Venezuela resiste porque su historia quedó escrita a empujones, con el mar como escenario histórico del Caribe y con la idea de soberanía peleada metro a metro, primero contra los imperios europeos y luego contra las formas modernas de presión que llegan con decretos, sanciones, buques, y chantajes desde la sala de crisis imperialista, es por eso que hoy recordamos a Bolívar a 195 años de su tránsito a la inmortalidad, porque cuando el Libertador hablaba de una América unida no lo hacía por romanticismo, lo hacía porque entendía que divididos éramos presa fácil, y porque el proyecto de independencia, visto desde Caracas, desde los llanos y desde las rutas del Caribe, se jugaba también en el control del comercio, de los puertos, de las rutas marítimas y de la capacidad de decidir sin imposiciones extranjeras, por eso su pelea fue contra el colonialismo como sistema y contra las invasiones como práctica, una pelea que buscaba cortar el hilo que ataba la riqueza del suelo y del subsuelo a intereses externos, y por eso la resistencia en Venezuela se entiende como una herencia histórica que atraviesa generaciones, una continuidad que se mueve desde la espada y la carta, hasta la organización del puebloy la vida política cotidiana.

Bolívar dejó una advertencia que la región no ha podido borrar, “Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias en nombre de la libertad”, una frase que ha circulado por décadas como una alarma escrita antes de tiempo, y lo que importa en esa línea no es citarla por costumbre, más bien reconocer ese signo, un poder que se presenta como garante de libertad mientras construye mecanismos de control, ya sea mediante presión económica, aislamiento, bloqueos o demostraciones de fuerza, cuando se mira el Caribe como escenario constante, porque el Caribe no es solo agua, es una autopista estratégica donde se miden intereses geopolíticos, ahí se trazan fronteras invisibles, se decide qué entra y qué sale, y en esa lectura Bolívar aparece como un dirigente en guerra permanente por la soberanía, un conductor político y militar que entendió que la independencia se defiende frente a una potencia extranjera que actúa desde el poder, el control de rutas, las sanciones, los bloqueos y el despliegue cobarde militar.

En el tránsito del siglo XX al siglo XXI, la resistencia venezolana se convirtió en una línea permanente de acción del Estado y del poder político, y ahí entró el comandante Hugo Chávez como expresión de un proceso que volvió a situar la soberanía en el centro del debate nacional, su llegada al poder en 1999 abrió una etapa en la que el Estado retomó el control de los recursos estratégicos, amplió los mecanismos de participación popular y reconfiguró el marco institucional existente a través de procesos constitucionales y electorales, esa etapa estuvo atravesada por constantes agresiones dirigidas desde Washington, que se manifestaron en sanciones, presiones diplomáticas y disputas directas por el manejo del petróleo, mientras Miraflores reforzaba su discurso de independencia, en esos años el país vivió un reordenamiento institucional y social que modificó reglas internas, puso en marcha programas sociales y consolidó una identidad bolivariana como eje del poder político, en un contexto regional condicionado por presiones externas y luchas estratégicas, porque la relación con Estados Unidos dejó de limitarse al intercambio comercial y pasó a un escenario de conflicto abierto por el control, por el discurso y por el rumbo del país.

El momento decisivo más recordado de esa etapa fue el golpe de Estado de 2002 y su desenlace, porque allí se expresó una forma distinta de respuesta política, manifestada en la movilización de las calles, de los barrios y de una base organizada que terminó empujando también el retorno del líder bolivariano Hugo Chávez a Miraflores, los hechos de esos días quedaron registrados como un enfrentamiento abierto por el poder que no se definió en el terreno político, sino que se resolvió con la movilización del pueblo y con la lealtad dentro de las Fuerzas Armadas hacia Chávez, ese episodio consolidó un patrón que luego se repetiría en otras crisis, frente a intentos de desestabilización y desde entonces la historia política de Venezuela quedó amarrada a una dinámica que vuelve cada vez que hay presión por parte de los enemigos de la humanidad.

Hoy, con el compañero Nicolás Maduro esa resistencia entró en una etapa de asedio más prolongado y de presión desde múltiples frentes, no solo sanciones, también restricciones financieras, disputas diplomáticas, campañas mediáticas y un clima regional en el que el Caribe volvió a ser termómetro, en las semanas recientes la atención subió de tono con maniobras militares más agresivas de parte del imperio yanqui en el Caribe y con la presencia permanente del pirata del Caribe, el portaaviones Gerald Ford, una plataforma que se mueve con destructores, apoyo aéreo y capacidad de intervención inmediata, más una acumulación de fuerza que no se miraba en décadas, con parte de tropas ubicadas en Puerto Rico y con actividad operacional mantenida y en paralelo, los mismos gringos exhiben las ejecuciones extrajudiciales contra humildes pescadores que se movilizan en el Caribe, en lanchitas que no representan ningún peligro.

