El odio contra nuestro país existe, habita en sectores que van desapareciendo sí, pero están ahí visibilizándose tóxicamente para expresar perversidades que pretenden romper nuestra unidad, porque reaccionan demoníacamente ante un pueblo que los ignora porque sabe que el producto que el odio vende mata.
El odio afecta profundamente porque perturba y corrompe y sobre cualquier persona tiene el mismo efecto que el óxido sobre el hierro, te puede corromper y quebrar y está ahí, desde afuera, deportado, desnacionalizado y descubierto como traidor, pero insistiendo en sus canalladas para revivir, dicen ellos, episodios que aquí jamás volverán, que nos representan un ¡NO! retorno al pasado y como tampoco aquellos que lo promueven, los terroristas, jamás tendrán retorno mientras exista sandinismo en esta tierra libre, soberana e independiente y no me refiero al sandinismo como partido sino al sandinismo como expresión de dignidad y de amor por la vida.
¿Qué es el odio? Para mí es el lenguaje de la ira, de la violencia y la intolerancia. El odio es una energía peligrosa y explosiva que habita en un espacio muy pequeño donde todo es tan reducido y tan enanamente mental que quien lo manifiesta no tiene capacidad de maniobra o de raciocinio para determinar el daño que hace y se hace.
Una persona puede experimentar odio, por mil causas, hacia objetos, situaciones o personas y cuando sucede aflora lo más putrefacto que puede mostrar alguien contra algo, contra una persona o contra la sociedad. Cuando ese odio sale de las entrañas de quien es su rehén nada es predecible porque todo sale de control y se lanza sin escatimar el daño a causar y sin considerar a quienes lo pueda sufrir porque no media que sea un niño, un aciano, una sociedad o un país.
El odio tiene muchas caretas porque puede ser xenofóbico, religioso, racial, cultural, familiar, sexual, político, ideológico y de género, pero al final su esencia es la misma, el desprecio absoluto e infinito hacia alguien o algo que no se quiere y contra lo que se conspira en cada momento porque el deseo y sentimiento es que se muera o desaparezca para siempre.
Hay individuos que dicen ser felices odiando, nadie puede ser feliz odiando, pero hay quienes se lo creen ignorando que el odio mata y posiblemente matará a quien lo siente antes de aquel hacia quien va dirigido tan nefasto sentimiento.
El odio aprovecha toda momento para perjudicar a los demás y en ese afán le quita el hambre, el sueño y hasta las ganas de vivir a quien lo siente y por eso desesperadamente el individuo que lo padece con mentiras y patrañas trata de unir a otros a sus propósitos para colectivizar algo que ni ante nada ni ante nadie es correcto.
El odio es la cólera de los fracasados y es tan profundo que ubica a quien lo sufre a estar por debajo, muy por debajo, de todo lo que por él es odiado. Por eso el odio es como un pobre piruca al fondo de una cantina de mala muerte que todos los días renueva su sed con la bebida, en este caso con su propio odio lo que hace de su alma un espíritu cirrótico que lo termina matando en vida.
Los individuos que odian tienen un corazón infinitamente pequeño porque su interés es pringar con su rencor y resentimiento a todos los que le rodean porque en su pobreza humana, mientras lo padezcan ni serán capaces de amar ni de darse a amar ni de amarse a sí mismo. Por el contrario, son solitarios de su propia tragedia porque son yetas que a donde llegan todo lo dispersan porque nadie que tenga un cese de sentido común puede sentirse atraído por alguien que respire por el odio.
El odio es solo la ausencia de la imaginación y la sobre abundancia de la brutalidad y cuando yo veo a alguien que traspira odio concluyo que ese sudor no es más que lo refleja la imagen que lleva por dentro y como no la soporta quiere escupirla hacia otros.
El odio es la venganza del cobarde y aquí tenemos varios que no parecían tenerlo pero que nos sorprendieron por la inmensa capacidad de almacenar todo ese veneno que nos han lanzado y siguen lanzando temerariamente contra Nicaragua sin meditar en que esos son escupitajos al aire que vuelven, que caen, que provocan porque indignan, porque molestan y porque hieren, quizá no porque lo recibamos a título personal, sino porque los odiosos a quien quieren destruir es al futuro de Nicaragua.
A veces cuando llego a tocar el odio de quienes maltratan a Nicaragua por politiquería o solo por ansias de poder me invaden sentimientos encontrados que saltan entre la risa, la indignación o la reacción, pero pronto realizo que no puedo ser igual que ellos y que debo llenarme de tolerancia porque esa es mi mejor arma.
