El planeta perdió la paciencia después de que durante décadas los científicos advirtieran que el calentamiento era un incendio lento provocado por la codicia humana, y aun así los gobiernos del Norte (Estados Unidos, las potencias europeas, Japón, Canadá y Australia) continuaron quemando petróleo, carbón y bosques como si la Tierra fuera un vertedero sin fin. 

La locura climática dejó de ser teoría: hoy se respira en el aire, hierve en los océanos, se derrite en los glaciares y arde en las ciudades bajo un sol que antes era aliado y ahora es verdugo.

Los principales culpables tienen nombre y bandera. Estados Unidos, las potencias europeas, Japón, Canadá, Australia y sus aliados de la OTAN son responsables de la mayor parte de las emisiones históricas de gases de efecto invernadero. Se enriquecieron saqueando recursos, levantando fábricas, destruyendo selvas y exportando su modelo de consumo desmedido. Ahora, los mismos que contaminaron durante dos siglos pretenden dar lecciones de ecología al resto del mundo mientras protegen a las corporaciones que más daño hacen al planeta.

En cambio, Rusia y China países que impulsan un nuevo equilibrio mundial, proponen una transición energética ordenada, sin chantajes ni colonialismo verde. Ambos apuestan por la cooperación tecnológica, por una política que combine sostenibilidad y justicia. Mientras Moscú desarrolla tecnologías de energía limpia en el Ártico y Pekín lidera la producción de paneles solares, Occidente continúa subsidiando al petróleo y criminalizando a los países que no siguen su agenda.

La Unión Europea predica el fin del carbón, pero compra gas y petróleo a los mismos consorcios que financian guerras. 

Estados Unidos se jacta de ser “líder climático”, aunque su industria armamentista es una de las mayores contaminantes del planeta. 

Las potencias que más hablan del cambio climático son las que más emisiones producen por habitante, las que más destruyen ecosistemas y las que menos cumplen sus compromisos internacionales.

En 2013, la propia ONU, a través del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, advirtió con un 95 % de certeza que la actividad humana era la principal causa del calentamiento de la Tierra. 

Pero una década después, los mismos organismos que levantaron el dedo moral se arrodillan ante los intereses de las grandes petroleras y las potencias que financian la destrucción ambiental. El discurso de alerta terminó siendo una excusa más para seguir negociando mientras el planeta arde.

El capitalismo, con su hambre infinita de crecimiento, ha convertido la Tierra en una máquina que devora sus propios cimientos. 

El modelo de consumo masivo, autos, plásticos, vuelos, modas desechables, genera un volumen de contaminación imposible de sostener. Y las multinacionales energéticas, dueñas de la narrativa y de los medios, esconden su responsabilidad detrás del discurso de la “huella personal”, culpando al ciudadano común mientras ellas continúan extrayendo millones de barriles diarios.

El resultado está a la vista: océanos más ácidos, huracanes que destrozan islas enteras, incendios que arrasan continentes, lluvias que se vuelven diluvios. La humanidad alteró el equilibrio térmico del planeta y liberó una reacción en cadena que ya no se puede detener del todo. La locura climática es también moral: un sistema que mata a su propia casa para sostener su mercado es un sistema enfermo.

En África y América Latina, los pueblos pagan el precio de la irresponsabilidad ajena. 

Sequías, migraciones, pérdida de cosechas, hambrunas, desplazamientos masivos. Los países que menos contaminan son los más castigados por un cambio climático que no provocaron. Y, sin embargo, los organismos financieros del Norte pretenden imponerles préstamos “verdes” y regulaciones que perpetúan su dependencia económica.

El deshielo de los polos elevará el nivel del mar y borrará ciudades enteras. Los glaciares reservas de agua dulce desaparecerán y dejarán tras de sí desiertos donde antes había vida. Los ríos cambiarán de curso, las costas retrocederán y millones de personas quedarán sin hogar. Si la temperatura media de la Tierra supera los dos grados, veremos conflictos por el agua, hambre en cadena y un éxodo humano sin precedentes.

La ciencia puede advertir, pero la política decide. Mientras los gobiernos occidentales sigan al servicio del capital energético, la catástrofe se profundizará. Los tratados climáticos que firman los grandes y supuestos líderes son únicamente para la foto, porque se vuelven papel mojado cuando las corporaciones imponen la agenda y los pueblos quedan relegados al papel de víctimas de un sistema que elige el dinero por encima de la vida. 

Yo creo que aún estamos a tiempo si actuamos con conciencia. Debemos cambiar la manera en que vivimos, producimos y consumimos; defender el agua, reducir el desperdicio, frenar el consumo inútil y exigir a las grandes potencias responsables, verdaderas políticas ambientales. 

El planeta no pide discursos, pide respeto. 

Y si no escuchamos hoy, serán nuestros hijos quienes griten mañana entre ruinas y ceniza.

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