Fiebre del Dengue
Esta es nuestra sexta noche en el hospital con nuestra hija Orla. Las horas de visita terminaron y solo 10 de las camas en nuestra Sala de Pediatría de 32 camas están ocupadas esta noche, frente a las 20 de hace unas noches. Los pacientes en nuestra habitación, la mayoría adolescentes, están metidos bajo mosquiteros. Sus cuidadores principalmente abuelas, tías y mamás, están acostadas en sillas o acurrucadas alrededor de sus pacientes en las camas. Algunos de nosotros nos estiramos en camas desocupadas para descansar un poco antes de que la enfermera encienda las luces para el chequeo periódico de la presión arterial y temperatura.
Nuestra hija de 14 años ingresó a la Sala de Pediatría con Dengue el 19 de julio, Día de la Revolución en Nicaragua. La pobre Orla sollozaba decepcionada por no poder celebrar la festividad. Después de dos días de fiebre, la llevé a la sala de emergencia de nuestro Hospital local en Ciudad Sandino, donde el análisis de sangre indicó tenia Dengue y mostró que su recuento de plaquetas era demasiado, siendo motivo de preocupación. “Ella se quedará aquí con nosotros”, anunció el médico. Desde entonces, mi esposo Paul o yo hemos estado con ella en el hospital, con la tarea de asegurarnos de que se mantenga hidratada e informada de su progreso a través de los resultados de análisis de sangre todos los días.
El Dengue es un virus transmitido por mosquitos que se propaga en los países trópicos durante la temporada de lluvia y afecta a 50 millones de personas anualmente en todo el mundo. Nicaragua trabaja para controlar los brotes a través de la fumigación regular de casa en casa y eliminando el agua estancada. El Departamento de Epidemiología de los servicios de salud visitó nuestra casa para matar mosquitos o larvas poco después de que Orla fuera hospitalizada. No existe una cura para el Dengue, sólo el manejo de los síntomas durante su ciclo de ocho días. El virus ataca el cuerpo y puede causar fugas en las paredes de los vasos sanguíneos, lo que provoca pérdida de agua en el sistema circulatorio y una rápida deshidratación. Los raros casos graves y severos pueden causar hemorragias internas y que las plaquetas sanguíneas desciendan a niveles peligrosamente bajos. El dengue hemorrágico es particularmente peligroso porque los pacientes pueden sufrir un shock y morir antes de que puedan recibir la transfusión de sangre que necesitan.
Debido a este riesgo, la política del Ministerio de Salud de Nicaragua es hospitalizar a cualquier persona con Dengue que muestre signos de posibles complicaciones, incluidas plaquetas de sangre bajas. Gracias a esta política prudente y atención de calidad, Nicaragua es el país con menos muertes por Dengue en la región centroamericana-en un año normal registra cero muertes. El tratamiento para los 12 pacientes pediátricos que hemos visto pasar por nuestra habitación ha sido líquidos de rehidratación endovenosos y ultrasonidos al ingresar; control de presión arterial, temperatura y nivel de oxígeno en la sangre cada dos horas; análisis diario de sangre; y monitoreo constante de ingesta y salida de líquidos. Los pacientes con fiebre reciben acetaminofén y aquellos con dolor sospechoso son llevados para otro ultrasonido. Los pacientes que no reciben suficientes líquidos se vuelven a canalizar.
Aunque el personal del hospital ha estado preocupado por las posibles complicaciones de al menos cuatro de nuestros pacientes, incluida Orla, nadie en nuestra sala ha sido transferido a un hospital más grande de Managua para transfusiones de emergencia, pero la ambulancia está esperando afuera si es necesario. Saber eso me da una tranquilidad increíble: Si hubiera estado en casa, ¿cómo podría saber lo que estaban haciendo las plaquetas de Orla?
