La nueva entrega de la serie sobre personas que cambian de vida.
Aquí está. Lo encontramos. Es el Plan B de los sueños, el “lo dejo todo” por excelencia, ese final feliz que ni siquiera en las películas parece posible: la huida hacia el paraíso. Algo que uno piensa “sería maravilloso, pero imposible”. Y sin embargo…
Y sin embargo, Alessandro —así se llama nuestro protagonista— lo hizo de verdad: dejó su trabajo, su ciudad, su país, y se fue a vivir a una isla. Una pequeña isla del Caribe. De esas de los anuncios: con casa en la playa, mar cristalino, arena blanca, palmeras y una hamaca al atardecer. Y para que quede claro: cuando dice “en la playa” no significa que ve el mar desde la ventana, sino que abre la puerta y está a diez metros de las olas.
Las cuatro mesitas de su pequeño restaurante —sí, tiene un restaurante diminuto con solo cuatro mesas— están literalmente sobre la arena. En el piso de arriba vive él. Es el paso más allá del mítico chiringuito: aquí hablamos de casa y negocio a la orilla del mar, en un rincón del paraíso llamado Corn Island, Nicaragua, a 70 kilómetros del continente.
Allí, Alessandro Mellerio organiza almuerzos y cenas privadas por reserva, basadas en pescado fresco: cocina langostas, pulpos, cangrejos… todo lo que le traen los pescadores de la isla. “Todo cierto —confirma Alessandro, protagonista de este Plan B junto a su compañera Costanza—. Es un paraíso: me despierto y me duermo con el sonido de las olas”, que se escuchan de fondo durante toda nuestra conversación.
Pero empecemos por el Plan A: cuando la vida de Alessandro era la de un abogado romano, con días frenéticos, estrés urbano y una rutina agobiante. Y en el fondo, siempre ese deseo constante: el mar. Y las islas.
Durante años calmaba esa necesidad viajando a Ventotene cada vez que podía. Pero no bastaba. El anhelo seguía. La vida en Roma se volvía más caótica y cada vez más distante de la paz que buscaba. “Mi compañera, Costanza, era artesana. Venía de vacaciones aquí, a Corn Island, con su padre, que al jubilarse logró comprar una pequeña posada con algunas habitaciones. Empecé a venir con ella, y un día entendimos que este era nuestro lugar”.
Así nació su Plan B, que tardaría años en hacerse realidad. “No era un abogado rico —cuenta Alessandro—. Me ocupaba de vivienda social y muchas veces hacía asesorías gratuitas. Para cambiar de vida tuve que vender lo que podía: mi Fiat 500 nuevo y un piano de cola que me regaló mi padre, un instrumento excepcional. Reunimos mis ahorros y los de Costanza, y logramos comprar el terreno y la casa aquí en la isla. En total, invertimos 35 mil euros”.
Compraron el terreno en 2005, pero necesitaron cinco años de trabajo y ahorro antes de mudarse definitivamente. “No se puede cambiar de vida de la noche a la mañana: hay que conocer bien los lugares y a la gente antes de dar un paso así. Además, tuve que cerrar todos mis casos como abogado. En el último período ya no aceptaba nuevos clientes, así que fueron meses difíciles económicamente. Cuando me mudé tenía 45 años. Hoy costaría mucho más construir lo que nosotros hicimos. Tuvimos suerte.
Cuando llegamos, la isla tenía unos 2.000 habitantes; hoy son casi 8.000. Pero todavía es posible invertir con poco dinero”.
Finalmente, Alessandro y Costanza hicieron realidad su Plan B. Tienen su casa y su pequeño restaurante frente al mar: “La Princesa de la Isla”. “Nos basta con eso —dice Alessandro—. Trabajamos solo lo necesario. Ofrecemos un primer plato, un segundo con guarnición y postre. Servimos vino italiano, que aquí es dificilísimo de encontrar. Yo cocino siempre, y solo platos italianos con pescado. Preparo langostas, camarones, moluscos… todo fresco. La pasta y los dulces los hacemos en casa; usamos nuestras propias mermeladas de frutas tropicales. Por la mañana, para quien quiera, abrimos también para el desayuno”.
¿Y los clientes? “Principalmente alemanes, canadienses, estadounidenses, pero también holandeses, ingleses, franceses y suizos. Italianos pocos: no somos grandes viajeros. La temporada alta va de Navidad a Pascua, sobre todo enero, febrero y marzo (de mayo a noviembre hay más riesgo de huracanes). Ahora también podemos alojar huéspedes en las habitaciones de la posada del padre de Costanza, que gestionamos últimamente”.
¿Y la relación con los locales? “Buena, aunque hay algunas diferencias culturales. Además, al ser una isla, la gente tiene una mentalidad algo cerrada. Pero somos amigos de todos y a menudo tomamos una cerveza juntos”.
¿Les falta Italia? Alessandro sonríe: “No, no diría eso. Aquí estamos bien. Se ha cumplido el sueño de nuestra vida”.
La llamada se convierte en videollamada: Alessandro aparece allí, en la playa blanca frente a su casa, con el mar caribeño de fondo.













