Durante la Revolución Francesa de 1789, los diputados que defendían el cambio profundo del orden social se sentaron a la izquierda del presidente de la Asamblea, mientras quienes protegían los privilegios heredados y la autoridad tradicional se ubicaron a la derecha. Con el avance del siglo XIX y la consolidación de los Estados modernos, esa diferenciación comenzó a usarse para clasificar proyectos políticos enfrentados en torno al control del poder, la distribución de la riqueza, la propiedad y la organización social. Con el paso del tiempo, la izquierda se definió como el conjunto de corrientes que buscan reducir las desigualdades estructurales, ampliar derechos y subordinar el poder económico al interés social.

La derecha se consolidó como la defensa del orden establecido, la primacía del mercado, la propiedad concentrada y la jerarquía como principio organizador de la sociedad. Estos rasgos forman parte de proyectos históricos que han evolucionado y se han adaptado a contextos distintos, manteniendo un núcleo reconocible en cada época. Por su parte, a nivel mundial, la izquierda ha impulsado procesos que transformaron la vida cotidiana de millones de personas. La jornada laboral limitada, el derecho a la sindicalización, la educación pública, la salud universal, el voto femenino y la seguridad social surgieron de luchas asociadas a movimientos de izquierda en Europa, Asia, África y América Latina.

Estos cambios fueron el resultado directo de conflictos sociales, huelgas, organización sindical y movilización política impulsadas por movimientos de izquierda, que situaron al ser humano por encima del beneficio privado. 

En esa misma línea, esas fuerzas políticas han promovido la cooperación entre Estados, la autodeterminación de los pueblos y la resistencia frente a sistemas coloniales y neocoloniales. Desde la descolonización africana hasta los Estados de bienestar europeos del siglo XX, se articularon políticas que entendieron el desarrollo como un proceso social, donde la riqueza debía redistribuirse y el Estado debía garantizar igualdad social.

La derecha es todo lo contrario, ya que ha operado históricamente como guardiana de la concentración económica y del poder corporativo. En nombre de la eficiencia del mercado, ha respaldado privatizaciones que redujeron el acceso a los servicios básicos, reducciones sociales que ampliaron la brecha entre ricos y pobres, así como de modelos laborales que hicieron más precaria la vida de amplios sectores. Estos efectos responden a una lógica reiterada que se ha manifestado en distintas regiones y momentos históricos.

En el plano político, la derecha ha recurrido con frecuencia a mecanismos que limitan la participación popular cuando sus intereses se ven amenazados, siendo los artífices de ejecutar golpes de Estado, aplicar sanciones, promover invasiones, desestabilización y bloqueo. Han sido herramientas utilizadas para preservar el orden económico dominante. Estas prácticas se repiten con diferencias según el contexto, pero responden a una lógica común que prioriza la estabilidad del capital sobre la voluntad social. El discurso de la derecha se viste de neutralidad y de democrático, pero sus efectos materiales muestran un patrón consistente, de deterioro de los servicios públicos, concentración del poder político en élites económicas, debilitamiento de la soberanía de los Estados y subordinación de las políticas sociales a intereses financieros, aumentos de la desigualdad, debilitamiento de los sindicatos, concentración de la riqueza y reducción del papel del Estado aparecen como constantes tras la aplicación de políticas neoliberales en distintos continentes.

En continuidad con ese patrón, la narrativa de la libertad individual se articula, en la práctica, sobre estructuras que restringen las posibilidades reales de la mayoría. 

La izquierda, por su parte, enfrenta desafíos internos y errores históricos que han sido ampliamente documentados, pero su horizonte programático mantiene un eje central verificable, como por ejemplo priorizar la justicia social, la inclusión y la soberanía frente a poderes económicos globales. Incluso en contextos adversos, los proyectos de izquierda han demostrado mayor capacidad para amortiguar crisis, proteger a los sectores vulnerables y sostener cohesión social. 

Esa fortaleza se ha construido enfrentando de manera directa al imperialismo yanqui que históricamente ha representado a la derecha, en distintos momentos y también en el presente. En Cuba se expresó en la dirección revolucionaria de Fidel, en Venezuela en la huella transformadora de Chávez, y en Nicaragua se encarna con el liderazgo, la dirección estratégica, la capacidad de conducción, la visión y la inteligencia política de la Compañera Rosario Murillo, sumado a la experiencia revolucionaria aportada por el Comandante Daniel.

En fin, la discusión entre izquierda y derecha no pertenece a un país ni a una región más bien, es una disputa mundial sobre cómo se organiza la sociedad y para quién se gobierna. Entender su origen, sus definiciones y sus consecuencias permite leer el presente con mayor lucidez. En ese recorrido histórico, la izquierda aparece asociada a la ampliación de derechos y la derecha a la preservación de privilegios, lo cual es una constante que atraviesa fronteras y épocas.

Comparte
Síguenos