Los analistas, que por cierto los hay por montones, pues cada quien aquí es politólogo, viven repitiendo que en Nicaragua el plomo flota y el corcho se hunde, frase por demás cajonera con la cual cada quien pretende perfilar la profundidad de sus análisis. Con ello se quiere decir que en este país cualquier cosa pasa y que el nuestro es el reino de lo inverosímil.

Un amigo me refrescaba hace unos días, que ningún país en Centroamérica había ha sufrido tanto como Nicaragua en su relación con la naturaleza. Al respecto confirmé que solo nosotros en el área hemos conocido y hasta repetidamente, el ciclo poderoso de la fuerza terrenal cuando terremotos, maremotos, huracanes, deslaves, inundaciones, rayerías, tornados, granizos, erupciones y a lo mejor hasta fuego del cielo, hemos padecido y ahora mismo en pleno verano nos pegan lluvias que nos empapa que nos empapan en muchas partes del territorio en pleno verano y claro cada una de esas manifestaciones de la madre naturaleza siempre han traído las millonarias pérdidas materiales y humanas.

Pero a este impresionante currículum que ha tenido nuestro país en su relación con la naturaleza y que gracias a Dios no la han sufrido tan estrechamente otras naciones de la región, también debemos sumar otras situaciones que francamente son tragicómicas y que narradas con meridiana puntualidad, por serios y notables señores, entre los que incluyo a mi abuelo, Don Joaquín Evaristo Pastora Artola, ido hace muchas lunas, no me queda duda que nuestra historia, amén de nuestra convulsa realidad política, es otra arista de nuestras particularidades.

Cuentan esos sabios que en la década de los cincuenta llegó a Nicaragua la famosa Tongolele cuando la peluca era el grito de la moda. Entonces el mujerero que le recibió en el aeropuerto le desgreñó la melena para comprobar si su pelo era verdadero o estaban frente al hermoso accesorio creado por la mano del hombre. La visitante quedó por supuesto chomporoca y víctima una situación que jamás le había ocurrido en otra parte.

Tiempo después vino Don Mario Moreno, “Cantinflas”, el Mimo y bajándose del avión le robaron la cartera. Aquella celebridad nunca había vivido en carne propia una experiencia igual y tras recuperar su billetera perdonó al ladrón al que le dio los dólares que andaba, tras haber recuperado sus documentos.

Más tarde llegó al país como parte de una travesía que de norte a sur realizaba por Latinoamérica el más famoso paracaidista del momento. Era un norteamericano que le había dado la vuelta al mundo y realizado en sus célebres exhibiciones más de dos mil saltos, todos con éxito. Para acabose de su carrera se lanzó al vacío de nuestros azules cielos y el paracaídas no se abrió cayendo en caída libre a una altura de más de 10 mil pies. Al hombre tuvieron que desenterrarlo para mandarlo hecho cadáver a su país y hasta ahí llegó su récord. 

Dicen también que cuando se inauguró el Teatro Margot vino Agustín Lara y que en pleno concierto de vals un camión se metió al escenario y acabó con la función y casi con el artista que quedó quebrado y que tuvo que prolongar su estadía más allá de lo programado con la firme determinación de nunca más volver.

¿Será cierto todo eso? Sinceramente no sé, pero si me consta por ejemplo, porque personalmente lo viví, que cuando vinieron los famosos aviones supersónicos Thunderbird, que no eran otra cosa que un escuadrón de acrobacias, tuvieron que pasar como 15 días más de lo programado porque después de la primera función,  a las gentes, que se metieron hasta los hangares, se les ocurrió llevarse de suvenir mangueritas, piezas  y tornillitos que sujetaban el fuselaje de aquellos cazas que al romper la barrera del sonido hicieron añicos los ventanales del entonces Aeropuerto Internacional las Mercedes que inauguraban la fallada de cristal de la terminal aérea con esa exhibición. Por supuesto una cosa parecida o igual nunca le había sucedido al escuadrón.

Pedrito Fernández, el de la Mochila Azul, se presentó en el estadio de León para un concierto, pero antes que él, un lustrabotas que lo imitaba a la perfección se le robó el show. El Artista al protestar por aquella suplantación recibió del lustrador una sarta de insultos que por nada termina en un linchamiento contra el mexicano porque quienes llegaron a verlo se pusieron del lado del nuestro.

Cuentan algunos que fueron del círculo íntimo de Anastasio Somoza Debayle que cuando vino a Nicaragua la españolita Rocío Dúrcal, estando ella en el pináculo de su carrera, el General que era el hombre más poderoso del país, la mandó a llamar para atenderla personalmente con una cena para dos y entre copa y copa aquello se fue extendiendo y la noche avanzando. Los que refieren la historia sostienen que la cantante nunca hizo el show para el que fue contratada y al día siguiente huyó despavorida porque Tacho quería el bandidito hacer otra cosa con ella.   

