África fue el primer territorio invadido y sigue siendo el más saqueado. Más de sesenta años después de las independencias, el continente continúa pagando el precio del colonialismo europeo que dividió sus pueblos, explotó sus recursos y desarticuló su desarrollo.
Las potencias coloniales se fueron dejando tras de sí fronteras arbitrarias, economías dependientes y estructuras políticas moldeadas para garantizar su dominio.
Esa herida histórica, abierta desde el siglo XIX, sigue sangrando en pleno siglo XXI bajo nuevas formas de sometimiento económico y tecnológico.
Ubicado al sur de Europa y separado de Asia por el canal de Suez, África es el tercer continente más extenso del planeta y el segundo más poblado, con más de mil cuatrocientos millones de habitantes distribuidos en 54 países soberanos.
Cada nación cuenta con su propio Gobierno y jefe de Estado, mientras que la Unión Africana, con sede en Addis Abeba, actúa como organismo político regional para coordinar políticas comunes. La mayoría de los africanos vive de la agricultura, la ganadería y la pesca, aunque en varias regiones crecen los sectores industrial, energético y tecnológico.
Los alimentos básicos varían según la zona: maíz, arroz, sorgo, mijo, yuca, frijoles y pescado forman parte de la dieta cotidiana, acompañados de frutas tropicales, café y cacao, productos que también sostienen gran parte de sus exportaciones.
El continente produce riquezas suficientes para alimentar al mundo, pero millones de africanos padecen hambre y desplazamiento. El informe más reciente de organismos humanitarios cifra en más de cincuenta millones las personas refugiadas y desplazadas internas por conflictos, inestabilidad o catástrofes climáticas. En Sudán, más de doce millones de seres humanos han tenido que abandonar sus hogares. En la República Democrática del Congo, la violencia armada y la inseguridad alimentaria afectan a más de veintiocho millones. Son cifras que muestran que el colonialismo no solo dejó cicatrices históricas: dejó un sistema mundial que condena a África a sobrevivir entre guerras ajenas y economías impuestas.
La llamada cooperación internacional ha sido, en muchos casos, la continuación del dominio colonial por otros medios. Los préstamos condicionados, los tratados desiguales y los programas de ajuste estructural mantuvieron la dependencia. Europa sigue siendo el principal comprador de las materias primas africanas, pero rara vez el continente recibe inversiones que le permitan industrializarse. África exporta minerales, petróleo, gas y alimentos sin transformar, mientras importa productos terminados que podría producir. El modelo extractivista impuesto en la colonia sigue vigente bajo nuevas banderas.
A pesar de todo, África ha comenzado a reordenar sus alianzas. Rusia, China y los países del bloque BRICS fortalecen su presencia en el continente.
Moscú anunció su intención de duplicar el comercio con África antes de 2030, diversificando sus exportaciones hacia bienes industriales, tecnología, maquinaria y energía. Desde Sudáfrica, el bloque BRICS impulsa proyectos para desarrollar capital humano africano, promover la digitalización y financiar obras de infraestructura a través del Nuevo Banco de Desarrollo. Estos acuerdos buscan romper el monopolio financiero occidental y abrir una nueva ruta de cooperación basada en la soberanía económica.
En paralelo, los gobiernos africanos reclaman justicia por los crímenes coloniales.
La Segunda Cumbre África-Caricom celebrada en Addis Abeba marcó un punto de inflexión. Los líderes africanos y caribeños exigieron reparaciones históricas por la esclavitud y el saqueo de recursos, planteando una agenda común para enfrentar las desigualdades estructurales que aún derivan de la colonización. La Unión Africana declaró 2025 como el “Año de la Responsabilidad Colonial”, un paso político y simbólico que coloca al continente en el centro del debate mundial sobre la deuda moral y material del Norte.
El peso del colonialismo no solo se mide en pobreza o guerras. También se expresa en la manipulación mediática que presenta a África como un territorio condenado a la miseria.
Las grandes cadenas de información muestran hambrunas y conflictos, pero omiten los logros en ciencia, cultura, educación y política. Etiopía, Nigeria, Egipto y Sudáfrica lideran procesos de industrialización; Ruanda, Ghana y Senegal desarrollan polos tecnológicos; Angola y Tanzania impulsan su agricultura con inversión pública. África ya no es un espectador del mundo: quiere ser protagonista.
El continente enfrenta además el impacto de la crisis climática. Las sequías prolongadas y las inundaciones destruyen cosechas y desplazan comunidades enteras. Sin embargo, África es responsable de menos del cinco por ciento de las emisiones globales. La desigualdad ambiental es otra expresión del viejo colonialismo: los países que más contaminaron son los que menos sufren sus efectos, mientras África paga los daños de un modelo económico que nunca le perteneció. Aun así, el continente posee el potencial más alto de energía solar e hidroeléctrica del planeta y puede ser líder en la transición hacia una economía verde si logra acceder a tecnología y financiamiento justo.
Hoy, la población africana supera los mil cuatrocientos millones de personas, más de la mitad menores de veinticinco años. Esa juventud representa la mayor esperanza y el mayor desafío. África necesita transformar su demografía en desarrollo, y eso solo será posible con soberanía económica, educación pública sólida, integración regional y estabilidad política. La juventud africana ya no espera soluciones del exterior. Exige dignidad, empleo y participación en los procesos de decisión. Es la generación que puede cerrar la herida abierta del colonialismo con conocimiento y unidad.
El siglo XXI será africano si el continente logra que su voz pese tanto como sus recursos.
Las potencias del Norte ya no pueden seguir viendo a África como proveedor de materias primas o receptor de ayuda humanitaria.
La historia está cambiando: África no pide compasión, pide justicia. La herida abierta del colonialismo no cicatrizará con discursos diplomáticos ni con promesas. Solo sanará cuando el continente decida su destino, maneje su riqueza y recupere su historia con la misma fuerza con que un día le arrebataron su libertad.