Es difícil exagerar la demencia de las élites gobernantes del Occidente colectivo. Se han demostrado incapaces de reconocer que ya no pueden seguir dominando como antes a los gobiernos del mundo mayoritario. Para el momento, siguen actuando para imponer regímenes más fáciles de manipular en países susceptibles a la desestabilización como, en años recientes, Bangladesh y ahora Nepal.

Sin embargo, para derrocar a los gobiernos o movimientos políticos firmes en la defensa de la soberanía de sus países, los gobiernos occidentales se han visto forzados a recurrir a la agresión militar apoyados por aliados y vasallos regionales, como hicieron con éxito más recientemente en Siria. 

En el caso de Asia Oeste, el reciente ataque en Qatar contra el equipo palestino de negociadores de paz, llama en cuestión hasta qué punto los países árabes que han colaborado con la política norteamericana regional van a seguir haciéndolo. Ahora, los proyectos bélicos del Occidente colectivo para derrocar a los gobiernos de Irán y Venezuela indican la creciente desesperación de las élites norteamericanas y europeas. Ven que su poder político y económico ya no sirve para lograr lo que quieren, entonces recurren a la agresión militar directa, por ejemplo en contra Irán, o indirecta, contra Rusia.

Contra Irán y Venezuela parece que los norteamericanos están sondeando los niveles de apoyo local antes de decidir la forma precisa de su ataque militar y lanzarlo. Este proceso de pesar las ventajas y desventajas y evaluar los costos y beneficios de agredir a Irán y a Venezuela ocurre dentro de una realineación estratégica de las tradicionales alianzas norteamericanas alrededor del mundo. Mucho comentario sobre la coyuntura internacional plantea una racionalización del enfoque político-militar por las élites gobernantes norteamericanas hacia el hemisferio occidental, sin poder saber con seguridad el alcance de ese proceso

Si las élites yanquis sentían confiados de verdad en su poder político-militar para vencer a Venezuela, es probable que ya lo habrían hecho. El pasado mes de junio Irán ya demostró que la tecnología militar occidental es inferior. Yemen ha demostrado lo débil que es el poder bélico norteamericano ante un país con un relativamente modesto poder de disuasión. Hasta la fecha en el Caribe, la marina naval yanqui ha demostrado solamente que es capaz de atacar a pangas civiles y pescadores desarmados. Venezuela ha tenido años para prepararse y ya ha activado de manera exitosa su modelo de fusión civico-policial-militar equipado con moderno armamento militar ruso.  

De todas maneras, en medio de este período de transición en la política exterior norteamericana, es evidente que el presidente Donald Trump busca como compensar de una u otra manera el colapso del poder económico norteamericano relativo especialmente a China. Por ese motivo persigue la ilusión de tomar control de los recursos de hidrocarburos y minerales venezolanos. Mientras Venezuela afirma su dignidad nacional y defiende su soberanía, el gobierno de Donald Trump reclama que el mundo en general tiene que ayudar a sostener la economía norteamericana, por medio de grandes inversiones o mayores importaciones de bienes norteamericanas.

Específicamente, se ha exigido a los países europeos, y otros países vasallos como Japón, Corea del Sur y Australia, aumentar de manera urgente su gasto militar para comprar grandes cantidades de equipos y armamentos norteamericanos. Por su parte, todos los países europeos miembros de la OTAN han acordado aumentar su gasto militar al 5% de su Producto Interno Bruto. También han acordado comprar armamentos norteamericanos con un valor de decenas de billones de dólares en parte para enviar a Ucrania pero además para satisfacer su absurda obsesión con una posible guerra en Europa contra Rusia. 

Entre los países aliados norteamericanos en Asia y el Pacífico, Japón esta en el proceso de aumentar su gasto militar para el año 2027 en un 65% en comparación con el año 2022. Se proyecta que las fuerzas armadas japoneses llegarán a ser las terceras más grandes en el mundo detrás de las fuerzas armadas norteamericanas y de la República Popular China. En 2023, el presidente norteamericano Joe Biden, alabó el aumento del gasto militar de Japón porque aportaba a la política norteamericana de “oponerse fuertemente a los intentos de cambiar el estatus quo por la fuerza o la coerción” en la región de Asia Este. De hecho esto refiere a la cínica posición no declarada del gobierno norteamericano de impedir la reunificación de la rebelde provincia china de Taiwan con la República Popular China. 

Desde 2020 el gobierno norteamericano, en abierta contravención de su supuesto reconocimiento del principio de una sola China, ha autorizado la venta de más de US$14 mil millones de armamentos y material militar a las autoridades de Taiwan. De la misma manera injerencista, el gobierno norteamericano sigue azuzando las tensiones en la península coreana. Este año el gobierno de Corea del Sur aumentará su gasto militar por más de 8%. Y aunque este aumento no parece muy significativo, desde la perspectiva de China se complementa el gran aumento del gasto militar de Japón, el continuo apoyo militar norteamericano a la provincia china de Taiwan y el aumento en la cooperación militar norteamericana con Filipinas. 

Además, Corea del Sur, igual que Japón y Europa, mantiene decenas de miles de militares norteamericanas en su territorio. Son casi 80,000 efectivos militares norteamericanos en Corea del Sur y Japón distribuidos entre más de 40 bases. Australia alberga varias bases militares norteamericanas incluyendo una base para submarinos nucleares.  Europa y Reino Unido albergan más de 40 bases militares con más de 65,000 militares norteamericanos. Esta realidad político-militar demuestra la dependencia neocolonial de las élites gobernantes en estos países ricos y explica su sumisa rendición ante la agresivas exigencias del presidente Trump.