Se acuerdan de Lee Major, el hombre biónico, le gustaba conocer países tropicales como el nuestro. Con ese propósito llegó a Nicaragua y se hospedó en el piramidal Hotel Intercontinental, mucho antes de que pasará a ser el Crown Plaza de hoy. Una mañana el hombre biónico bajó a la piscina y mientras firmaba autógrafos y se tomaba sus buenos Flor de Caña su habitación estaba siendo desbalijada para robarle hasta el último centavo.  

Más recientemente vino un famoso bicicletista francés a romper su propio record de velocidad en el Cerro Negro. Todo iba bien hasta que unos metros antes de llegar a la meta impuesta la bicicleta se desintegró y el galo salió catapultado a parar como a treinta metros de donde comenzó a rodar vertiginosamente. Pasado muchísimo tiempo de aquello y el velocista nunca quedó igual, el intrépido corredor jamás se recuperó.

Hay mucho más que decir sobre todas estas cosas que suceden en Nicaragua. La lista de hecho, anecdóticamente hablando, es mucho más amplia y tan controversial como que en algún momento en la historia los nicaragüenses llegamos a tener a un gringo como Presidente que por añadidura nos impuso la esclavitud y nos quemó Granada.

¿Porque sucedieron estas cosas? ¿Son asuntos del destino o de la casualidad? Yo prefiero creer que son señales para que busquemos a Dios. Para que nos demos cuenta que la naturaleza y el infortunio que camina paralelo a nuestras vidas, son lenguajes que nos expresan que algo no hicimos bien o no estamos haciendo bien y que tenemos que rectificar para ser merecedores de la piedad de la naturaleza de Dios a quien debemos buscar donde lo podamos encontrar y ese lugar es nuestro corazón, nuestra mente y nuestra alma.

Dios es mucho más que una fuerza. No es sólo un principio de unidad, una energía de vida, una inteligencia universal o un ser supremo sin fisonomía. Es el Creador de todas las cosas. Hay que tener presente que Dios quiere revelarse a nosotros. Que creó el mundo expresamente para tener una relación con nosotros. Quiere jugarnos íntimamente. Siempre quiere estar con nosotros más de lo que nosotros queremos estar con Él. Sabe todo acerca de nosotros. Piensa en nosotros todo el tiempo. Es el Dios todopoderoso quien nos hizo para que le tuviéramos confianza y consultáramos con Él las cosas que no somos capaces de entender.

¿Quién de nosotros no pasó alguna vez por situaciones muy difíciles cuando menos lo esperábamos? La verdad es que cuando todo está bien en nuestra vida material, en la familia y en el trabajo, somos indiferentes, e incluso caminamos alejados de Dios y de la vida de fe. También es muy común que busquemos a Dios solamente en el momento en que algo malo sucede o se nos mueven las bases materiales o se nos pone el futuro en peligro. Son oportunas y consoladoras las palabras de Jesús: “Os digo todo esto para que encontréis paz en vuestra unión conmigo. En el mundo habréis de sufrir, pero tened valor, yo he vencido al mundo”.

Reflexionó sobre el tema para que aprovechando esta temporada tan bella que es la navidad y que ya gozamos en todo su esplendor nos demos un tiempo y reflexionemos para ser mejores como personas, como padres, hijos, ciudadanos y nicaragüenses que por patria tenemos a una Nicaragua que amar y cuidar.

Es claro que la paz que todos buscamos no es aquella que nos represente una vida sin problemas, -ojalá fuese posible- sino de saber sortearlos en buena compañía y eso significa alejarnos de las paredes, de los que matemáticamente solo saben restar y dividir, de los que jamás comprenderán que en nuestra fe está la clave de nuestro optimismo que es el que nos conduce al éxito en la construcción sólida que de la patria que tenemos hemos hecho todos juntos e insisto la mejor patria de todos los tiempos.

En Nicaragua le sentimos sabor a la vida porque andamos, porque no nos quedamos en un solo lugar, evolucionamos todos los días haciendo cosas nuevas, probando cosas nuevas con la convicción de que estamos no solo en lo correcto, sino que además venciendo a los que nos quieren derrotar a través del miedo y del fracaso.

Nosotros los nicaragüenses que amamos realmente esta tierra no medimos nuestros triunfos por las referencias del pasado, si así fuera seríamos estatuas de sal, sino por los pasos que siempre van hacia adelante, lentos o rápidos, pasos con heridas, con dolores, con cayos, pero pasos sin retorno a lo que nunca sirvió, a lo que siempre fue un estorbo.

Hay quienes hacen mucho ruido pretendiendo llamar la atención de quienes les ignoramos y sufren cuando saben que nuestro silencio es el sinónimo de nuestra relación con Dios sobre todos ahora que haciendo el repaso de lo actuado a lo largo de este ciclo que está por cerrarse tenemos frente a nuestros ojos un país placido y rebosante que encontró en sus ciudadanos a personas con alma, que saben quien es quien en una Nicaragua no se cansa ni se rinde.    

QUE DIOS BENDIGA A NICARAGUA.

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