Creciendo en Estados Unidos, nunca tuve un familiar cercano ingresado al hospital; de hecho, las visitas al médico eran raras. Cuando era niña, recuerdo saber que, si me enfermaba durante el fin de semana tendría que aguantar hasta el lunes cuando se podría ver al médico durante horario de atención. Una visita a la sala de emergencia del hospital, la única opción fuera del horario de atención en mi condado rural, era demasiado costosa. En su mayor parte, todas las personas que conocía iban al médico sólo si habían estado enfermos durante más de una semana-sus familias simplemente no podían pagar por visitas más frecuentes.
En contraste, los nicaragüenses parece que van al médico todo el tiempo. Si la hija de mi vecina tiene diarrea, la llevan inmediatamente a la sala de emergencia. Solía pensar que esto se debía a que la gente tenía miedo: en la década de 1990 y principios del 2000, las tasas de mortalidad infantil y juvenil eran elevadas en Nicaragua y muchos niños realmente morían de enfermedades prevenibles. Pero a medida que ha mejorado la salud infantil (la mortalidad infantil se redujo en 61% y la desnutrición crónica se redujo en 66% en los últimos 15 años), finalmente comencé a entender que los nicaragüenses llevan sus hijos al hospital porque pueden.
En Idaho, de donde soy, solo la visita de Orla a la sala de emergencia habría costado US$2,159 dólares y sus seis noches en el hospital habrían sumado más de US$60,000. Las deudas médicas en Estados Unidos paralizan al 41% de todos los adultos que tienen que pagar facturas escandalosas: más de una cuarta parte de todas las recaudaciones de fondos en sitios de crowdfunding son para costos relacionados con la salud.
Mi mamá ha estado contando a sus amigos en Idaho sobre nuestros problemas. “Mi nieta en Nicaragua ha pasado la semana hospitalizada con Dengue”, les dice.
"¡Ay Dios!" Exclaman sus amigos (la fiebre del Dengue suena terriblemente dramática).
"¿Adivina cuánto es su factura del hospital hasta el momento?" pregunta ella.
Fruncen el ceño y sacuden la cabeza, anticipando que mi mamá está a punto de pedirles donaciones para una campaña de GoFundMe para ayudar a cubrir nuestros costos.
"¿Cuánto?" preguntan ellos.
"¡Nada en absoluto!" informa mi mamá alegremente. “¡Nicaragua tiene salud universal gratuita!” El shock de sus amigos es palpable. “¿Cómo”, preguntan, “puede un país pobre como Nicaragua darse el lujo de brindar atención médica gratuita a su gente?”
La respuesta, por supuesto, es porque Nicaragua elige hacer de la atención médica gratuita una prioridad para su gente.
La Economía Popular de Nicaragua
Una noche en la Sala de Pediatría implica poco sueño para los cuidadores. Por la mañana, me despierto a las tres y sostengo a una Orla somnolienta mientras el técnico de laboratorio toma una muestra de sangre de su brazo y luego le doy más suero oral. Vuelvo a dormirme hasta que la enfermera regresa a recoger los papeles donde anotamos las ingestas y salidas de líquido de nuestros pacientes y hacemos los cálculos correspondientes: ¿Más líquidos entran que salen?
Seguidamente llegan los médicos con los resultados de laboratorio del día informando quién se va a casa y quién tiene que quedarse. Los esperanzados tienen sus maletas hechas, esperando. Los febriles se quedan inquietos envueltos en sábanas, entrando y saliendo de la conciencia, sabiendo que permanecerán aquí otra noche.
La tercera mañana me desperté repentinamente a las siete menos diez y me apresuré a ducharme y cambiarme antes de que llegara mi esposo Paul, bendito sea, con café fuerte y las llaves del auto. Le doy un beso de despedida a Orla y conduzco del hospital directamente a interpretar para una delegación que está en Nicaragua para celebrar el 43 Aniversario del Triunfo de la Revolución Sandinista, cuando el pueblo nicaragüense derrocó a la cruel dictadura de Somoza.
