La del ataque ruso a Polonia es una estúpida false flag improvisada. Estamos casi al nivel del vuelo desviado de Von der Leyen. Que Polonia haya invocado el artículo 4 del Estatuto de la Alianza Atlántica (es decir, la consulta entre todos los miembros) por haber sido sobrevolada por 19 drones caseros, sin explosivos y visiblemente inútiles tanto para tareas de vigilancia como para un ataque, forma parte de la comedia de la “amenaza rusa” con la que la rusofobia polaca y báltica se autoalimenta. Que drones sobrevuelen o incluso caigan en terceros Estados en el transcurso de la guerra en Ucrania es algo habitual; varias veces se han producido fragmentos de drones abatidos o violaciones del espacio aéreo. Pero ahora el clima es distinto: se busca por todos los medios el choque con Moscú y cualquier pretexto es válido.

Hay quienes sostienen que Putin quiso provocar la reacción de la OTAN para demostrar cómo, al día siguiente del ataque israelí a Qatar, las varas de medir de Occidente son al menos dos. Sería un maquiavelismo finísimo, pero de escaso efecto en una opinión pública europea narcotizada. La verdad es que Moscú no necesita enviar drones para vigilar o golpear a Polonia y es altamente improbable que piense en perforar las defensas de un país de la OTAN con 19 drones. Con un dispositivo semejante ni siquiera se inquieta San Marino.

Todo parece indicar una operación de Ucrania útil para pintar a Rusia como agresor. Pero entender de quién son y por qué entraron en cielos polacos no interesa a la OTAN, ni interesa la colaboración bielorrusa, ni la obvia consideración de la utilidad, para los ucranianos, de volver a la atención total de la Alianza. Por lo demás, conscientes de tener que contar a toda costa con el apoyo de la OTAN para sus campañas de odio contra Rusia, bálticos y polacos inventan a menudo riesgos, agresiones, amenazas o alarmas capaces de llevarlos a primer plano e invertir así el papel de secundarios en el de protagonistas.

No se conocen investigaciones para comprobar los hechos, en todo caso para demostrar la veracidad de la tesis que acusa a Moscú: Polonia buscaba un casus belli y ha aprovechado la ocasión para colocar 40.000 soldados en sus fronteras con Bielorrusia y cerrarlas.

A la política europea y a sus medios asociados no les parece cierto. La fascinación es la razón de carreras políticas, académicas y periodísticas, de contratos editoriales, de exposición, fama y dinero que fluye. Basta pensar en periodistas, escritores y académicos, muchos de ellos desconocidos hasta 2022 y todos indistintamente portadores insanos del verbo de la OTAN, que desde hace tres años, en cadenas unificadas y con periódicos y radios al unísono, llenan de mentiras y censura cualquier narración sobre la guerra.

En la época de las directrices de Bruselas, a las que cada comentarista adhiere con entusiasmo proporcional al sueldo, aparece como siempre “putiniano” plantear tres sencillas preguntas: dado que Rusia está obviamente interesada en profundizar las contradicciones de Occidente, ¿por qué debería provocar a un país de la OTAN, sanando así las divisiones entre la Casa Blanca y Bruselas? Y además: ¿qué interés tendría Moscú en aumentar la tensión en sus fronteras cuando busca reanudar dialogo? ¿Hay que recordar que desde los años anteriores a la Operación Militar Especial, pedía una negociación para una arquitectura común de seguridad?

Al círculo bélico de la UE le resulta necesario convencer a sus respectivas opiniones públicas de la urgencia de armarse, aunque ello suponga destruir el gasto social europeo y condenar a la extrema pobreza a más de los 54 millones de europeos ya pobres. El directorio trípode de la UE ya sueña con el primer disparo para escapar de la afrenta de quienes, en presencia de un acuerdo de paz, deberían finalmente admitir los ríos de mentiras desbordados en estos tres años y deberían auto incriminarse por haber destruido la UE transformándola en el cuarto de escobas de Estados Unidos.

Los fondos y empresas bélicas que controlan a los gobiernos han elegido el sector militar como ámbito de reinversión y de reset sistémico, y los políticos que de ellos dependen obedecen. Si llegara a darse un contexto de guerra, serán los fondos quienes ganen y los europeos quienes mueran. Si en cambio solo hubiera una tensión al máximo, serían igualmente los señores de la guerra quienes cobrarían los 800.000 millones de euros mientras los europeos se empobrecerían aún más. Cualquiera de los dos escenarios que se concretara, dos únicas certezas: los mercaderes de la muerte ganarán y el fin de la UE traerá consigo el fin de Europa.