Estos terroristas, que en vez de oxígeno respiran odio, le hizo un daño tremendo a Nicaragua y se lo siguen haciendo. Son individuos que han sembrado vientos y van a seguir cosechando tempestades no porque la decencia y la nobleza de la mayoría de los nicaragüenses asuma la miseria humana en la que habitan los salvajes a los que me refiero y los ajusticien, sino porque desde los tiempos electoral en los que siempre los nicaragüenses vamos a decidir, en esos momentos con la razón en la punta de un lapicero, contestaremos al odio y nuestra venganza será cívica, racional, inteligente y sobre todo responsable.
Pareciera un chiste, pero estas minucias del bajo mundo de la politiquería, que se les ocurrió ser salvadores, sin que nadie se los haya pedido, solo porque los engancharon en Washington, donde prácticamente residen, son maricones que lloran por cualquier cosa; si los vuelven a ver lloran; si ven una bicicleta que va tras ellos lloran; si alguien les canta las verdades en algún medio de comunicación lloran, y así las cosas, lloran porque su propia sombra los persigue y la verdad es que muy en el fondo, aunque el odio no los deja ver, se dan cuenta que los nicaragüenses tendríamos sobradas razones para detestarlos.
Hasta hoy, y espero que así continúe el pueblo de Nicaragua, ha sido más que generoso con sus verdugos. Este pueblo, hijo de Job, merece el Premio Nobel de la Paz, porque es increíble cómo ha sabido responder con tolerancia a la brutalidad de sus asesinos y torturadores. Créanme que por muchísimo menos de lo que nos han hecho aquí, en otras latitudes, ya muchos hubieran sido desollados vivos, porque no hablamos solo de lo que nos hicieron a partir del 18 de abril, sino de lo que hoy nos continúan haciendo.
Ellos, los golpistas, por puro odio contra el partido gobernante y sus dirigentes, que a pesar de todo siguen transformando al país, mancharon nuestro suelo de sangre, nos torturaron, nos secuestraron, se trajeron al suelo la economía que teníamos; el desempleo que habíamos reducido lo retrocedieron a las cifras estadísticas de antes del 2007; complicaron la lucha exitosa que nos propusimos contra la pobreza, se coludieron con el imperio, el enemigo de Nicaragua para tomar el poder para enriquecerse; la imagen de Nicaragua hacia el exterior fue corrompida por sus mentiras y después de todo eso quieren que les pongamos una medalla, que les tiremos flores, que les levantemos un monumento, que los declaremos próceres y héroes de la patria, que los ubiquemos a la par del Papa o de Teresa de Calcuta cuando a lo que deberíamos someterlos es a un exorcismo pero practicado por gente que no tenga nada que ver con la Iglesia Católica de Nicaragua que como institución pareciera ser que es el enjambre donde se produce el odio, al menos fecundado desde el fastuoso atuendo de algunos obispos y de otros de sus acólitos que tampoco están aquí.
Nosotros amigos no tenemos que demostrar ni al imperio, ni a sus agentes, absolutamente nada. Las cuentas las lleva Dios y él nunca se equivoca. Nosotros no nacimos para rogar ni para convencer a los que desean o disfrutan verte en el suelo, esos que te odian que ladren, que inventen, que duden, porque será el tiempo quien les dará con un martillo en el hocico porque la vida, que puede resultar un rompe cabezas, siempre acomoda las piezas y revela en su gran naturaleza quien es quien y los que hoy te desprecian mañana no tendrán más remedio que tragarse su propio veneno y si por hoy se sienten gigantes seguirán la ruta al despeñadero, al vació y siempre se estrellaran contra el suelo.
Así las cosas, no rebajes tu grandeza de hombre o mujer de bien, de ciudadano que construye patria ante el odio ni ante el mediocre. No busques que te valide quien ni siquiera se conoce así mismo, porque quien odia no tiene dominio propio dado que quien lo controla es el una fuerza oscura y tenebrosa que actúa como demonio. Lo tuyo debe ser avanzar firme, en silencio, con determinación, con la frente en alto, orgulloso de lo que eres porque la luz no tiene que pedir permiso para brillar. Cuando tenemos presente que Dios no olvida y que la vida no falla cuando eres noble todo se paga, se devuelve, se acomoda y es cuando sin mover un dedo vemos pasar ante nosotros al odio dentro de un ataúd redondo rumbo al cementerio, pero llevado a patadas por la verdad a la que en su locura creyó llegar a vencer.
El odio amigo es la cadena más abominable con la que una persona puede obligar a otra a pensar uniformemente y en consecuencia debemos imponernos su destrucción. Debemos actuar contra ese mal no con las armas de destrucción masiva del que te insulta, del que asesina, tortura o secuestra sino con la creación de espacios y políticas de paz, construyendo tolerancia, uniendo familias, confesando que somos diferentes a la maldad, siendo portadores de la verdad y por encima de todo temerosos del Creador del Universo.
QUE DIOS BENDIGA A NICARAGUA.