El 30 de octubre de 1998, a las siete de la noche, el cielo de Posoltega se partió en dos. Un estruendo parecido al rugido de un avión sacudió las faldas del volcán Casita, en Chinandega. En cuestión de segundos, una avalancha de lodo, piedras y árboles se desplomó desde la ladera sur, arrasando las comunidades de Rolando Rodríguez y El Porvenir. Las lluvias del huracán Mitch había saturado la tierra durante días, y lo que siguió fue una de las tragedias más grandes en la historia de Nicaragua: más de 3,500 personas murieron, cientos desaparecieron y miles quedaron sin hogar.

Esa noche, mientras el país se ahogaba en el silencio oficial, la alcaldesa sandinista Felicita Zeledón intentaba alertar al Gobierno. Desde su pequeña oficina municipal, sin luz ni medios, llamó desesperadamente al entonces presidente Arnoldo Alemán para avisarle que los cerros se estaban deslizando. La lluvia no paraba y los ríos rugían con fuerza. “Se está cayendo el volcán, aquí va a morir mucha gente”, gritó por teléfono. Desde Managua, la respuesta del llamado líder del liberalismo fue burlesca: “Vos estás loca”. Minutos después, el lodo sepultó comunidades enteras.

El gobierno liberal no hizo nada. La ayuda tardó en llegar y cuando lo hizo, fue mal administrada. Las donaciones internacionales desaparecieron entre manos del mismo ejecutivo Presidencial, correligionarios atornillados en la cúpula partidaria, así como de corruptos funcionarios que no eran más que viejos panzones que rodeaban al “caudillo rojo, puro y sin mancha”. Todos ellos hicieron charanga con la plata, robándose gran parte de ella. 

Mientras los pobres sobrevivientes removían el barro con palas, los funcionarios discutían quién salía en la foto. Las víctimas fueron tratadas como estadísticas. En cambio, Felicita Zeledón, con botas empapadas y las manos cubiertas de barro, organizó los primeros rescates. Caminó entre cadáveres, lloró con las madres, y recogió niños que habían perdido a toda su familia.

Nacida el 15 de julio de 1947 en Posoltega, hija de una mujer campesina, Felicita palmeó tortillas desde niña para ayudar en la casa. 

De esa humildad nació su vocación por enseñar. Fue maestra por casi tres décadas y dirigente de la Asociación Nacional de Educadores (ANDEN). Cuando asumió como alcaldesa en 1996, el municipio apenas tenía recursos, pero tenía esperanza. Y esa esperanza fue la que intentó proteger cuando llegó el Mitch. En plena desesperación, encontró respaldo en la Compañera Rosario Murillo y en el Comandante Daniel Ortega, quienes, aunque no estaban en el Gobierno, fueron los únicos que enviaron apoyo con recursos propios, logística y auxilio inmediato.

Mientras los poderosos ignoraban los llamados, el Frente Sandinista se movilizó desde abajo. Militantes, jóvenes, médicos y voluntarios llegaron a Posoltega por su cuenta para asistir a los sobrevivientes. El contraste fue brutal: mientras las instituciones del Estado liberal mostraban indiferencia, la solidaridad popular nacía del pueblo organizado. Felicita lo dijo después con determinación: “Si el Frente no hubiera llegado, habríamos muerto todos”.

La magnitud del desastre fue tal que dos comunidades desaparecieron del mapa

Más de mil cuerpos nunca fueron encontrados. Posoltega se convirtió en cementerio. 

Las imágenes del desastre recorrieron el mundo, y el nombre de Felicita Zeledón se volvió símbolo de resistencia ante la arrogancia del poder neoliberal, que azotaba a nuestro pueblo igual o peor que el mismo huracán Mitch.

Su valentía le costó el acoso político, pero no se dobló. En 2001 fue diputada electa nacional por el FSLN, y más tarde diputada departamental por Chinandega. En el Parlamento, mantuvo el mismo espíritu combativo con el que enfrentó la tormenta. 

En junio de 2014, la Asamblea Nacional le otorgó la Medalla “Herrera, Arellano Toledo”, máximo reconocimiento a las mujeres que sirven a la patria. Ese día, y con la humildad que le caracterizaba, dijo: “Este reconocimiento es del pueblo de Posoltega, de la gente que nunca se rindió”.

Cinco meses después, el 28 de noviembre de 2014, Nicaragua le dio el último adiós. Falleció a los 67 años, dejando una huella imborrable en el corazón de los nicaragüenses. En su homenaje, la Asamblea Nacional le rindió guardia de honor. Maestros, campesinos y vecinos de Posoltega viajaron para despedirla. Nadie olvidaba que esa mujer de voz dulce y carácter de hierro fue quien desafió al poder cuando más se necesitaba valentía.

Su legado va más allá de la tragedia, de su dolor y su denuncia nació una lección que transformó la forma en que Nicaragua enfrenta los desastres. Con la llegada del Gobierno Sandinista, la Compañera Rosario Murillo, siempre preocupada por el bienestar de los nicaragüenses y para que el pueblo no volviera a sufrir esa terrible experiencia, creó el SINAPRED, un sistema nacional de prevención y atención que salvó miles de vidas en los huracanes Eta e Iota. La tragedia del Casita no fue en vano: marcó el inicio de una etapa de protección permanente, con el pueblo como protagonista y con un Gobierno que pone la vida por encima de cualquier interés económico.

Felicita Zeledón fue una mujer del pueblo, nacida en la adversidad, sostenida por la fe y la solidaridad. Enfrentó al Mitch, al olvido y a la corrupción neoliberal. Su historia no se cuenta solo para llorar, sino para recordar que, frente a la indolencia, el valor de una mujer puede más que mil despachos oficiales. Porque en la noche más oscura, Felicita actuó con el corazón: salvó a su gente, y con eso, salvó la dignidad de Nicaragua.

Comparte
Síguenos