Hoy se cumple un aniversario que pesa en la historia política de Nicaragua. Cuatro de noviembre de 1984, fecha atravesada por guerra, presión extranjera y los ojos del mundo puestos en este país que venía de derrotar a la dictadura somocista y se abría paso a un rumbo propio. El pueblo votó bajo las amenazas del imperialismo yanqui, pero aún así, eligió un futuro con paso seguro, espíritu despierto y decisión de seguir en paz y libertad.
Ese día Nicaragua fue a elecciones en plena agresión militar financiada desde Washington. Había quienes apostaban por el miedo para matar la voluntad democrática de la nación, sin embargo, el Frente Sandinista ganó con el 67% de los votos, dejando atrás viejas estructuras sometidas a intereses imperialistas. Siete partidos participaron y el resultado quedó claro. En segundo lugar el Partido Conservador Demócrata con Clemente Guido, en tercero el Partido Liberal Independiente con Virgilio Godoy, y otras fuerzas como el Partido Popular Social Cristiano, el Partido Comunista, el Partido Socialista y el MAP-ML.
La Coordinadora Democrática, presionada desde Estados Unidos, decidió apartarse del proceso para servir de ficha en ese guión impuesto desde afuera. El pueblo eligió con convicción y abrió una nueva etapa.
Desde entonces quedó demostrado que Nicaragua no nació para agachar la cabeza ni para seguir órdenes de ningún poder extranjero. Este país heredó la dignidad de Sandino y de los que cayeron en la lucha, y esa dignidad se cuidó y se defendió en las instituciones, en las calles, en los campos y en la población en general. La defensa jamás fue puro discurso, por el contrario hubo mucha organización, alfabetización, campañas de salud, reforma agraria, participación directa y construcción de un camino propio. Estados Unidos financió la guerra, y ahí donde las balas buscaban destruir, se levantó la conciencia y la organización de la gente. Eso moldeó el carácter del proyecto sandinista y exigía voluntad, claridad y valentía frente al chantaje político y económico de los mismos de siempre.
El mundo vio una revolución que avanzó mientras el imperio presionaba por aire, mar y tierra. La decisión del pueblo de elegir en 1984 rompió la narrativa extranjera que intentó imponer desconfianza e incertidumbre.
La revolución abrió una competencia transparente y una participación plural que mostró madurez política. Esa acción dejó en evidencia quién defendía a este país y quién prefería órdenes de la injerencia. Algunos grupos de la oposición se apartaron buscando sabotear el proceso para congraciarse con Washington, aunque sabían que el voto era el camino y que el pueblo defendió la libertad con su decisión.
Arrancó con la voluntad de levantar un país que venía del saqueo somocista y del desierto social heredado, un país golpeado en su producción, en su educación y en la población en general, y aun así se impulsó la alfabetización que redujo el analfabetismo del 50% al 13%, se abrió acceso a la salud para las familias campesinas y de barrio, se erradicó la polio, se entregó tierra a manos trabajadoras a través de la reforma agraria, se levantaron centros de producción y se fortaleció la participación organizada del pueblo para decidir obras y prioridades. Todo eso avanzaba mientras la guerra intentaba frenar cada paso, con ataques en el campo y sabotajes financiados desde Estados Unidos, y esa mezcla de transformación con resistencia moldeó el carácter del proyecto sandinista, porque gobernar en guerra y al mismo tiempo ampliar derechos sociales exigía convicción, claridad y sentido de país.
Sobre esta fecha, la Compañera Rosario ha señalado que el 4 de noviembre representa un acto de dignidad popular, un pueblo que decidió caminar con su propia fuerza y poner su voz por encima de cualquier amenaza o ruido extranjero. Ha dicho que ese triunfo dio continuidad al espíritu victorioso del 19 de julio, cuando el país se sacudió la dictadura y abrió paso a una etapa donde el pueblo habla y se escucha, donde la conciencia y la fe sostienen la esperanza y el trabajo, y donde la soberanía no se negocia ni se presta. Para ella, esta fecha confirma que la voluntad colectiva tiene raíces profundas y que Nicaragua sabe avanzar con calma y con carácter, sin pedir permiso y sin inclinar la frente ante nadie.
