I

Hay palabras que las desgastan los excesos y el engaño. Este desmedido fraude las va separando de su concepto original. Pierden validez. Palabras erosionadas por los malos tiempos, cuando algunos tratan de atribuirles nombre y apellidos a los que han tenido conductas no exactamente políticas, mucho menos pertenecientes a la familia humana. 

He ahí el término “líder”. Hay que recuperar el contenido de esta voz.

Sí, porque ahora cualquiera, aunque ni siquiera reúna a cuatro gatos que maúllan donde más les paguen, es “líder”. 

En el siglo XX los liderazgos se formaban en las calles, entre el pueblo o el clandestinaje. De este último, el blindaje provenía equipado de población.

En el siglo XXI, y más en la segunda década, los manipuladores y cizañicultores, santulones o prosaicos, han asaltado al pueblo. Sí, ese pueblo que reconoce una conducción, cede su representación, se identifica y apoya más que por inclinaciones ideológicas, religiosas o partidarias, por pura confianza.

¿De qué vale que por una banda alguien sea un arbitrario lector de Montesquieu y por la otra haya un lírico declamador más que empírico marxista, si no hay representatividad, vínculo orgánico, capacidad, entendimiento, empatía con las “clases desposeídas”, sin sentir nada por la ciudadanía en general?

Los líderes se forman. Pero ya vienen dotados para dirigir. Serán determinados escenarios históricos los que ofrecerán la oportunidad para revelarse como un líder en todo el sentido del término. 

Pero, ¿puede llamarse “líder” a alguien que encabeza unas siglas deshabitadas? 

¿O individuos inelegibles que por solo coaligar una red de oenegés y atreverse autoritariamente a suplantar el país, autoproclamándose “la sociedad civil”, calificarán de “líderes”?

Aparte de las agencias de publicidad, del “marketing”, hay metrópolis que han desovado sus propias Malinallis en las naciones que ya no “cumplen” su triste papel de subalternas.

Estas Malinches con “maquillaje a granel”, que venden “la piel/ a precio caro”, como canta Napoleón, son sus mimados “líderes democráticos”.

La industria del falso testimonio también manufactura “líderes” de portada, de titulares, de culebrones estelares… 

II

Aunque no suene bien para algunos, don Pedro Joaquín Chamorro Cardenal no llegó a ser líder. Careció de “esos rostros que asoman en la multitud”, aunque lo apoyara Pablo Antonio Cuadra. Formó una coalición de partidos llamada Unión Democrática de Liberación, Udel, no obstante, sus reuniones eran en pequeños locales y de escasa concurrencia. 

Lo leían pero no atraía. Como que sabían de los gritos a sus periodistas.  Como que sabían que únicamente se dignaba a alzar la vista a “los importantes”, pero no rebajarse a “los pies descalzos de Nicaragua”. 

Lectores no significan electores ni respaldo, como Perú demostró —y despertó de sus ínfulas— a Mario Vargas Llosa. ¿Qué con esto? Que Chamorro era director de un diario. Nada más. Serlo de la junta de accionistas de una Sociedad Anónima no es lo mismo que liderar la gran Sociedad Conocida como Pueblo.  

“La Prensa”, además, no ha sido un referente clásico del periodismo. Es la tribuna de una facción conservadora al servicio del pedigrí. 

Líder fue Fernando Agüero Rocha. Las muchedumbres le respondían. Esto, por supuesto, en los años 60 causaría escozor entre los que se consideraban por sangre y por clase, herederos del caudillo conservador, General Emiliano Chamorro. Pero el chontaleño ungió a un joven oftalmólogo sin sangre azul.

El doctor Agüero desaprovechó su capital político al latir en “un solo corazón” con el sistema. Kupia Kumi se le llamó, en misquito, al pacto con Anastasio Somoza Debayle, en marzo de 1971, lo cual le garantizó ser miembro inútil de un triunvirato inservible para Nicaragua, pero muy eficiente al somocismo. 

