La gobernadora de Puerto Rico, Jennifer González, se ha lanzado de lleno en la palestra política continental al declarar que está dispuesta a poner el suelo de la isla a disposición de los yanquis enemigos de la humanidad, para una invasión contra Venezuela. No contenta con arrastrar la dignidad de su propio pueblo bajo el yugo colonial, pretende convertir a Puerto Rico en plataforma de agresión imperialista. 

En vez de reclamar soberanía, González busca medallas de sumisión.

En sus ataques verbales contra el líder bolivariano, compañero Presidente Nicolás Maduro, la gobernadora lo calificó de “narcodictador”, repitiendo como lora vieja las frases prefabricadas de Washington. 

Maduro, con la contundencia que lo caracteriza, le respondió sin rodeos: “Si van a invadir Venezuela, venga usted de primero”. Con esas palabras, el Presidente venezolano dejó al descubierto lo absurdo y vergonzoso de la propuesta de González, mostrando claramente su servilismo ante el imperio y hasta dónde está dispuesta a sacrificar la dignidad de su pueblo para congraciarse con Washington.

Resulta insultante que González se atreva a hablar de dictadura, cuando ella misma representa a un territorio sometido a un régimen colonial desde hace más de un siglo. 

Puerto Rico no elige a su jefe de Estado, no decide su política exterior, no maneja su moneda ni sus fronteras. Es, en la práctica, una colonia con fachada de “Estado Libre Asociado”, atrapada en un estatus que desnuda la hipocresía de Washington y la complicidad de políticos como ella.

La gobernadora no solo carga con el peso de su arrodillamiento político. También acumula denuncias de corrupción, tráfico de influencias y favores turbios a empresarios que financian sus campañas. Su nombre ha estado ligado a manejos oscuros en contratos públicos, a escándalos de nepotismo y a un estilo de Gobierno que privilegia la conveniencia personal por encima del interés colectivo. 

No es casualidad que sus críticos en la isla la definan como la cara más servil del coloniaje.

Pero la memoria no se borra fácilmente y la invocamos en este momento para recordar Cuando Puerto Rico fue devastado por los huracanes, Donald Trump llegó para humillar a los puertorriqueños frente al mundo, lanzando rollos de papel higiénico como si fueran limosnas. Aquella escena, grotesca y cruel, retrató el desprecio imperial hacia un pueblo golpeado por la tragedia. Y González, lejos de levantar la voz contra esa ofensa, continuó rindiéndole pleitesía a Trump, sonriendo al verdugo mientras su pueblo lloraba entre escombros.

El servilismo de la gobernadora llegó al extremo cuando intentó levantar una estatua en honor a Donald Trump, acción que desató el repudio generalizado en Puerto Rico. Ante las críticas, González se defendió diciendo que el magnate “se lo merecía”. Esa justificación no solo encendió la indignación boricua, sino que la retrató de cuerpo entero: como una dirigente dispuesta a idolatrar al verdugo con tal de congraciarse con el poder imperial.

Hoy, al ofrecer Puerto Rico como base militar contra Venezuela, la gobernadora no solo muestra su desprecio por la soberanía latinoamericana, sino también por la dignidad de su propia gente. ¿Acaso cree que los puertorriqueños quieren convertirse en carne de cañón de los intereses de Washington

¿O simplemente busca escalar en el ranking de favoritos del imperio? Su servilismo no conoce fronteras.

La confrontación con Maduro deja al descubierto un contraste brutal. Mientras Venezuela resiste bloqueos, sanciones y amenazas defendiendo su independencia, Puerto Rico sigue atrapado en una condición colonial vergonzosa, administrada por políticos que renuncian a luchar por la libertad. González, en vez de ser voz de rebeldía, es la portavoz de la entrega.

El problema no es solo ella, sino lo que representa: una clase política que sobrevive en la sombra del amo, que no busca liberar a su pueblo, sino asegurar migajas de poder en un sistema que desprecia a Puerto Rico como nación. González se enorgullece de su acceso a Washington, pero ese acceso no ha significado más que pobreza, endeudamiento y abandono para la isla.

Queda claro que el discurso de la gobernadora no tiene nada que ver con democracia ni con libertad. Es pura subordinación. Es el mismo guion de siempre: atacar a los gobiernos soberanos de América Latina para congraciarse con el poder imperial. 

Lo hizo contra Maduro hoy, lo hará mañana contra cualquier otro país que levante su voz contra Estados Unidos. Su política no es boricua: es colonial hasta la médula.

Pero la historia pondrá a cada quien en su lugar. Mientras Venezuela reafirma su derecho a vivir sin injerencias externas, Puerto Rico sigue atado a cadenas coloniales que González pretende reforzar. 

Su nombre quedará asociado al servilismo y a la humillación, no a la defensa de un pueblo que merece libertad. Frente a esa entrega, la voz de Maduro y de los pueblos libres de América retumba como un recordatorio: no hay colonia eterna, ni tiranía imperial que resista a la dignidad de los pueblos.

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