Nuestra primera reunión es con el Ministro de Hacienda de Nicaragua, Iván Acosta. Es la primera vez que interpreto para él y pronto me doy cuenta de que incluso con una noche completa de sueño no podría hacerle justicia con mi interpretación. Tiene una evidente comprensión de los detalles: cita cifras de la cabeza y habla durante dos horas sin notas, pero, por encima de todo, el Ministro Acosta es una persona con una visión global. Conecta los puntos entre la formulación de política, la acción y los resultados, dando perspectiva a todo el proyecto revolucionario de Nicaragua.
“Cuando asumimos el Gobierno en 2007, luego de casi 17 años de gobiernos neoliberales”, dice, “encontramos el país en caos”. El Ministro Acosta explica que entre 1990 a 2006 Nicaragua siguió las políticas de reajuste estructural del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional que condujo a una desigualdad extrema, infraestructura seriamente deteriorada y una profunda pobreza, particularmente en el campo. “No había una solución mágica para nada de esto. ¿Qué podíamos hacer?" pregunta.
El Gobierno sandinista se decidió por una combinación de responsabilidad social y principios económicos. Comenzaron a restaurar los derechos básicos: atención médica y educación pública gratuita, así como tenencia de la tierra. También trabajaron para encontrar formas de garantizar que la mayoría pobre de la población nicaragüense se convirtiera en participantes activos en la economía, como una forma de mejorar la difícil situación en que se encontraba la economía del país. “Nos dimos cuenta que para ser competitivos se tenía que reducir el costo de hacer negocios; y para lograr eso, necesitábamos aumentar el gasto público”.
Con ese fin se dispuso construir carreteras de última generación, ahora las mejores de la región centroamericana, para garantizar que los productos lleguen al mercado de manera expedita y económica y mejorar el acceso a los servicios básicos. La cobertura eléctrica alcanza ahora 99%, frente al 53 % en 2006, poniendo fin a los continuos apagones de 12 horas al día y diversificar para generar energía limpia. El 80% de la electricidad producida proviene de fuentes renovables. Asimismo, se procedió a capacitar a nuevos maestros y construir nuevas escuelas, así como 24 nuevos hospitales desde 2007. En apenas diez años, explica el Ministro Acosta, el gasto social pasó de 10% del gasto total a representar el 57% del Presupuesto General del País.
Pero, ¿han sido efectivas estas políticas?
“Tenemos estas políticas a favor de los pobres, pero en muchos países hablan políticas similares, sin embargo, esto no se traduce en acción”, explica el Ministro Acosta. “Así que hacemos los cálculos aplicando los diversos cocientes y fórmulas recomendadas por expertos internacionales para garantizar que nuestras políticas desemboquen en resultados: mejoras reales en la vida de los pobres”.
Los números muestran que no sólo la economía de Nicaragua ha dado un giro (se ha logrado crecimiento sostenido del PIB del 5-10 %, niveles históricos de inversión extranjera y un 90 % de soberanía alimentaria), sino que la vida de la mayoría pobre del país también ha mejorado. En 2006, el PIB per cápita era US$990 dólares y para 2018 había aumentado a US$2,300. “Todavía no tenemos una clase media significativa”, señala el Ministro Acosta, pero se está avanzando.
La política de Nicaragua podría describirse como "economía popular". Asegurar el acceso de las grandes mayorías pobres a la atención médica y educación gratuita, tenencia de la tierra, acceso a los mercados y financiamiento, estimula el crecimiento que se necesita en la economía.
Esto es lo opuesto de la “economía de goteo” (trickle down), la política económica estadounidense que el expresidente Ronald Reagan hizo famosa y que otorga exenciones fiscales y beneficios a las corporaciones y a los ricos, bajo la teoría de que estimulará el crecimiento económico de arriba hacia abajo.
El problema con esa política estadounidense no es sólo una cuestión moral; en términos económicos, simplemente no funciona.
