Estados Unidos acaba de mostrar, una vez más, que el mito de su democracia no es más que un disfraz conveniente. La administración del Presidente Donald Trump anunció que el Servicio de Ciudadanía e Inmigración (USCIS) revisará las redes sociales de los solicitantes de visas, residencias y beneficios migratorios, con el fin de castigar a quienes expresen opiniones consideradas “antiestadounidenses”. Es decir, no basta con cumplir los requisitos legales: ahora se exige sumisión ideológica, silencio forzado y complicidad con los crímenes del imperio.
El país que presume de ser el “defensor de la libertad de expresión” en foros internacionales, instala de manera descarada un filtro de censura mundial. Si en tus redes sociales cuestionás las guerras de Estados Unidos, si denunciás las masacres cometidas en Irak o Afganistán, si recordás que lanzaron dos bombas atómicas sobre Japón, automáticamente podés ser considerado “indeseable” y perder el derecho de vivir o trabajar en ese país.
Bajo el disfraz de seguridad nacional, lo que en realidad buscan es callar a quienes exhiben sus vergüenzas históricas.
Esta nueva resolución es una confesión de parte: Washington sabe que sus manos están manchadas de sangre de guerras interminables, y prefiere controlar la narrativa antes que asumir la verdad. Si señalás que saquearon recursos en Medio Oriente, quedás marcado como enemigo. Si denunciás que con drones y misiles asesinaron a miles de niños, sos tachado de extremista. Si recordás su largo historial de golpes de Estado en América Latina y en el mundo, sos tratado como un agitador peligroso. La censura se convierte en requisito migratorio.
Lo más indignante es que la medida llega acompañada de un blindaje cómplice a su socio incondicional: Israel. Entre los criterios que USCIS subraya está el “antisemitismo”, usado como pretexto para proteger al Estado genocida de Israel, que arrasa Gaza con bombas y que tiene sumido en la hambruna a ese pueblo, violando diariamente el derecho internacional. En otras palabras, Estados Unidos exige silencio no solo sobre sus propios crímenes, sino también sobre los de su aliado más violento en Medio Oriente.
El manual de políticas de inmigración fue actualizado oficialmente por USCIS el 19 de agosto de 2025, y a partir del 20 de agosto la medida comenzó a ser difundida en medios internacionales. Esa actualización establece que cualquier “actividad antiestadounidense o antisemita” será un factor abrumadoramente negativo para conceder beneficios.
Esa expresión vaga y ambigua abre la puerta a que un post en Facebook, un tuit crítico o una publicación en Instagram sea suficiente para anular un trámite migratorio. Estamos ante una mordaza digital, mundializada, que pretende disciplinar el pensamiento de millones de personas dentro y fuera de su territorio.
En términos prácticos, se trata de exportar la censura: Estados Unidos quiere que el mundo entero se autocensure para poder entrar a su territorio. La libertad de expresión, que tanto invocan en sus discursos contra países soberanos, queda reducida a un privilegio condicionado a no incomodar al imperio.
Es la instauración de un chantaje ideológico: podés estudiar, trabajar o vivir en EE. UU., siempre y cuando nunca critiques a tu anfitrión.
La hipocresía es tan brutal como evidente.
¿Cómo puede un país que presume de “tierra de libertades” penalizar a quien recuerda Hiroshima y Nagasaki? ¿Cómo puede un país que se vanagloria de la democracia silenciar a quienes denuncian sus invasiones? ¿Cómo puede un país que habla de derechos humanos callar a quienes lo acusan de genocida?
La respuesta es simple: nunca fueron libertades reales, sino privilegios que otorgan a quienes se someten.
Este endurecimiento migratorio confirma que el imperio está en decadencia y que su mayor temor no son los migrantes, sino la verdad.
Lo que buscan silenciar no es al extranjero que pide una visa, sino a la memoria de los pueblos que no olvidan los crímenes de Washington.
En un mundo cada vez más multipolar, la mordaza estadounidense es la señal de que ya no tienen argumentos, solo represión.
La resolución publicada el 19 de agosto marca una advertencia directa para todos los que todavía creen que Estados Unidos representa un modelo de libertad. En realidad, representa lo contrario: la imposición de la censura como norma, la persecución de las ideas como política oficial y la sumisión como condición de entrada. El imperio habla de democracia, pero actúa como inquisidor. Y cuando un país necesita callar al mundo para sostener su imagen, lo que está revelando es su verdadera fragilidad.
La tal "Estatua de la Libertad", que se alza en Nueva York como símbolo del supuesto refugio de los oprimidos, debería hoy cubrirse el rostro de vergüenza. Porque mientras se levanta como emblema de acogida y libertad, la administración trumpista, instala la censura y convierte la libertad de expresión en un delito migratorio. Esa estatua, que prometía esperanza a los pueblos, ahora se convierte en el espejo de la hipocresía: un monumento que observa impotente cómo el país que representa, dinamita con cada medida represiva, la esencia misma de la libertad.