Dedicarle un artículo a Roberto Clemente hoy y no hasta el 31 de diciembre debe ser visto como un acto de gratitud, esa gratitud de la que lamentablemente muchos seres humanos carecen, pero que yo considero una inmensa virtud. Clemente no debe ser una costumbre de fin de año. Los Nicaragüenses sentimos un agradecimiento real hacia el boricua. Clemente dejó su familia, la fiesta, su tranquilidad y su vida cómoda para traer ayuda a los afectados por el terremoto. Por eso escribo ahora porque nuestro agradecimiento hacia él es esterno.

El 23 de diciembre de 1972, la tierra tembló en Managua. La ciudad se derrumbó bajo el polvo y los gritos. Miles de familias quedaron atrapadas entre escombros mientras la dictadura somocista demostraba su incompetencia ante la tragedia. 

En Puerto Rico, Roberto Clemente escuchó las noticias con mucha angustia. Acababa de pasar tres semanas en Nicaragua durante el Campeonato Mundial de Béisbol. Conocía estas calles, había compartido con nuestra gente, por eso inmediatamente comenzó a organizar toda la ayuda que pudo. Durante siete días, Clemente trabajó sin descanso. Recolectó las medicinas, los alimentos y mucha ropa, logró despachar tres aviones, pero al preguntar por el destino de la ayuda, sus colaboradores le dijeron la verdad, la Guardia Nacional de Somoza se robaba todo. 

Los criminales de uniformes verdes acaparaban los suministros mientras el pueblo seguía muriendo entre los escombros.

La madrugada del 31 de diciembre, Roberto Clemente miró a su esposa Vera mientras empacaba su maleta. "Voy a ir personalmente", le dijo. "A ver si a mí me van a robar la ayuda". Esa tarde, en el aeropuerto, por momentos dudó al ver el avión DC-7. El equipo estaba viejo, sobrecargado, además, el piloto llegó tarde, por lo que casi se cancela el viaje. A las 21:22 horas, el avión despegó rumbo a Managua. En la cabina, Clemente ya llevaba entre sus manos una lista con los nombres de todas las familias que ayudaría al llegar. 

Diez minutos después, el avión se estrelló en las aguas del Océano Atlántico a una milla y media del Aeropuerto Internacional de Isla Verde. Lo que reportó la Marina es que supuestamente el problema se presentó precisamente en el instante en que la nave viraba hacia la izquierda, y que según expertos de aviación es una acción normal cuando el objetivo era hacia el norte o bien al oeste.

Después del fatal accidente, barcos y helicópteros comenzaron con la búsqueda del avión siniestrado con la esperanza de encontrar con vida a sus ocupantes, algo muy imposible, pues era de noche y el mar estaba muy violento. Cuando se hizo de mañana, varias personas siguieron sin importarles la dificultad que presentaban los vientos y los movimientos del mar. Cientos de personas fueron a la Playa de Boca de Cangrejos para mirar el trabajo que desempeñaban los rescatistas, teniendo la esperanza de que pudieran encontrarlos.

Pasaron las horas y los días y solo algunas cosas se pudieron encontrar, entre ellas algunas partes del avión, maletas y chalecos salvavidas, pero nada de los ocupantes. 

Por eso fue importante la intervención de buzos de la Marina. El 3 de enero por fin se encontró un primer cuerpo, era el del piloto. 

Ya para el 4 de enero se pudo hallar el avión, que estaba a 40 metros de profundidad. 

Las violentas aguas y la mínima visibilidad bajo el mar hicieron muy difícil acceder a él, pero lo que se confirmó fue que la nave se despedazó cuando hizo contacto con el mar. Según testigos en ese tiempo, el avión presentó cuatro explosiones antes de precipitarse.

Los trabajos siguieron y fue urgente utilizar un equipo de sistema de sonar, que llegó proveniente de Estados Unidos y que ayudó a encontrar la cabina el viernes 5 de enero, pero sin presencia de los otros 3 tripulantes. 

Sin embargo, se encontraron el fuselaje y la cola, que estaban a 400 metros del lugar donde apareció la cabina.

En ese tiempo no existía el internet, por lo tanto, la noticia llegó a Nicaragua lentamente en los barrios destruidos de Managua, donde Clemente había paseado semanas antes. 

La gente encendió velas y lloró al hombre que murió por intentar ayudarlos. El 12 de enero, la Marina estadounidense suspendió la búsqueda oficial. Pero los pescadores siguieron mirando el mar, como esperando que el número 21 emergiera de las olas con su sonrisa intacta.

Hoy, a menos de un mes de cumplirse 53 años de aquella dolorosa tragedia, es importante describir que cuando un niño nicaragüense golpea una pelota en un estadio, es imposible no recordar su nombre. El mar se quedó con su cuerpo, pero su entrega sigue bateando jonrones en el imaginario de un pueblo que nunca lo olvidó. Este próximo 31 de diciembre de 2025 se cumplirán 53 años de la tarde en que el mar Caribe se tragó el avión que llevaba a nuestro héroe Roberto Clemente, el mismo que viajaba hacia Nicaragua con mucha ayuda humanitaria y su inmenso corazón. Medio siglo después, su figura ha trascendido el recuerdo para convertirse en un símbolo permanente de solidaridad y entrega.

La Compañera Rosario Murillo, en su constante labor de exaltar los valores y cualidades de esos grandes seres humanos que lo dieron todo pero que hoy ya no están en este plano de vida, en una de sus importantes intervenciones en las que en fin de año recordaba a Clemente y EN DIRECTO desde los Medios del Poder Ciudadano, para todo el pueblo nicaragüense, dijo: "Todos los 31 le rendimos homenaje y cada vez con más fuerza porque no solo le admiramos y le queremos sino que también deseamos imitarle en esa lucha por una familia humana, por una familia humana solidaria y complementaria", manifestó la Compañera Rosario. Sus palabras reflejan el espíritu con que el Gobierno de Reconciliación y Unidad Nacional mantiene vivo el recuerdo del pelotero, del humano, del héroe de todos los tiempos.

Hoy en cada estadio que se juega béisbol, en cada academia deportiva donde niños y jóvenes practican béisbol, late el corazón de aquel hombre que prefirió ayudar antes que celebrar. Su ejemplo se ha convertido en bandera de la Nicaragua que construimos día a día, donde el deporte es derecho del pueblo y la solidaridad es principio fundamental. Más allá de las estadísticas deportivas, Clemente representa los valores que impulsa nuestra Nicaragua bendita, la entrega sin condiciones y la convicción de que otro mundo es posible. Por eso, a casi 53 años de su partida física, su espíritu sigue vivo en cada acción solidaria, en cada entrega de amor al prójimo que caracteriza a nuestra sociedad en paz y bien.

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