Alfonso Lovo Cordero y Roberto Martínez Lacayo completaban la ominosa pat´e gallina. 

Bueno, “La Prensa” de don Pedro se encargó de echarle más que palabras, paladas de tinta a la sepultura política del otrora “noble de corazón”.

Aun así, con el corrosivo editorial del rotativo (una rancia especialidad) sobre sus restos políticos, Agüero, ya no tan “joven y sincero” en noviembre de 1977, todavía consiguió reunir en Masatepe a una multitud.

Y sin bolis de guaro ni nacatamal. 

El líder del conservatismo trató de reivindicarse y hasta refirió que era necesario “abrir los espacios democráticos” en Nicaragua, para evitar “que jóvenes idealistas cayeran combatiendo a la dictadura en las montañas”.

Entre los dirigentes de esa populosa concentración antisomocista estaba el directivo del Partido Conservador, doctor Julio César Avilés, cuyo hijo, el hoy General de Ejército, Julio César Avilés, era parte de esos “jóvenes idealistas” que luchaban en las catacumbas y las guerrillas contra el tirano.

Ahí mismo, en una casa del barrio Veracruz, y por esas fechas, cuando el Frente Sandinista inició la Ofensiva de Octubre, don Pedro hizo su mitin, pero a puerta cerrada. Era obvio que pocos nicaragüenses le seguían.

Y esta es la historia, justo tres meses antes del asesinato del doctor Chamorro. Si Agüero mencionó al filo del mediodía a aquellos “jóvenes idealistas”, fue en virtud de la resurrección del Frente Sandinista a partir de la insurrección de octubre de 1977, con la que continuó la fragua de su liderazgo el comandante Daniel Ortega. Una década antes fue Jefe de la Resistencia Urbana, por designación de Carlos Fonseca.

Quedará en los anales, guste o no, que fue el primer líder guerrillero desde los tiempos del General Augusto César Sandino, y al mando del Frente Norte Carlos Fonseca, que le causó el mayor número de bajas a la Guardia Nacional en toda la historia. En tanto, el FSLN no sufrió una sola pérdida. Además, la primera vez que una columna insurgente no sale en desbandada, con el valor agregado de arengar a la población en las plazas.

Estos acontecimientos marcaron el principio del fin de la dictadura de Anastasio Somoza. Vino y se fue la Revolución 1979-1990. La derrota significó el desbande de los cínicos metidos en el FSLN. 

Como en octubre de 1977, el comandante Ortega se mantuvo para avanzar. Ratificó su condición de líder, tanto que asumió la derrota electoral de 1990 ante los apremios de los futuros “disidentes democráticos” por desconocer la victoria de doña Violeta Chamorro. Con el sentido histórico de su frase “gobernaremos desde abajo”, comenzó de nuevo a remontar el camino hacia la victoria. 

Los viajeros de la oportunidad —cita clásica para la Historia de Nicaragua del doctor Rafael Casanova— prefirieron darle la espalda al voto popular y sandinista que los llevó al Congreso, traicionaron al FSLN y formaron tienda aparte. De radicales “izquierdistas” se volvieron “demócratas” al carburo. Y comenzaron a hacer añicos el Estado de Derecho, partidarizando el poder Electoral.

En el 89-90 ni los partiditos que formaron la Unión Opositora, acaudillaban a nadie. El liderazgo fue el clamor nacional por la paz. 

Líder llegó a ser el doctor Arnoldo Alemán. Contó con simpatía, y por supuesto de los somocistas con dormida adentro que habían quedado, y no pocos pintarrajeados de sandinistas. 

Con los desteñidos hizo lo suyo para montarse en la Alcaldía de Managua en abril-mayo del 90, devenida en un Distrito Nacional de facto para comenzar a construir su liderazgo. 

