I

La visita que el presidente Barack Obama realizará a su homólogo, el general de ejército, Raúl Castro, debería constituir el acta de defunción, oficial y extraoficial, de la Guerra Fría, ese abominable epílogo de la Doctrina Monroe que dañó tanto a América Latina y El Caribe.

El acercamiento de Washington y La Habana no solo afecta o beneficia a sus protagonistas, sino a NuestrAmérica, y en particular Nicaragua.
Es empezar a saldar todas las deudas. ¿Por qué? Porque nuestras naciones no lograron desarrollarse como Repúblicas con la libertad con que sí lo gozaron los mismos Estados Unidos de América, el Reino Unido, España…

Hemos sido objeto de explotación, saqueo, maltrato; hemos padecido gobiernos impuestos por las metrópolis que salvaguardaron sus negocios sin que nadie abogara por los Derechos Humanos; hemos financiado sus paraísos terrenales a costa del infierno de ser sus neocolonias.

No nos dejaron nacer como Estados independientes ni escoger la forma de sistema que mejor nos reconociera como lo que somos.

II

William E. Borah, presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado, en su artículo “El fetiche de la fuerza”, en 1925, establecía la necesidad de que por todo el hemisferio se extendiese una atmósfera de “denominación de buena fe y de fuerza moral”, de acuerdo con el espíritu de la Constitución estadounidense, porque ello sería la contribución más grande de parte de la Unión a la paz mundial…” (Sandino, General de Hombres Libres, Gregorio Selser, pp.115).

Al hacer una valoración de lo actuado por Estados Unidos en Centroamérica, en el primer cuarto del siglo XX, comprobó “Un capítulo muy triste”.

“No hemos tenido paciencia; hemos sido injustos en todo momento, y, considerada en conjunto, nuestra acción no ha sido satisfactoria para nadie. Con frecuencia hemos apelado a la fuerza, sin causa justificadas. Aun en los casos en que existían tratados estableciendo el arbitraje, hemos pasado por encima de ellos. Conscientes de nuestro gran poder, lo hemos empleado injustamente. La invasión de Nicaragua no era necesaria, y por lo tanto, fue inmoral. Constituyó una violación de los principios sanos del derecho internacional y de la tolerancia” (Selser, Op. cit., p. 116.).

Borah fue el mismo que demandó el 2 de enero de 1931 “la inmediata salida de los marines de Nicaragua”.

El presidente Daniel Ortega, al conmemorar el 82 Aniversario del sacrificio del Héroe, exclamó: “¡Cuánto, Sandino... Sandino, cuánto le ha costado a este Pueblo llegar hasta donde hemos llegado! Han sido Batallas tras Batallas, dolor, mucho dolor…”.
Todo nuestro andamiaje de leyes, constituciones, derechos solo fueron ilusiones jurídicas importadas sin ningún punto de apoyo en nuestras verdades, más que en la dependencia.

Esa ruptura entre lo que proclamaron los próceres y lo que sucedió, esa distancia del rezo al esfuerzo, esa esquizofrenia del subdesarrollo hace mucho tiempo debió ser superada. Sin embargo, hasta ahora, solo una fuerza, la del Sandinismo, conducida por el Comandante y la escritora Rosario Murillo, es la que más ha luchado para que la Democracia estrene la vida que antes las intervenciones económico-militares se encargaron de asfixiar.

III

Así como en Estados Unidos el que algunos tipos descarguen su injustificable odio en un cine o una escuela no significa que esa gran nación esté hundiéndose en el caos, tampoco en Nicaragua solo porque la difamen unos cuantos políticos en su prensa, hay una crisis.

Daniel lo dijo: “Se ha logrado erradicar la confrontación y el odio. Se ha logrado fortalecer la Unidad de los nicaragüenses. Se ha logrado trabajar en Armonía entre todas las Fuerzas Económicas y Sociales de nuestro País. Se ha empoderado nuestro Pueblo. Se han convertido en Actores y Autores de la Historia que se está construyendo aquí en Nicaragua…”.

Es llamativo que en la víspera, el señor Pablo Antonio Cuadra Mántica, con otros inversionistas confirmaban la paz y la estabilidad al inaugurar las operaciones del primer Whatamaran construido en Nicaragua, una embarcación hecha exclusivamente para el esparcimiento en El Cocibolca, a un costo de unos US$50 mil.

Aunque los representantes de minúsculos grupos, desde la seguridad que ofrecen las colinas, quieren la violencia bajo la falacia del “cierre de las vías democráticas”, ningún nicaragüense sano del alma quiere la guerra o la inestabilidad, pues esas “páginas fatales de la Historia” jamás volverán en el nombre del Altísimo.

IV

La Guerra Fría fue otra fractura de los Estados Unidos contra Latinoamérica; y nadie puede llamarse a engaño, más si supuestamente es culto y salir con la patraña de que “democracia es democracia” y no se ha inventado otra.

Ya vimos en el horroroso siglo XX a qué llamaban Democracia desde la Casa Blanca: era la impulsada por la Central de Inteligencia Americana, apuntalada por los Cuarteles e instalada con gorilas desde Castillo Armas, Stroessner, Pinochet hasta la Junta Militar de Argentina, pasando por los Somoza y los Tonton Macoute de Duvalier.

Que el presidente Obama vaya a dar en esta misma Tierra “un pequeño paso para el hombre y un gigantesco salto para la humanidad”, es digno de ser celebrado.

Estados Unidos no debe, por lo tanto, ver a Latinoamérica desde los ojos de sus escasísimas y últimas reliquias vivientes de la Guerra Fría que aún quedan en el Capitolio y sus traductores en el vecindario.

La agenda de Washington es más importante que la paranoia de quienes fustigan al mandatario por el restablecimiento de las relaciones con Cuba, o por afianzar la comunicación con Nicaragua.

La intelectual sandinista, Rosario Murillo, a propósito de la entrega de dos valiosas esculturas precolombinas por parte del Museo Smithsonian al Gobierno de Nicaragua, exaltó los “Nuevos Tiempos de Relaciones de Respeto, que representan la comprensión de nuestra Dignidad Nacional, que es lo que nosotras, nosotros, queremos y promovemos, entre los Estados Unidos y Nicaragua”.

Respetar el subcontinente como en sus días lo hicieron los honorables senadores Borah, de Idaho, y Burton K. Wheeler, de Montana (1882-1975), entre otros, habla de la decencia del presidente Obama.

Así, narrar Nicaragua desde el anacrónico muro de las intervenciones es una perversidad que tiene su deplorable correlato en la extrema derecha doméstica, igual que los Wilson, Harding, Coolidge y Hoover contaban con los Chamorro, Díaz y Moncada.

Ni aquellos ni estos aceptaron que nuestro país actúe como un Estado moderno. Prefieren la apariencia, esa que contamina nuestra historia de irrealidades, de falsos líderes, de mitos, hasta el detestable delirio de llamar “República” al Patio Trasero que un día fuimos y “demócrata” al que, bien despierto, sueña a micrófono abierto y letra impresa con la Nota Knox.

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