Javier Milei viajó a Nueva York con una misión premeditada: conseguir respaldo económico.
Su discurso en la Asamblea General de la ONU fue solo el marco institucional para un objetivo concreto: reunirse con el Presidente de Estados Unidos Donald Trump, y negociar un nuevo préstamo que permita sostener la frágil y miserable economía de Argentina además cubrir compromisos de deuda inmediatos.
Argentina enfrenta vencimientos por casi unos 28 000 millones de dólares entre lo que queda de 2025 y la primera mitad de 2026. Solo con organismos multilaterales debe más de 2 200 millones de dólares antes de fin de año y más de 7 500 millones en 2026, de los cuales alrededor de 3 400 millones corresponden al FMI.
A esto se suman bonos y letras por 10 700 millones y vencimientos del BOPREAL (Bonos para la Reconstrucción de una Argentina Libre) por más de 3 000 millones. Para enfrentar esa presión, el Gobierno de Milei busca entre otros 20 000 y 30 000 millones de dólares del Fondo de Estabilización Cambiaria de EE. UU.
Digamoslo muy directo y crudo porque aquí no es para inversión productiva ni de nuevos proyectos de desarrollo; el dinero se usaría principalmente para inyectar divisas al mercado y frenar de forma temporal la caída del peso. El Banco Central ya gastó más de unos 1 100 millones de dólares en apenas tres días intentando contener la corrida cambiaria.
Con reservas netas estimadas en unos 6 000 millones disponibles, la capacidad de intervención es limitada. De ahí la urgencia por conseguir apoyo externo antes de que la presión sobre el tipo de cambio se vuelva inmanejable.
Este mecanismo tiene un patrón conocido:
El Gobierno vende dólares a precio bajo para calmar el mercado, los sectores con más recursos los compran, esperan la devaluación y terminan sacando el dinero del país. Al final, las reservas se agotan y la deuda queda como carga para las generaciones futuras.
Durante su campaña, Milei prometió “dinamitar” el Banco Central, acabar con el déficit y liberar al país de la llamada “casta”.
Sin embargo, mantiene un Banco Central debilitado, aumenta el endeudamiento y recurre al imperio yanqui para sostener el peso.
Las promesas de independencia financiera y estabilidad todavía no se materializan.
Mientras tanto, la inflación continúa alta, los salarios pierden poder adquisitivo y la pobreza crece. El programa económico no logró estabilizar precios ni generar confianza en los mercados internos, y el costo social de los ajustes es cada vez más visible.
La negociación con Trump también tiene un componente político: Estados Unidos busca reforzar su influencia en la región y contener el avance de China. A cambio del apoyo financiero, Washington consolida su papel como principal socio estratégico, condicionando el margen de maniobra del Gobierno argentino.
Trump expresó públicamente su respaldo a Milei e incluso apoyo a su posible reelección, reforzando la idea de que el acuerdo es tanto político como económico. Definitivamente esto compromete la autonomía del país y prolonga el ciclo de dependencia externa.
El desafío para Argentina sigue siendo romper el círculo de endeudamiento y fragilidad cambiaria.
Sin reformas que generen reservas genuinas y crecimiento sostenido, cada préstamo externo será solo un alivio temporal que posterga, pero no resuelve, los problemas estructurales de la economía. El Banco Central ya quemó más de mil millones de dólares en pocos días para tapar agujeros, pero el peso igual patina, con reservas netas por debajo de seis mil millones y un riesgo país que asusta.
La pobreza trepa al cuarenta por ciento, los sueldos no alcanzan ni para el pan, ni mucho menos para los frijolitos cocidos, mientras los precios mayoristas “se enfrían” solo en estadísticas, porque en la calle todo duele igual.
¿Y para qué? Para seguir rogando dólares en Nueva York, disfrazando dependencia de alianza. Esto no funciona, no convence al pueblo argentino y solo beneficia al loco Milei.