Empero, no basta el poder, sea Ejecutivo, Legislativo, Púlpito descarriado o edilicio, para convertir en líder a alguien. Peor que se crea que un partido digital o de papel pueda levantar un dirigente a punta de editoriales desajustados de la verdad, portadas infladas, titulares tremendistas y patrañas. 

Debe haber algo más: carisma. Visión. Compenetración de lo que quieren las mayorías. Un no-se-sabe-qué entre un político y la audiencia. Mas esta Química no se aprende en los manuales, no hay universidades que lo enseñen ni sacramento alguno que lo santifique. Y no hay dinero que valga para las ovaciones portátiles. 

Agüero contaba con esa conexión envidiable para los que nacieron sin esa estrella que no la dan las alcurnias, ni las embajadas y ni siquiera las “trayectorias revolucionarias”. Pero él se encargó de apagarla, sin meter la “ayudita” del doctor Chamorro, tanto dentro de las filas conservadoras como desde su periódico.  

Alemán también contó con un caudal de estimación, pero menor al de los tiempones del ex triunviro conservador. Sin embargo, no alcanzó a anclar su estandarte rojo-kaki-nostálgico tal como fondeaba la bandera verde en aquel mar encrespado del “¡Basta Ya Somoza!”.

Bueno, cada quien sabe cómo responder y mantener ese capital, y en eso entran en juego muchos factores, y no solo el poder, porque aún fuera de él, en el caso del chontaleño sandinista, ha demostrado coraje, olfato político demasiado desarrollado e inteligencia. Las plazas rebalsadas como nunca lo validaban.

Veámoslo así: Daniel Ortega después de enfrentarse directamente a la Guardia Nacional y a las tropas de élite, EEBI, en una campaña en el terreno de fuego que se extendió de octubre del 77 hasta marzo del 78, tendría que confrontarse más de una década después con otros actores que sobrepasaban al candidato visible del simple partido.

Es decir, no solo era un candidato frente a otras candidaturas llanas, sino que competía con adversarios mayores detrás del partido de derecha que contaba (por debajera y por encima) con el robusto respaldo financiero, multidiplomático, empresarial, mediático y hasta religioso de los que aborrecían al Frente Sandinista.

Al final, como dijo el Barón de Cañabrava, les ganó a los que consideran que “la política es un quehacer de rufianes” (“La guerra del fin del mundo”, Mario Vargas Llosa, 1981).

III

La Enciclopedia Política de Rodrigo Borja precisa: “Son factores y elementos del liderazgo político: la inteligencia, los conocimientos, la honestidad, la imaginación, la intuición, la simpatía personal, la capacidad conductora, la credibilidad, la confiabilidad, la autoridad moral reconocida, el don de mando, el sentido de la historia, la visión de futuro, la capacidad de catalización de los procesos sociales, la vitalidad, el dinamismo, la fuerza de trabajo, la perseverancia, la disciplina, la valentía, el eficiente aprovechamiento del tiempo, la aptitud comunicadora de ideas y emociones”.

Ser líder no es asunto de soplar mentiras y hacer botellas mediáticas que las quiebra la verdad, pues Borja dice que este hombre o mujer es:

“Intrépido para afrontar riesgos y peligros, el líder asume con serenidad los grandes honores y las grandes angustias de la vida pública. Mientras más graves son los problemas que debe afrontar mayores son su serenidad y su firmeza. Los pequeños problemas le molestan más que los grandes. (….) Es un hombre de acción. No soporta la quietud. Siente la necesidad de crear, de hacer cosas, impulsiva y compulsivamente. Pero al propio tiempo es hombre de pensamiento. NO PUEDE HABER LÍDER POLÍTICO SIN ESA SIOMBIOSIS DE ACCIÓN Y PENSAMIENTO”.

