para hablar de procesos electorales, de que en las últimas elecciones, del pasado 28 de julio, en el 70 aniversario del natalicio de Hugo Chávez, la victoria fue de del Dundo Edmundo y de la María Cochina, porque representan los rostros de los derrotados de siempre, como igual lo fueron los Henrique Capriles, de los Leopoldo López, de Juan Guaydó, este último hasta se declaró presidente sin pasar por una sola elección, pero son los que practicaron y siguen practicando la democracia asesinando gente, destruyendo humanidades y los que siguen alzando la voz muy valientemente, pero desde lejos, disfrutando de los millones de dólares que le robaron al pueblo venezolano con la total y absoluta autorización del departamento de estado que ya comienza a sentir el hedor de un nuevo fracaso ante las voces alzadas de la comunidad internacional que condena las estupideces del cada vez más maldecido Donald Trump.
Francamente, y así debo decirlo, jamás entendí como es que a ese Juan Guaydó de pronto, porque se le vino a la cabeza y desde un parque se le haya ocurrido que con solo proclamarse resultó ser presidente de Venezuela y que además se haya, desde ese gran absurdo, desplazado tranquilamente, tomado recursos del erario nacional de Venezuela, formado tras de sí una estructura al extremo que hubieron gobiernos peleles del imperio que lo reconocieron como presidente y no solo eso hasta organismos hemisféricos como la fallida y fenecida OEA le asignó un escaño solo porque ese era el medio para mantener el asedió contra la democracia representada por la revolución bolivariana.
Jamás entendí como esta canina pichurria de la María Cochina descaradamente una y otra vez moviera sus patas o desde el mismo tripero de Caracas ladrara a los cuatro vientos pidiendo sanciones, eso es piropo, sino que invocara la invasión de tropas norteamericanas sobre suelo firme venezolano porque según ella ese es el medio para acceder al poder porque por elecciones jamás y menos ahora, si es que aún está en Venezuela, porque debería estar en ruta de ser capturada, apresada y enviada a la cárcel así como está aquella loca que en Bolivia, la pornográfica Jeanine Añez, que fue la jacha visible de aquel golpe de estado que se trajo del poder a Evo Morales con el financiamiento del imperio y de la ejecución del guasón y bufón de Luis Almagro desde la tristemente célebre OEA.
Nicolas Maduro Moro, presidente reelecto presidente de Venezuela este 28 de julio pasado, está actuando con madures al hacer uso de las robustas instituciones del estado que representa para demostrar la legitimidad que lo tiene donde está dando la pelea contra un estúpido que desde la Casa Blanca, descaradamente lo acaba de reafirmar, que lo que quiere es el petróleo venezolano, pero Nicolas Maduro al frente de la revolución Bolivariana, con fuerza y aplomo deja claro que las pichurrias terroristas de la María Cochina y del dundo Edmundo y de todos aquellos hediondos de fracaso que los rodean, no se saldrán con la suya en tanto los logren agarrar, capturar, enjuiciar y encarcelar, porque si de algo podríamos estar seguro es que todos estos cobardes, ahora sí se dieron cuenta que eso de ir tras los huesos del terrorismo por mucho apoyo que por ahora del de Washington porque les llegara el momento en que les toque ser escupidos.
Es cierto que a nosotros los nicaragüenses nos pasó algo parecido y porque nos pasó es que comprendemos perfectamente bien lo que atraviesan hoy nuestros hermanos bolivarianos. Es cierto que en aquel 2018 fuimos sorprendidos por el odio encapsulado que nos explotó y que a pesar de ello los amnistiamos por todas las barbaridades que nos hicieron dejándoles bien claro que, no habría repetición, que la tolerancia no daría para que nos volvieran a dar dos veces en la torre por muy atrás de ellos que estuviera el diabólico, satánico y azufroso Tío Sam.
Después de haber dejado muy claro que ¡OTRA VEZ NO! y que no permitiríamos que el derramamiento de sangre fuera el hilo conductor de sus caprichos y que ya teníamos bien identificadas a las miserias humanas, a los bichos, a los terroristas, mercenarios, traidores, vende patria, chachalacas, gusanos, vampiros, charbascas, asesinos, torturadores, adoradores del diablo, apaleadores de mujeres, sucias e imbañables y que estábamos ciertos de que eran los ¡HIJOS DE P! del imperio, entonces sí vino lo que les vino y los pusimos en su lugar y se quedaran en el lugar que están, despojados de las glorias que nunca tuvieron, aunque al final y tristemente sin nada que nos pueda resarcir el inmenso daño que nos ocasionaron porque aunque nos recuperamos económicamente moralmente no es así porque pasaran muchas generaciones antes de sacar de nuestras mentes el horror que vivimos hace siete años atrás.
Estos gringos, estos yanquis, exterminadores de pueblos, depredadores de las riquezas ajenas, asaltantes de la paz de las naciones, genocidas y exterminadores del planeta, son tan estúpidos, tan imbéciles, tan animales, que no se dan cuenta que cada patraña que dirigen contra quienes no pensamos como ellos es una daga suicida que les abre las tripas y los desangra exponiendo todo lo débil que realmente son porque todo ese imperio, altanería, soberbia y creencia de la raza superior de la que hacen gala es la más grande de sus mentiras.
