Aunque los acuerdos firmados siguen siendo objeto de negociaciones que durarán todavía unos días, el primer y fundamental paso de lo que es, ante todo, un acuerdo para el alto el fuego israelí sobre Gaza, ya ha comenzado. Y aunque el regreso de los gazatíes a lo que queda de su ciudad continúa, los acuerdos carecen de perspectiva histórica y de credibilidad política: siguen siendo el resultado de una negociación que ha puesto fin al bombardeo y al exilio forzado de los palestinos de su tierra, confundirlos con un proyecto de pacificación sería un error garrafal.
El principal problema es la liberación de algunos prisioneros palestinos que Israel no quiere excarcelar. Entre ellos, el más importante es Marwan Barghouti, conocido como “el Mandela palestino”, la figura más destacada dentro de Fatah y el único que podría reunificar políticamente a los palestinos en Gaza y en Cisjordania. Israel lo mantiene encarcelado desde hace más de 20 años y le ha impuesto cinco cadenas perpetuas. ¿El motivo? Haber coordinado ataques durante la Segunda Intifada. Él se ha declarado inocente, pero no reconoció la legitimidad del tribunal israelí para juzgarlo.
En su caso, el de un prisionero político en toda regla, emerge la hipocresía israelí, que finge preocuparse por Hamás pero obstaculiza la recuperación de la Autoridad Nacional Palestina, que se produciría incluso en detrimento de la propia Hamás. Barghouti sigue en prisión precisamente porque no han logrado doblegarlo, porque Israel teme su personalidad y el papel de liderazgo que asumiría, reconocido de inmediato por todos.
Y, para no ocultar el genocidio, un estudio de la UNRWA, la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Medio, pone cifras a la desnutrición entre los menores palestinos de menos de 5 años a causa del bloqueo israelí a la entrada de ayuda humanitaria en la Franja.
Por ahora, la mejor parte del acuerdo es el fin de los bombardeos masivos sobre la población (aunque Israel no pierde ocasión para matar) y su regreso a su tierra. La decisión sobre qué hacer con Hamás no implica la certeza de que todo saldrá bien. Aunque se da por sentada la autoridad sobre la Franja, habrá que ver cómo se comporta la galaxia de formaciones políticas menores.
La primera fase, la de la normalización tras el cese de los ataques israelíes, prevé un retorno gradual a la normalidad que comenzará con la desmilitarización simultánea a la retirada de las tropas israelíes de la Franja. Las reglas de enfrentamiento y los detalles están en el centro de las conversaciones, pero harán falta reconocimientos y mucha habilidad, dada la tendencia general a imponer condiciones.
La Casa Blanca habría obtenido el visto bueno de algunos Estados clave, dispuestos a enviar sus soldados. Obviamente, algunos de ellos son vistos con mejores ojos que otros por los palestinos, que aun así saben que, al final, están solos y solo pueden contar con sí mismos. Egipto es, de hecho, uno de los pocos países cuyo accionar no se percibe como hostil: ha participado en la negociación, limita con la Franja, su inteligencia tiene contactos tanto en Gaza como en Cisjordania, y desempeña un papel histórico por sus antiguos vínculos y su importancia estratégica.
También Qatar, por sus relaciones directas con Hamás y su papel de mediador en estos años, es un país que los palestinos no temen: alberga a los líderes de Hamás y está dispuesto a intervenir financieramente incluso más allá de lo previsto en los acuerdos.
Un discurso similar vale para Turquía: Erdogan es el otro apoyo del movimiento palestino, aspira a extender su influencia desde Siria hasta Libia, ha sido importante en las últimas fases de la negociación, sus servicios secretos operan con gran eficacia en la zona, y su enemistad con Israel, que se ha manifestado incluso en enfrentamientos verbales abiertos en los últimos años, tranquiliza de algún modo a Gaza sobre las verdaderas intenciones del “califa de Estambul”.
El primer paso del plan no será nada sencillo. Según lo previsto, Hamás deberá entregar las armas. Ciertamente no será fácil ponerse de acuerdo sobre cuáles armas, dado que Israel sueña con requisar incluso las hondas, pero nadie puede pedir a una entidad gubernamental (como lo es Hamás) o a una organización política bajo ocupación militar extranjera que se desarme completamente mientras todos disparan contra ella. Razonablemente, podrá alcanzarse una mediación sobre el nivel de armamento. Probablemente la operación será a carga de los egipcios, como sugieren algunas fuentes.