Parecen fanfarrones y amenazantes los llamados voluntarios a las órdenes de Londres, pero es humo. En la cuestión ucraniana las cosas están ya establecidas, sobre todo en el campo de batalla: el ejército ucraniano está destruido, el país hecho pedazos y los territorios donde Moscú quería proteger a la población rusófona y en los cuales no quería a la OTAN están bajo su control. Solo los propagandistas europeos pueden seguir contando el cuento de la “heroica resistencia” ucraniana, cuando en 7.200.000 han huido a Europa y de ellos 1.200.000 son candidatos al reclutamiento. Ni resilientes, mucho menos resistentes.

Es falso que Rusia quisiera conquistar Ucrania: una población en gran parte rusófona, un país tan grande como Francia y el nivel de las operaciones militares para realizarlo siempre excluyeron, por parte de Moscú, la idea de conquistarla.

En realidad, como es sabido por todos aquellos que se han preocupado por entender qué quería Rusia en lugar de censurarla por miedo a que demostrara sus razones, el Kremlin nunca quiso una guerra destructiva contra Ucrania, de lo contrario en menos de una semana Kiev y el resto del país se habrían convertido en un montón de escombros. Si hubiese querido seguir el ejemplo occidental de guerras en Bagdad o Kabul, podría haberlo hecho sin problemas; y si hubiese querido golpear a fondo habría replicado lo hecho en Alepo, en Siria. No habría sido posible impedirlo salvo mediante una intervención militar directa de la OTAN que, de todos modos, no habría sido garantía de salvación para Kiev mientras ciertamente habría desatado la tercera guerra mundial y no salvar a nada ni nadie.

Por tanto, hablar de un redimensionamiento del plan ruso gracias a la resistencia ucraniana o al apoyo occidental es ridículo. Se ha conducido una guerra no por casualidad denominada “Operación Militar Especial”, precisamente porque en ella se indicaban los fines y objetivos de la misma.

Y es justamente esta superposición entre propaganda y realidad lo que mantiene a los europeos con una verbosidad bélica típica de quienes no saben lo que es la guerra, no tienen ni idea de cómo hacerla y, menos aún, de cómo pagarla. Se lanzan proclamas para acostumbrar a los ciudadanos europeos a la idea de que la UE ya está en guerra, pero la verdad es que la guerra ya la hicieron y la perdieron. Si la esperanza es promover una convencional contra Rusia, corren un gran riesgo; incluso en una dimensión convencional el ejército ruso es más fuerte militarmente y en capacidad de combate que la suma de los ejércitos europeos. 

Luego están las modificaciones de la doctrina militar rusa, que entre otras cosas prevén la posibilidad de responder con armamento nuclear incluso a un ataque convencional, si se considera capaz de poner en riesgo la seguridad nacional y la integridad territorial de Rusia. Es obvio entonces que un ataque de 27 países más Ucrania en las fronteras rusas sería considerado una amenaza seria y llevaría a una reacción de tipo convencional y nuclear, con Berlín, Varsovia, los bálticos, Londres, París y Roma como primeros objetivos.

Los peleones verbales esperan que la guerra estalle de verdad, que sea convencional y que dure mucho tiempo, que es la opción preferida por los grandes fondos dedicados a la producción de armas y transmitida como orden perentoria a las figuras de medio pelo que llenan las pantallas televisivas, donde se celebran improbables cumbres en las que los presentes reciben órdenes por auricular. La orden, por ahora, es elevar la tensión. 

En cualquier caso, Europa debería repasar lo sucedido en estos tres años. Kiev ha sido dotada de todo tipo posible de armamentos, consejeros militares, técnicos balísticos y operadores de radar, aviones, buques, mercenarios y unidades de saboteadores de la OTAN. Más de 45.000 millones de euros han caído en los bolsillos de la camarilla de Zelensky y se anunciaron contraofensivas ucranianas que nunca se produjeron porque fueron aplastadas incluso antes de comenzar por las tropas de Moscú.

También el floreciente mercado de armas ha cambiado los verbos. Cada producto occidental - los Abrams, los SAMP/T, los Leopard, los Patriots - publicitados como “invencibles” o “imparables”, han sido hechos pedazos por los rusos. Los cuales han demostrado que sus productos son mejores y cuestan una cuarta parte de los occidentales. Lo que, para la industria bélica estadounidense, francesa, alemana y italiana, no trae  buenas noticias, al contrario.

Moscú no quiere continuar la guerra pero tampoco tiene prisa en detenerla. Sabe que en cualquier época de la historia, las guerras se han detenido con negociaciones. Pero tanto Von der Leyen como Kallas o el sarcófago de Lisboa, Costa, con sus repetidas declaraciones de guerra contra Rusia, se han puesto de hecho fuera de cualquier posibilidad de abrir una mesa con Moscú. Por eso anatemas y fatwas útiles para impedir cualquier diálogo. Quemar los puentes es, justamente, una receta segura para evitar que puedan volver a cruzarse. La paz es su peor miedo.

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