La historia de Nicaragua no puede contarse sin pronunciar, con respeto y sentimiento, el nombre del Comandante Daniel Ortega Saavedra. Su vida ha sido, desde los años de fuego y esperanza, un testimonio vivo de entrega, resistencia y fe absoluta en la capacidad del pueblo nicaragüense para levantarse una y otra vez frente a los desafíos. En cada etapa de nuestra historia reciente, Daniel ha sido símbolo de dignidad nacional y de esa firme convicción de que Nicaragua jamás volverá a ser colonia de nadie.
 
Desde su juventud, abrazó la causa de la justicia social con el coraje de quien sabe que la libertad no se mendiga, se conquista. En las cárceles de la dictadura, su cuerpo fue prisionero, pero su espíritu se mantuvo libre, soñando con una Nicaragua donde la igualdad, la educación y la soberanía fueran derechos inquebrantables. Ese sueño lo convirtió en bandera, y junto al Frente Sandinista, logró lo que parecía imposible: devolverle al pueblo el poder de decidir su propio destino.
 
Hoy, el Comandante Daniel no solo representa al líder histórico de una Revolución Siempre Victoriosa; representa la constancia del amor a Nicaragua. Ha sabido caminar con el pueblo, a su lado, hombro a hombro, librando todas las batallas, siempre con la frente en alto y la mirada puesta en el porvenir. Su defensa inquebrantable de la soberanía nacional frente a los intentos de dominación externa ha sido, y sigue siendo, una lección de dignidad para las nuevas generaciones.
 
El nombre de Daniel es sinónimo de Patria libre, justa y solidaria. Y en ese ideal se reconoce la juventud de hoy, heredera de sus victorias, protagonista de nuevos tiempos, con la creatividad, la tecnología y el corazón puestos al servicio de la Revolución. Somos una generación que entiende que la unidad es la fuerza más poderosa; que solo juntos: jóvenes, trabajadores, campesinos, mujeres y hombres, seguiremos escribiendo las páginas de una Nicaragua cada vez más fuerte, más digna, más nuestra.
 
El Comandante Daniel ha demostrado que la Revolución no se detiene ni se rinde, se transforma y se renueva con cada generación. Su ejemplo vive en cada joven que estudia con orgullo, en cada madre que confía en el futuro, en cada campesino que siembra su tierra con esperanza. Su liderazgo es la prueba de que el amor por Nicaragua es la fuerza más invencible, y su legado inspira a continuar luchando con alegría, con fe y con la convicción de que las victorias del pueblo son eternas.
 
En cada rincón del país, en cada bandera azul y blanca y roja y negra que ondean al viento, se siente ese espíritu combativo que no conoce el cansancio. Porque hoy más que nunca podemos decir con orgullo y convicción: ¡Todos Somos Daniel! Somos la continuidad de su entrega, de su valor y de su amor inagotable por la Patria. Somos la juventud que asume su ejemplo con responsabilidad, defendiendo la soberanía, la paz y los sueños de una Nicaragua Siempre libre.
 
El legado del Comandante Daniel Ortega no está solo en la historia reciente, se siente, se vive y se respira en las calles pavimentadas, en los niños que estudian con esperanza, en los hospitales que salvan vidas, en los hogares donde se vive con dignidad. Su vida es un recordatorio de que la Revolución está vigente, y es una tarea diaria, una llama encendida que el pueblo mantiene viva con amor y convicción.
 
Y cuando miramos hacia atrás, encontramos la raíz profunda de nuestra historia en Sandino, el General de Hombres Libres, cuya bandera fue alzada por Carlos Fonseca y continuada por Daniel con el mismo amor y compromiso. Ellos, junto a los héroes y mártires de la patria, nos enseñan que la libertad no se hereda, se defiende; que la dignidad no se pide, se conquista.
 
Por eso hoy, con el corazón en alto y el puño firme, reafirmamos que la Revolución vive, la Patria avanza y el Pueblo vence.

Porque mientras haya un nicaragüense dispuesto a amar, trabajar y defender su tierra…

¡Sandino Vive, Daniel Guía, el Pueblo manda y Nicaragua Triunfa!

Comparte
Síguenos