Y lo que podría ser un “defecto” del político ordinario, más bien en el líder auténtico causa efectos trascendentes: 

“Normalmente son incompatibles la inclinación por el poder, propia del líder político, y la inclinación por el sosiego, que caracteriza al intelectual. De ordinario ellas son vocaciones no sólo diferentes sino contrarias entre sí. Pero la personalidad del líder rompe la tipología bipolar de los seres humanos —hombres de acción u hombres de pensamiento— y funde en sí ambas naturalezas: la del intelectual, dueño de ideas trascendentales, con gran sentido de la historia pero sin la actitud contemplativa de los intelectuales puros, y la del hombre de acción comprometido con los hechos bajo el vigor de su magnífica fisiología”.

Quizás al doctor Borja se le olvidó mencionar un atributo esencial del líder, que lo coloca en otra dimensión: la capacidad de mover la Historia. 

Para bien o para mal. 

Aquí ya hablamos del avanzadísimo líder de la Historia en la juntura de los Siglos XIX-XI, el General José Santos Zelaya. 

Y de un extraordinario líder de la Historia y de la Patria, el General Augusto César Sandino.

Hoy baste decir que la República no se parece en nada a la Nicaragua de los años 90 ni de los 70 en infraestructura hospitalaria, equipamiento médico de altas tecnologías, democratización de la Salud y la Educación, desarrollo agropecuario…

Desde la Conquista hasta ahora, hay una integración nacional a través de las vías de empuje socioeconómico y pavimentadas con el antes abandonado Caribe. 

La esperanza de vida es de 75 años, ocho años más que al inicio del siglo. Un logro, a pesar de la auspiciada desestabilización, golpe de Estado, etc. Hablamos de un hándicap que no han padecido otros Estados de América Latina, cuyas poblaciones tienen una esperanza de vida promedio de 76 años.

Aceptemos que 75 años en un país de casi 7 millones de almas es muy superior a los 56 años del mejor calendario de Somoza, 1977, con una población que rozaba los 2 millones de habitantes.

Sumen los programas sociales, las amplias carreteras y puentes, incluido los estilos bypass, diseño siglo-XXI-cinco-estrellas.

Un individuo en 2018, viendo el impresionante paso a desnivel de Las Piedrecitas-7 Sur, decía amargamente en modo sentencia (tan fallida como el Golpe de Estado): “¡Será lo último que haga (Daniel) Ortega!”.

Deber es separar los datos, los hechos y la Historia, de las amarguras, los resentimientos, las filias y las fobias, tan arraigados en las miserias humanas. Y diferenciar. No a cualquiera se le puede catalogar de “líder”, aunque “lidere” el odio organizado.

Ahora que tampoco un líder es infalible e imperecedero. No es para rendirle culto. Declararlo imprescindible es un lamentable acto de veneración mundana.

Barro humano es, y por tanto, sujeto a equivocarse. 

El líder escucha. Une. Y no se considera por encima de la Nación. 

Y así como entre los aedos hay Poetas Mayores y poetas menores, pero nunca liróforos ficticios, también hay líderes grandes y menores. 

Y falsos líderes... Un intolerable abuso de la mediocridad alquilada contra la meridiana realidad de la que está a salvo la literatura, pero no los pueblos que la sufren.

Son nombres sin gloria, que no suenan bien ni en la Historia ni en la memoria colectiva.

Líder es el que se abre paso entre la maleza de las infamias y la adulación, más peligrosa y rastrera que la primera, aparte de traicionera. 

Ahí está esa “belleza” de bajeza alacránida, firmada por Sergio Ramírez, publicada devotamente por Carlos Fernando Chamorro, y que el doctor Jorge Eduardo Arellano rescató de la hemeroteca, con el explícito título de “Oda Turiferaria a Daniel” (https://www.el19digital.com/articulos/ver/titulo:121420-oda-turiferaria-a-daniel).

En fin, Líder es el que, con el concurso del pueblo, lleva y eleva el país a otro nivel…

Al de la Patria Grande de Rubén Darío, por supuesto.

Comparte
Síguenos