El gobierno norteamericano ha presionado hasta el límite para ver hasta que punto sus gobiernos contrapartes van a ceder la dignidad nacional y la soberanía de sus países. Durante décadas los gobiernos norteamericanos han abusado su dominio de países vasallos alrededor del mundo, que cínicamente llaman “aliados”, para hostigar y amenazar a gobiernos y pueblos que defienden su soberanía como la Corea Democrática e Irán o incluso Rusia y China. Las fuerzas armadas norteamericanas organizan provocaciones constantes en la forma de ejercicios militares, permanente presencia de su marina de guerra o agresivas patrullas de su fuerza aérea. 

En América Latina y el Caribe, las fuerzas armadas norteamericanas siempre han mantenido decenas de bases militares en la región, notablemente en América Central y el Caribe. Pero también el Comando Sur norteamericano continuamente refuerza su presencia regional por medio de docenas de ejercicios militares conjuntos cada año en toda la región. Este año ejercicios como “Tradewinds 2025” facilita la injerencia regional norteamericana y europea en el Caribe. “Centam Guardian” en Guatemala y “Fuerzas Comando” en El Salvador facilitan el control militar norteamericano en América Central. “Southern Vanguard” y “Estrella Austral” reúnen fuerzas militares norteamericanas con sus contrapartes de los países de América del Sur.  

Ahora en adición a esta permanente presencia militar en América Latina y el Caribe, el gobierno norteamericano está escalando sus amenazas contra Venezuela a los mismos niveles que mantiene contra la Corea Democrática, Irán, Rusia y China por medio del despliegue en el Caribe de ocho barcos de guerra. Esta fuerza naval incluye un submarino de ataque de propulsión nuclear, un crucero y tres destructores, todos con misiles guiados, junto con tres buques de asalto anfibio. Mientras los pretextos de la postura agresiva norteamericana en otras regiones del mundo giran alrededor de falsas acusaciones de amenazas nucleares o de expansión territorial, el pretexto contra Venezuela es la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo. 

La enorme fuerza militar desproporcionada desplegada en el Caribe se ha justificado por la designación del narcotráfico como una actividad terrorista. El pasado 25 de febrero el gobierno norteamericano formalmente designó a ocho cárteles de drogas de la región como organizaciones terroristas. Los cárteles nombrados eran, Tren de Aragua, Mara Salvatrucha, Cártel de Sinaloa, Cártel de Jalisco Nueva Generación, Cártel del Noreste (antes Los Zetas), La Nueva Familia Michoacana, Cártel de Golfo, y Cárteles Unidos. Más recientemente las autoridades yanquis han reinventado el Cártel de los Soles para justificar su agresión contra Venezuela con la fantasía que el Presidente Nicolás Maduro lo ha resucitado y lo encabeza. 

Así que, las diferentes falsas acusaciones, ya desmentidas en múltiples ocasiones en informes de las mismas autoridades norteamericanas y de la ONU, todavía se hacen servir como justificaciones mediáticas y políticas de la agresión yanqui en nuestra región. Por supuesto, es de sabiduría común que el mayor cartel narcotraficante y el mayor entidad terrorista en la región siempre ha sido el gobierno de los Estados Unidos norteamericanos. Sin embargo, de la misma manera que los gobiernos lacayos de Asia Oeste o Europa o Asia Este sirven de cómplices para legitimar las agresiones del Occidente colectivo en sus regiones, en América Latina y el Caribe tampoco hace falta gobiernos sumisos para apoyar la agresión contra el gobierno legítimo del Presidente Nicolás Maduro. 

El pasado día del 5 de septiembre, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, emitió un comunicado  que condenó la peligrosa escalada militar yanqui contra Venezuela. Pero de manera vergonzosa, diez países miembros de la CELAC no lo firmaron. Argentina, Costa Rica, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Guyana, Jamaica, Paraguay, Perú y Trinidad y Tobago abandonaron la dignidad nacional y traicionaron la soberanía de sus pueblos a favor de la sumisión neocolonial como cómplices de la nueva agresión yanqui contra Venezuela. 

La declaración de la CELAC recuerda que todos sus países miembros acordaron declarar América Latina y el Caribe una zona de paz, “sustentado en principios como: la proscripción de la amenaza o el uso de la fuerza, la solución pacífica de controversias, la promoción del diálogo y el multilateralismo, el respeto irrestricto a la soberanía e integridad territorial, la no injerencia en los asuntos internos de los Estados y el derecho inalienable de los pueblos a la autodeterminación.” Estos principios reafirman los principios fundamentales de la Carta de las Naciones Unidas además de ser la base común de las nuevas relaciones internacionales promovidos por los países de la Organización de Cooperación de Shanghai y el grupo de países BRICS+.

La gran mayoría de los países de la región defienden estos principios esenciales para sostener y promover la paz en una nueva era mundial. En cambio,el gobierno norteamericano y sus vasallos  revierten a la diplomacia imperialista de las cañoneras del Siglo 19 y replican los mismos fallidos patrones contraproducentes que han ensayados en otras regiones del mundo. La famosa definición por Alberto Einstein de la locura aplica, de seguir haciendo lo mismo repetidamente siempre esperando un resultado diferente. 

Por algún motivo demencial, las élites yanquis piensan que van a lograr contra la República Bolivariana de Venezuela un resultado diferente de sus repetidos fracasos históricos. No es necesario recordar su derrota en Vietnam, es suficiente tomar nota de sus fracasos más recientes como la humillante salida de Afganistán, su contraproducente hostigamiento contra Corea Democrática y China, y sus fallidas agresiones contra Irán y Rusia. Incluso para Nicaragua estas fechas históricas de Todos San Jacinto lo demuestran de la manera más profunda. Como nos recuerdan con tanta razón nuestros Copresidentes Comandante Daniel y Compañera Rosario: ¡No Pudieron, Ni Podrán!

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