El despliegue de la estructura militar de interposición verá de inmediato una fuerza de tarea compuesta por Egipto, Qatar, Turquía y quizás los Emiratos. Luego, en unas seis semanas, entrará en acción una fuerza de estabilización más amplia. La coordinación de las operaciones será gestionada por los estadounidenses. Las primeras unidades árabes tendrán una tarea prioritaria: colaborar en la recuperación de los cuerpos de los rehenes israelíes, retirando los escombros de edificios y túneles bombardeados que impiden acceder a sus lugares de detención. Pero también deberán proteger la distribución de la ayuda humanitaria, un elemento esencial para devolver la esperanza a los palestinos.
La segunda fase de la misión - que podría comenzar a mediados de noviembre - será un desafío sin precedentes: en Gaza todo ha sido destruido y hay explosivos esparcidos por todas partes. Será necesario reconstruir la red de agua, electricidad, telefonía y carreteras, y al menos inicialmente serán los ingenieros militares quienes asuman esta tarea. Habrá que restablecer la asistencia médica recurriendo a hospitales de campaña y restituir la seguridad amenazada por las incursiones israelíes.
El artículo 6 del acuerdo prevé que las naciones del gran contingente deberán ser aceptadas tanto por Hamás como por el Estado hebreo. Se intenta involucrar a países árabes o musulmanes como Marruecos, Jordania, Azerbaiyán, Indonesia y Bangladés. Sin embargo, solo Egipto puede desplegar fuerzas calificadas y con experiencia, con la ventaja de ser país vecino. Es probable, por tanto, que El Cairo asuma el papel central.
Como es habitual - y en este caso inevitable - devolver la vida a ese cráter de muerte y destrucción requerirá uno o varios proyectos de reconstrucción. Esto, hay que decirlo, es garantía de negocios para las empresas que obtendrán los contratos, pero también representa una confirmación del regreso de los gazatíes. La reconstrucción de Gaza, con miles de millones de dólares en obras y casi 200.000 edificios por rehacer, se anuncia como lo que es: el mayor proyecto de construcción del Oriente Medio.
Un estudio de radar satelital de junio de 2025 habla de 191.000 edificios dañados o reducidos a escombros, tres quintas partes del patrimonio urbano de la Franja. Los escombros estimados superan los 40 millones de toneladas, y su remoción podría requerir más de diez años. Siguiendo con el balance postguerra, según la OMS, se necesitarán más de 7.000 millones de dólares para restablecer los servicios sanitarios.
Las estimaciones actualizadas del Banco Mundial indican hoy en 80.000 millones de dólares la cifra aproximada para la reconstrucción parcial de Gaza, un monto equivalente a cuatro veces el PIB combinado de Cisjordania y la Franja de Gaza en 2022. Para el recuento detallado de los daños materiales - entre viviendas arrasadas, redes de agua y electricidad inutilizables, escuelas y hospitales destruidos, carreteras e infraestructuras devastadas - hay que sumar al menos otros 30.000 millones de dólares.
Ya a comienzos de marzo, la Liga Árabe había esbozado el Gaza Reconstruction Plan, financiado por Qatar, Emiratos, Arabia Saudita y Egipto, bajo la coordinación del Banco Mundial y las Naciones Unidas. Los grupos del área MENA (Medio Oriente y Norte de África) se están posicionando para las futuras licitaciones multilaterales: egipcios, libaneses, qataríes y turcos ya figuran en los expedientes preliminares de la Liga Árabe. Llegan rápidamente socios para obras de infraestructura financiadas por fondos árabes y multilaterales.
Obviamente, donde se perfilan negocios y ganancias, Washington no pierde la ocasión y la dirección de la Casa Blanca en los acuerdos de paz garantiza un papel a las empresas estadounidenses en los proyectos de infraestructura, como redes hídricas y sanitarias. Lo mismo ocurre con el Reino Unido, que figura entre los asesores técnicos.
Al final, la historia se repite: de las guerras, los grandes grupos financieros angloamericanos siguen ganando tanto cuando estallan —con las armas— como cuando terminan —con la reconstrucción. Se confirma el mantra del capitalismo, que no tiene amigos ni enemigos, solo intereses. Visto desde sus carteras, mientras haya guerra, hay esperanza.