Luego de cuatro décadas de política de “goteo hacia abajo”, la desigualdad de ingresos en Estados Unidos ha crecido a niveles impactantes: el 0.1% más pudiente de la población se ha vuelto más rica de lo que se puede comprender, mientras la mayoría de los trabajadores ahora ganan menos de la mitad de lo que habrían estado ganando si los ingresos hubiesen seguido creciendo equitativamente.
En otras palabras, las exenciones fiscales y los beneficios para los más ricos simplemente no gotean hacia abajo. Las familias estadounidenses ahora trabajan más horas por menos ingresos, mientras luchan por cubrir los costos que se disparan. Actualmente, el 22% de la población de Estados Unidos no puede acceder a la atención médica debido a la falta de un seguro médico adecuado, el 12% pasa hambre y más de medio millón de personas no tienen hogar. Muchos viven bajo los puentes del país que se derrumban, uno de cada cinco necesita reconstrucción.
Teniendo en cuenta lo que sabemos acerca de cómo la estabilidad y calidad de vida de la mayoría pueden mejorar la economía en general, tal vez en lugar de preguntar "¿Cómo puede un país pobre como Nicaragua darse el lujo de brindar atención médica gratuita a su gente?" realmente lo que deberíamos preguntar es: "¿Cómo puede un país rico como Estados Unidos darse el lujo de NO hacerlo?"
Modelo de Salud Familiar y Comunitario de Nicaragua
“El Dengue es traicionero”, me explica el médico. “Un paciente puede experimentar repentinamente una hemorragia interna y volverse crítico en un abrir y cerrar de ojos”. Las plaquetas de Orla han bajado y está en el día más crucial del ciclo del virus cuando pueden aparecer signos de dengue hemorrágico. Mientras me siento en el borde de su cama y le insto a que beba más suero, una señora que está visitando a otro paciente se acerca a la cama de Orla con una Biblia.
“¿Quiere que rece por su hija?” me pregunta. Orla acepta y la mujer pregunta: "¿Has aceptado a Jesucristo como tu Señor y Salvador?" La detengo, no queriendo que se haga una idea equivocada. “No somos pentecostales”, digo, “pero Orla cree en Dios”. La mujer asiente y extiende las manos con las palmas hacia arriba. Cerramos los ojos mientras ella comienza a orar con una voz suave y monocorde, pidiéndole a Dios que cuide a mi bebé y la sane. Cuando termina, me sorprende diciendo: “No importa a qué religión pertenezcamos, es el mismo Dios para todos”.
Ese día, Orla da un giro: la calentura baja y su salud comienza a mejorar.
Agradezco a todos los responsables, como decimos aquí en Nicaragua, “Gracias a Dios y a la Revolución”. ¿Por qué la Revolución? Porque ha restituido el derecho de los nicaragüenses a una atención médica gratuita y de calidad.
Toda nuestra delegación pudo ver de cerca la calidad de esta atención médica. Luego de nuestra conversación con el Ministro Acosta, visitamos uno de los hospitales mejor equipados del país, el Fernando Vélez Paiz, nuevamente reconstruido e inaugurado en 2018. La directora Dra. Virginia García comenta que los pacientes con emergencias no urgentes esperan un máximo de 30 minutos para ser atendidos por los médicos, y un máximo de un mes para cirugías que no son de emergencia. “Tenemos cuatro torres laparoscópicas que realizan cirugías de vesícula biliar todo el día, todos los días”, dice ella. Esa cirugía costaría US$54,000 dólares en Estados Unidos, mi país de origen, pero es gratis en Nicaragua.
Interpreto para la Ministra de Salud Dra. Martha Reyes cuando explica a la delegación sobre los avances en salud pública en los últimos 15 años. Mientras ella habla, me resulta fácil trazar esa ruta de formulación de política a la acción y a los resultados del que habló el Ministro Acosta. Cuando termina de hablar, agradezco personalmente a la Dra. Reyes por la atención de calidad que está recibiendo Orla en el hospital público de nuestro municipio de Ciudad Sandino. “No hace mucho tiempo”, le digo, “eso no hubiese sido posible”.
