Emprender una aventura empresarial sin un centavo en la bolsa no es nada fácil, y eso lo saben 11 muchachos y muchachas de la comunidad Las Pilas Occidentales, del municipio de Masaya, quienes con mucha perseverancia lograron establecer un molino comunitario con el cual se han sumado a la cadena productiva de esta pequeña localidad.

Condenados a emigrar hacia la cabecera municipal en busca de trabajo en las zonas francas, estos jóvenes apostaron por algo diferente: crear su propia microempresa. Por sus mentes flotaron una variedad de opciones como una panadería, un vivero y un molino; aunque finalmente se decantaron por este último.

Un largo camino

Sin embargo, todo esto fue un proceso que duró cinco años, donde el acompañamiento y capacitación del Instituto Nicaragüense de Tecnología Agropecuaria (INTA) constituyó una pieza fundamental para lograr la meta.

Durante este tiempo los jóvenes recibieron talleres sobre emprendedurismo y administración de pequeños negocios.

Pero esto era nada más que la primera parte, ya que se dieron cuenta que un negocio no era algo a la ligera, sino que había que hacer un estudio de mercado, el cual arrojó que su comunidad lo que necesitaba era un molino debido a que sus habitantes tenían que recorrer hasta 5 kilómetros en bicicleta, a pie o en vehículo para poder moler el maíz para las tortillas, el pinol o el pozol.

Hecho el estudio de mercado, faltaba lo más importante: el dinero. No obstante, este grupo de muchachos no perdió el aliento y continuó moviéndose hasta que finalmente la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) les tendió la mano y dio el aporte necesario para adquirir la maquinaria, a lo que se sumaron otras organizaciones locales que les facilitaron otros recursos complementarios para que pudieran empezar a trabajar.

“En un principio éramos 20 jóvenes, pero muchos se fueron desanimando y se salieron; pero otros continuamos y anduvimos tocando puertas y hoy ya tenemos el molino funcionando”, expresó Rosa Romero Páramo, una joven de 29 años, quien ve en el proyecto una oportunidad para salir adelante.

Romero Páramo es la tesorera del grupo, y señaló que el dinero que han venido ganando desde que iniciaron las labores constituye un fondo para continuar creciendo como microempresa.

“Nosotros estamos ahorrando para pagar algunas deudas que tenemos, y también porque queremos hacer más cosas para mejorar nuestro servicio”, manifestó.

Apuestan a la industria alimentaria

El gran proyecto de estos jóvenes es pasar de un molino comunitario a la industria alimentaria con la fabricación de pinol, pinolillo, concentrado y todo aquello que les permita procesar la maquinaria con la que cuentan.

“Nosotros además de prestar el servicio de molienda, lo que queremos es vender pinol, concentrado y otras cosas más que necesita la comunidad”, señaló Álvaro Mejía López, de 19 años.

Para desarrollar esta nueva etapa microempresarial, el INTA ya ha estado capacitando a estos jóvenes en temas de procesamiento de alimentos.

Kenny Dávila González, de 20 años, es tajante cuando asegura que ellos no quieren “conformarse solo con el molino”. “Nosotros podemos hacer más cosas y por eso es que creemos que del molino podemos empezar a crecer con otro negocio”, subrayó.

Un servicio a la comunidad

El impacto que ha tenido el molino en la comunidad es realmente grande, pues ya nadie tiene que recorrer largas distancias para moler sus alimentos.

“Esto nos ha venido a beneficiar a todos aquí en Las Pilas y las comunidades aledañas. Antes teníamos que ir hasta Masaya en bicicletas o pagando bus, ahora nos quedamos aquí en la comunidad y nos sale hasta más barato”, manifestó el poblador Luis Alemán.

Allan Castillo, técnico del INTA, recordó que desde el 2008 inició un programa de acompañamiento a los jóvenes rurales, de cara a crear oportunidades laborales dentro de las mismas comunidades.

La idea del programa es organizar a los jóvenes y darles asistencia técnica para que sean ellos mismos quienes manejen sus proyectos, explicó Castillo.

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