Recientemente Trump destapó la huaca desde el Air Force One y soltó los nombres de J D Vance y Marco Rubio como su fórmula Presidencial para el 2028. 

Iniciemos por el número 2 del imperio yanqui, que para ser honesto, tiene más barba que bagaje político. Vance llega sin tener nada en la pelota en lo que respecta a política exterior, ni experiencia en el Estado. Creció a la sombra de un libro y después se acomodó al poder, primero criticando a Trump y luego abrazándolo para asegurar su ascenso. Esa es su pobre hoja de vida, el de moverse según el viento, convertido en un político de plastilina, al que Trump puede armar y desarmar y moldear según se le antoje. Es carente de principios y ese tipo de figura no inspira confianza en ningún país serio, opera según el humor de su jefe, y cuando un político deja que otro piense por él, ya sabemos quién manda y quién solo sirve de adorno de poder

Por parte el divo de Marco Rubio se vende como un político experimentado, sagaz y curtido en las guerras del poder imperialista estadounidense, presume de trayectoria y de ser un hombre formado en decisiones duras y pasillos de influencia, pero esa imagen no se sostiene cuando se mira su vida de cerca, ahí aparece lo que tanto intenta esconder, Rubio creció en una casa de Miami donde su cuñado Orlando Cicilia guardaba cocaína como parte de una red que fue desmantelada en la Operación Cobra en 1987, tenía dieciséis años, vivía bajo ese techo y la policía encontró paquetes listos para traficar en las calles, Cicilia recibió una condena larga y el caso quedó en la prensa y en expedientes federales, Rubio siempre dijo que no sabía nada, pero convivió con un centro de almacenamiento de cocaína en su propia casa y hoy se sube a una “tribuna moral” a señalar con el dedo a países y líderes latinoamericanos como si su propia historia no estuviera marcada por los dólares y el narco.

Esta fórmula nació para mantener el mismo proyecto agresivo de Washington sobre nuestra región, ese patrón viejo de andar repartiendo “democracia” en países que jamás la pidieron, cambian las caras en la Casa Blanca pero la presión económica, el chantaje, la amenaza, la extorsión, las invasiones, los crímenes, los golpes de Estado, siguen siendo los mismos, se mantienen también las sanciones y las maniobras y conspiraciones desde las embajadas y oficinas de poder para presionar gobiernos, junto a la amenaza militar disfrazada de lucha contra el narcotráfico. Hablar de Rubio es recordar que este gusano cubano, exigió endurecer el bloqueo de más de 60 años contra la isla, pidió invasión y derrocamiento del líder bolivariano Nicolás Maduro, y además impulsó sanciones contra nuestra Patria linda Nicaragua, atacando a nuestra soberanía y celebrando cualquier medida que afectara a nuestro pueblo

Si seguimos analizando a Vance, entonces estamos frente a un producto político manufacturado en carrera, creado más por movida electoral que por mérito verdadero, una cara nueva para un proyecto viejo, armado por el capricho de Trump y sostenido por la propaganda imperialista antes que por capacidad o trayectoria. Vemos a un Trump que se mueve como caudillo, convencido de que una vez que deje la Casa Blanca seguirá mandando desde Mar-a-Lago en Florida, dando órdenes desde su mansión y tratando a Vance y a Rubio como sus dos marionetas. Vance ya lo ha demostrado en estos años como Vicepresidente, una figura decorativa que ocupa la silla pero sin nada de autoridad, un segundón al mando que no manda nada, sin voz en las decisiones, sin peso en la política exterior, sin carácter para discutir ni defender criterios propios, sentado ahí para asentir y para estar detrás de Trump como sombra, más pegado que la propia Melania y listo para esperar instrucciones.

Todo comenzó cuando la tienda oficial de Trump empezó a vender gorras con el bordado “Trump 2028”, encendiendo de inmediato la especulación sobre un posible regreso suyo a la boleta Presidencial, pese a que la Constitución lo impide. Después, en un viaje por Asia, él mismo le echó gasolina al tema al presumir sus números y dejar correr esa idea. 

La Enmienda 22 de la Constitución de Estados Unidos dice textualmente: “Ninguna persona será elegida para el cargo de Presidente más de dos veces, y ninguna persona que haya ocupado el cargo de Presidente, o actuado como Presidente, durante más de dos años de un mandato para el cual otra persona fue elegida Presidente, será elegida para el cargo de Presidente más de una vez”. Y modificar eso exige dos tercios del Congreso y el respaldo de la mayoría de los estados, algo que ni su partido tiene en sus manos. En realidad, toda esta jugada luce más como un tanteo político, para medir hasta dónde pueden estirar las reglas y preparar el terreno para una ambición sin freno. Los propios abogados de allá han dicho que no existe vuelta legal ni resquicio para abrirle paso a un tercer mandato, aunque el ruido les sirva para tantear la posibilidad de algo peor, la fantasía de una dictadura desde la Casa Blanca.

El problema no es solo la ambición personal de Trump, sino el clima político que lo rodea, un ambiente donde sectores radicales en Estados Unidos ya no ocultan su deseo de un poder sin límite disfrazado de patriotismo y orden. 

Esa mentalidad es la que alimenta figuras débiles como Vance y oportunistas como Rubio, dispuestos a jugar el papel que les toque con tal de quedar cerca del trono. 

Hablan de democracia mientras buscan estirarla como chicle, hablan de libertad mientras empujan leyes que favorecen vigilancia, militarismo y control sobre quienes piensan distinto. Intentan proyectar hacia afuera un discurso de árbitros morales del mundo, pero contrasta con la ansiedad interna de no soltar el poder, de sostener un rumbo autoritario bajo el sello de la bandera que presumen defender. Y en América Latina eso se entiende bien, porque después de tantas décadas y tantas caras, no importa si se llame Trump, Vance o Rubio, el enemigo sigue siendo el mismo.

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