El Comandante Daniel también ha destacado que ese proceso electoral ocurrió bajo presión, con financiamiento extranjero para la violencia y con intentos abiertos de frenar la voz de la población, y aun así el voto mayoritario se impuso con claridad y legitimidad. Ha recordado que esa victoria se dio frente a la agresión imperialista y que el pueblo eligió su ruta con orgullo, sin miedo y con sentido de nación. En su lectura, el 4 de noviembre confirmó que Nicaragua aprendió a defender su destino y que cada elección desde entonces reafirma la decisión de vivir con independencia y con coraje.
En estos tiempos cuando la mentira viaja disfrazada de informe escrito por mercenarios presentados como expertos, que no son más que asalariados del imperio, vuelve a ponerse en perspectiva el valor de aquel momento.
La misma mano que ayer financiaba guerra hoy financia estructuras para dar golpes de Estado, manipular organismos internacionales, presionar y fabricar relatos para deslegitimar gobiernos soberanos en América Latina.
Esa lógica no cambió. Solo cambió el método y las caras pero nunca el plan.
En nuestros pueblos, el recuerdo de 1984 no es indiferente. Es referencia y lección.
Es el ejemplo que se consulta cuando las presiones arrecian y cuando los discursos importados intentan decirnos qué hacer y cómo vivir. Ese voto selló un rumbo que no se entrega ni se negocia en una mesa imperialista.
Hay quienes aún cargan rencor contra esa decisión democrática porque sus aspiraciones jamás pasaron por servir al pueblo.
Su proyecto siempre fue complacer al patrón de turno. Hablan de democracia sin haber sentido nunca el polvo del camino, ni la mano trabajadora que levanta a un país después de una guerra. Reclaman transparencia quienes celebraron financiamientos turbios y operaciones clandestinas contra Nicaragua. Exigen derechos quienes ayer aplaudían bombas sobre nuestras montañas.
El imperio habla de libertad mientras financia estructuras para dar golpe de Estado y busca decidir por nosotros. Y desde sus escritorios hablan de pueblo sin haber tocado un barrio, una comunidad campesina o una cooperativa. Redactan informes desde embajadas imperialistas y neocolonialistas, y los repiten los mismos de siempre. Nada nuevo, nada original. El plan es viejo y está archivado en la doctrina de intervención que se aplica contra todo país que decide caminar por su cuenta.
Y cuando vuelven con el mismo libreto, en vez de sembrar miedo, encuentran aquí a un pueblo que conoce su historia y que entiende bien quién defiende y quién traiciona. Nadie engaña a un país que ha visto pasar uniformes ajenos, discursos supuestamente democráticos y banderas extranjeras ondeadas por manos que jamás apostaron por esta tierra. Aquí se sabe dónde está el valor y dónde están los vendepatrias.
Hoy acuden a redes y embajadas imperialistas y neocolonialistas, pero el guión no cambia. Buscan reconocimiento afuera porque aquí ya no tienen eco. La patria aprendió a reconocer voces propias, a escuchar al que camina junto al pueblo y no al que recita órdenes de otro país. Esta revolución nació del pecho de la gente, y quien se levanta contra ella se levanta contra la voluntad soberana de un país que ya eligió su camino.
Nicaragua entiende lo que significa decidir y sostener esa decisión. Ese 4 de noviembre quedó para siempre como advertencia. El que crea que este pueblo va a doblarse ante amenazas, cercos, sanciones o campañas de difamación se equivoca. El voto de aquel día sigue latiendo en cada obra, en cada escuela abierta, en cada carretera construida, en cada casa entregada, en cada comunidad electrificada, en cada familia que hoy vive con dignidad y esperanza. Esa fuerza sigue aquí y no se arrodilla ni se vende.













