La reciente revelación de Reuters, publicada el 24 de septiembre, confirma que la administración del Presidente Donald Trump planea reasignar 1.800 millones de dólares de ayuda exterior para impulsar la doctrina “America First” (“América Primero”).
Según una Congressional Notification del 12 de septiembre, ese monto se orientará a programas que "fortalezcan el liderazgo global de Estados Unidos, diversifiquen las cadenas de suministro de minerales críticos, promuevan infraestructura estratégica, contrarresten la influencia de China y enfrenten la crisis migratoria".
En ese esquema, 400 millones de dólares se dedicarán a Europa con "proyectos de energía y minerales en Ucrania y labores de desarrollo y conservación en Groenlandia" y otros 400 millones se destinarán a contener la inmigración irregular, debilitar la hegemonía china en minerales y tecnología y confrontar los regímenes marxistas y antinorteamericanos.
Entre ellos se encuentran los gobiernos dignos, libres y soberanos de Nicaragua, Venezuela y Cuba. El hecho mismo de etiquetar recursos públicos para “confrontar regímenes” en países soberanos revive un viejo manual de intervencionismo en la política internacional de Washington.
La medida despierta recuerdos de viejas prácticas: el financiamiento a actores políticos internos, la presión económica y la manipulación diplomática para debilitar a gobiernos que no se alinean con los intereses de Estados Unidos.
Durante años, agencias como USAID o la NED canalizaron fondos para fortalecer a oposiciones alineadas con la Casa Blanca.
Cuando Trump anunció recortes o el cierre de esas estructuras, criminales y sangrientas, muchos interpretamos que era un posible viraje hacia una relación menos injerencista.
Sin embargo, este plan presupuestario demuestra que el enfoque no ha cambiado, sólo se ha reconfigurado. Venezuela, Cuba y Nicaragua aparecen nuevamente como objetivo. Tres países que, pese a sanciones y bloqueos, mantienen proyectos políticos propios y sostienen políticas sociales dirigidas a sectores populares. Desde Washington, el discurso es “promover la democracia”; desde Caracas, La Habana y Managua, se percibe como una agresión abierta a su soberanía y un intento de condicionar sus caminos políticos y económicos.
El documento revelado por Reuters habla de “confrontar regímenes marxistas y antiestadounidenses”.
Esa etiqueta, heredada de la Guerra Fría, legitima acciones que históricamente han incluido financiamiento a movimientos opositores, campañas de desinformación y presiones económicas. En la práctica, se traduce en respaldar a sectores que buscan un cambio de poder al gusto del imperio yanqui, sin importar la voluntad popular expresada en procesos electorales o los proyectos sociales en curso.
Esa receta no es nueva para la región.
En Nicaragua ya se intentó en 2018 y fue derrotada; en Venezuela también fracasó y en Cuba no logró doblegar al pueblo.
El libreto se repite: financiamiento a los sotanudos de la Iglesia Católica, a ONG’s alineadas con intereses de Washington, a pedazos de partidos opositores impopulares, a jóvenes delincuentes disfrazados de estudiantes para levantar tranques de la muerte, a medios de comunicación mercenarios igualmente asesinos y dispuestos a vomitar una vez más sus fake news, en esa podrida lista negra seguramente estarían algunos empresarios corruptos, oligarcas, evasores de impuestos y eternos enemigos de los trabajadores.
Son mecanismos de presión externa contra países que no se subordinan a Estados Unidos. Sin embargo, en cada ocasión, estos hermanos y valientes países han resistido y defendido su soberanía. El giro es estratégico: menos presencia pública de agencias tradicionales y más asignaciones directas desde presupuestos globales.
Es una forma de eludir críticas sobre la vieja maquinaria de injerencia, pero manteniendo intacto el objetivo: remodelar gobiernos en América Latina que no respondan a los intereses de "los enemigos de la humanidad"
Para Nicaragua, Venezuela y Cuba, la señal es clara. A pesar de discursos sobre respeto mutuo, la administración Trumpista sigue viendo la región como un tablero donde puede mover fichas para asegurar su influencia mundial. El anuncio coincide con tensiones internacionales crecientes y una competencia abierta por influencia en América Latina, especialmente con la presencia cada vez más activa de potencias como China y Rusia en la región. El lenguaje presupuestario puede parecer técnico, pero su trasfondo político es profundo.
Cada dólar sucio, sangriento, dirigido a “confrontar regímenes” puede convertirse en campañas mediáticas, apoyo a grupos opositores, plataformas digitales para erosionar gobiernos, o respaldo indirecto a sanciones que golpean las conomías de los pueblos, siendo estos los más vulnerables.
Es revelador que esta decisión llegue después de años en los que Estados Unidos cuestionó el gasto exterior. Trump, bajo el lema “América Primero”, prometió reducir intervenciones y concentrarse en prioridades internas.
Sin embargo, con este movimiento reabre un capítulo de presión externa que contradice esa narrativa inicial y muestra que la política exterior estadounidense hacia gobiernos de izquierda en América Latina no abandona sus métodos, sólo los adapta.
La publicación de la Agencia de Noticias Reuters, es clave porque confirma con cifras y documentos oficiales que la administración Trump no abandona la idea de moldear el mapa político latinoamericano a su favor y anticipa futuros golpes de Estado, violencia, desestabilización y ataques contra países que no se agachan al imperio.
La injerencia no desapareció: cambió de nombre y presupuesto, pero sigue buscando el mismo objetivo histórico.
El desafío para nosotros los países involucrados, será mantener la soberanía frente a un escenario hostil en que la presión económica y política se recicla con nuevas estrategias. Para quienes apostamos a un nuevo orden mundial, estas revelaciones son una amenaza: la geopolítica latinoamericana sigue siendo un espacio donde los yanquis intentan convertirlo en su patio trasero, someterlo, aplastarlo con su bota imperial y convertirlo en una de sus tantas colonias ya conquistadas aplicando la zanahoria o el garrote.
Sin embargo, en Nicaragua permanece vivo el espíritu de Augusto C. Sandino, símbolo de dignidad y resistencia frente a las imposiciones extranjeras.
En Venezuela, el legado del Libertador Simón Bolívar continúa marcando el camino de independencia y autodeterminación.
Y en Cuba, la inspiración de José Martí recuerda que la soberanía no se negocia ni se entrega.
Estas raíces históricas sostienen la determinación de los pueblos latinoamericanos frente a quienes pretenden infructuosamente dominarnos, pero están destinados a estrellarse con esta paz que ni ellos ni nadie podrán mancillar...