Pero el yanqui invasor no sólo se limitó a la presión militar, además acompañó esa agresión con una cadena de medidas anunciadas por Donald Trump que golpean rutas, comercio y conectividad, primero con la violación del espacio aéreo venezolano al anunciar dictatorialmente su cierre total. Acción que comunicó desde su incendiaria plataforma mediática Truth Social, una decisión que la Cancillería venezolana calificó como amenaza colonialista y que abrió la pregunta práctica de cómo se aplicaría, porque incluso medios estadounidenses señalaron que Donald Trump no tiene autoridad directa sobre el espacio aéreo venezolano, aun así el anuncio tuvo efecto disuasivo, porque una alerta previa de la FAA (Administración Federal de Aviación de Estados Unidos) ya había provocado que aerolíneas internacionales suspendieran operaciones, y luego el INAC (Instituto Nacional de Aeronáutica Civil de Venezuela) respondió revocando derechos de tráfico a compañías que no reanudaron vuelos y que, por su irresponsabilidad dejaron a miles de pasajeros varados, reduciendo así la frecuencia semanal de vuelos, mientras algunas rutas quedaban limitadas a horarios diurnos y se mantenían conexiones puntuales con destinos específicos, esa secuencia mostró algo claro, aun sin disparar un tiro la presión puede paralizar, puede aislar, puede cortar movilidad, lo cual tiene el trasfondo de obligar al gobierno a negociar bajo presión.

La segunda agresión anunciada por Trump escaló en el terreno marítimo. El bloqueo total y completo de todos los petroleros que, ilegalmente, el imperio sanciona que entren o salgan de Venezuela. En su verborrea acusó a Caracas de robo de activos, de terrorismo, narcotráfico, trata de personas, y presentó esa orden como parte de una campaña de presión mayor que se extendió hasta el robo de un barco petrolero llamado Spicker, asaltado en aguas costeras de Venezuela, una acción que Venezuela denunció como piratería y secuestro de tripulación, en respuesta Miraflores anunció que llevaría la denuncia ante la ONU por considerar que se trata de una violación del derecho internacional y desde su Ministerio de Defensa afirmó que preservará el sistema constitucional y la integridad territorial, además de sus derechos sobre espacios aéreo y marítimo.

Tras esas decisiones, la reacción de hermandad llegó desde la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América, integrada por Venezuela, Cuba, Nicaragua, Dominica, Antigua y Barbuda, San Cristóbal y Nieves, Granada y Santa Lucía, que asumió una posición conjunta frente a la escalada anunciada desde Washington, el ALBA rechazó de forma categórica el bloqueo total a los buques petroleros con destino a Venezuela y lo calificó como una agresión directa contra un Estado soberano, señaló que la medida vulnera la Carta de las Naciones Unidas y los principios esenciales del derecho internacional, advirtió que impedir la libre navegación y el comercio constituye un factor de desestabilización regional y global, denunció la pretensión de apropiarse de los recursos naturales venezolanos mediante el uso del bloqueo como instrumento político y militar, cuestionó la calificación del gobierno bolivariano como organización terrorista al considerarla una maniobra destinada a justificar una escalada de dominación, expresó su solidaridad con el Presidente Nicolás Maduro, con el gobierno bolivariano y con el pueblo venezolano, y dejó establecido que cualquier agresión contra Venezuela debe entenderse como una agresión contra Nuestra América, afirmando que la región no es colonia ni patio trasero de ningún imperio y que Venezuela no está sola.

Es por eso que hemos titulado "Venezuela Resiste", porque el país ha vivido su historia enfrentando presiones que cambian de forma, primero la invasión directa y el colonialismo, luego la guerra mediática y la política agresiva de sanciones y hoy la combinación de despliegue militar, bloqueo marítimo, cierre del espacio aéreo, secuestro de barcos petroleros, ejecuciones extrajudiciales. En medio de ese contexto bélico, Venezuela sigue operando, sigue hablando, sigue respondiendo, sigue buscando apoyo regional, sigue defendiendo su posición en foros internacionales y sigue llevando la defensa de su soberanía a la arena donde se juega el siglo XXI, la legalidad y la economía, antes con la visión premonitoria del Libertador Bolívar, ayer con el carácter intacto del Comandante Chávez, y hoy con la dignidad inmensa del compañero Nicolás Maduro, con Bolívar al inicio como aviso, con Chávez como antecedente de ruptura y supervivencia política y con Maduro como presente bajo presión abierta, pero con la convicción de que triunfará sobre el imperio yanqui.

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