Hoy lo siguen intentando con Venezuela, pero en cada lugar donde Estados Unidos, a través de sus mercenarios metió sus narices, el resultado nunca fue el esperado. Estados Unidos por eso en vez de ser querido es odiado; Ha querido a través de la industria del cine, la industria de sus mentiras, ser percibido como el grande y justiciero y hoy no es más que un enano delincuente que no conoce la victoria ni la amistad; ha querido pintar de malos a los buenos y el resultado es que hoy por hoy todos somos Rusia, todos somos China, todos somos Irán, Palestina, Cuba, Venezuela, Nicaragua y tantas naciones más que son parte de una nueva sociedad planetaria que tiene una visión económica y moral fundamentada en la paz de la humanidad.
Habrá gobiernos asquerosamente suspirantes de los hedores putrefactos del imperio, habrá payasos y expresidentes que en su momento fueron chupa traseros de los inquilinos de la Casa Blanca y que cuando pudieron ¡JAMAS! hicieron algo por sus naciones más que entregarla como botín agradecido al Tío Sam a cambio de poder ellos robar, pero eso nada tiene que ver con los pueblos que se apropian de la dignidad de quienes les representamos espejos en los que ellos también se quieren ver para sentirse libres de la esclavitud que les impone ese modelo de capitalismo salvaje que se les harta las esperanzas y hasta las ganas de vivir y seguramente seguirán callando, pero nunca su mentira será más que nuestra gran verdad.
Ahora mismo el ensoberbecido imperio está frente a las costas venezolanas con sus fragatas, submarinos, drones y cazas listos para el ataque porque se le ocurrió, desde una monumental mentira, legitimar un asalto que no es otra cosa que un acto descarado de piratería y aquí la clave de esta nueva guerra en el caribe que ya cobró el “derribamiento” dijo la bestia de Donald Trump de tres lanchas a las que llamó barcos y la vida de 14 personas a las que la Organización de las Naciones Unidas ha citado en calidad de “ejecutadas” afirmando que tal crimen es una violación al derecho internacional y que no existe ninguna evidencia de que el llamado grupo "Tren de Aragua" esté organizando una invasión a EEUU, tal como se ha argumentado para justificar los ataques.
¿Pero entonces cómo entender la recurrente y demencial bestialidad de Donald Trump en el Caribe como una más de sus interminables aberraciones?
Trump ha inaugurado una guerra secreta en el Caribe. Tres embarcaciones hundidas, decenas de muertos, sin Congreso, sin pruebas y en aguas internacionales. Lo llama “lucha antidroga”. El derecho internacional lo llama otra cosa: ejecuciones extrajudiciales.
La primera operación dejó 11 muertos. La segunda, 3 más. La tercera ni siquiera ha sido explicada. Trump la reveló como quien presume de hazaña ante periodistas en Washington. No hay pruebas públicas, solo la palabra de un presidente obsesionado con proyectar fuerza.
El enemigo perfecto: Venezuela. Trump acusa a Maduro de enviar drogas, presos y al Tren de Aragua hacia EE.UU. La narrativa encaja con su campaña: criminalizar migrantes, inflar la amenaza externa y justificar ataques militares como defensa preventiva.
Pero no es nuevo. Desde el Plan Colombia hasta la invasión de Panamá en 1989, EE.UU. ha usado siempre la “lucha antidroga” para legitimar intervención militar en América Latina. Ahora, con Venezuela, reciclan la doctrina Monroe: todo el Caribe bajo control imperial.
Mientras tanto, la realidad es otra: más de 107.000 muertes por sobredosis en 2022 en EE.UU., la mayoría por fentanilo. Pero en vez de invertir en salud pública, en educación o en regulación, Trump manda drones y fragatas a ejecutar gente sin juicio.
Las muertes se anuncian como trofeos. El primer ataque, el 11 de septiembre; el segundo, justo antes de un viaje de Estado a Londres. Todo es espectáculo. Trump convierte los cadáveres en propaganda para su campaña electoral. Y no olvidemos el negocio: cada misil lanzado, cada dron desplegado y cada barco movilizado llena los bolsillos de la industria armamentística. La “guerra contra la droga” es el pretexto perfecto para seguir alimentando el complejo militar-industrial.
Senadores de ambos partidos ya han pedido explicaciones. Organizaciones de DD.HH. denuncian asesinatos extrajudiciales. Pero el mensaje que lanza Trump es claro: puedo matar sin autorización, sin pruebas y sin consecuencias.
El Caribe es hoy un laboratorio de impunidad. Una guerra sin guerra, un teatro sangriento donde Trump suma puntos políticos a costa de vidas humanas.
No es la lucha contra las drogas. Es la militarización del Caribe y la normalización del asesinato como política exterior.
QUE DIOS BENDIGA A NICARAGUA.
“VENEZUELA EN ABSOLUTA DIGNIDAD”.