Cuando me mudé a Ciudad Sandino hace veinte años, nuestro hospital era literalmente un caparazón vacío, incapaz de brindar ni siquiera los servicios más básicos a nuestra comunidad de 180,000 habitantes. Los pacientes que llegaban a los hospitales "públicos" no solo tenían que pagar todo, desde guantes hasta suturas, sino que un paciente con Dengue en la condición de Orla en realidad hubiera estado más segura en su hogar. Los hospitales estaban en condiciones tan terribles con falta de personal, camas e incluso sanidad básica que se decía comúnmente que los hospitales eran los lugares donde los pacientes iban a morir.
Gracias a la inversión pública en infraestructura de salud, aumento de personal, capacitación mejorada y especializada, y un trabajo incansable para involucrar a las comunidades y familias en el cuido de su propia salud, Ciudad Sandino ahora cuenta con siete centros de salud y un hospital que incluye atención ambulatoria, hospitalaria y de emergencia, una casa de espera materna, servicios de rehabilitación y fisioterapia, un centro de medicina natural y un centro de cirugía de cataratas, todos estos servicios ofrecidos de forma gratuita. Mejoras comparables se han producido en todo el país. El cambio en la vida de las personas es palpable y los resultados en salud general son medibles: la tasa de mortalidad materna se ha reducido en 70 %, las muertes por cáncer de cuello uterino se han reducido en 25 % y la esperanza de vida promedio ha aumentado.
El privilegio de la atención médica gratuita
En la mañana del séptimo día de Orla en el hospital, el médico nos dice que su recuento de plaquetas es lo suficientemente alto como para enviarla a casa de manera segura. Salimos del hospital sin nada más que su epicrisis y una cita de control, así como una excusa médica sellada por faltar a la escuela. No debemos nada. No hay una factura detallada que muestre cuántas noches (6), cuántas sábanas se lavaron (3), cuántas comidas en la cafetería comió (17), cuántos análisis de sangre completos (10), análisis de orina (1), ultrasonidos (1), canalizaciones (1) o cuánto líquido de rehidratación oral bebió (53 litros).
Orla y yo salimos a la luz del sol de un nuevo día, listas para descansar y recuperarnos, seguras de saber que el gobierno de Nicaragua ha tomado la decisión de cuidarnos, reconociendo es un derecho de todos tener acceso a salud de calidad en vez de un privilegio para unos pocos.
[Becca Renk ha vivido y trabajado en el desarrollo comunitario sostenible en Nicaragua desde 2001 con la Comunidad Jubilee House y su proyecto: Centro para el Desarrollo en América Central. El JHC-CDCA también trabaja para educar a los visitantes que llegan a Nicaragua, incluyendo a través de su centro cultural de hospitalidad y solidaridad en Casa Benjamin Linder].
--------------------------------------------------------------------------------------------------------
Versión en Inglés
Dengue Fever
We’re settling in to our daughter Orla’s sixth night in the hospital. Visiting hours are over and only ten of the beds in our 32-bed pediatric ward are occupied tonight, down from 20 a few nights ago. The patients – mostly young teens in our room – are tucked in under mosquito nets. Their caregivers – mainly grandmas, aunts and moms – are slouched in chairs or curled around their patients on the beds. A few of us stretch out on unoccupied beds to get some rest before the nurse turns on the lights for the next regular blood pressure and temp check.
Our 14-year-old was admitted to the pediatric ward with dengue fever on July 19th, Revolution Day in Nicaragua. Poor Orla sobbed in disappointment that she wouldn’t be able to celebrate the holiday. After two days of fever, I had taken her to the emergency room in our local Ciudad Sandino Primary Hospital where the blood work they ordered indicated dengue and showed that her platelet count was low enough to be of concern. “She’ll be staying here with us,” the doctor announced. Since then, either my husband Paul or I have been with her in the hospital, tasked with making sure she’s kept hydrated and informed of her progress via blood test results each day.
Dengue fever is a virus transmitted by mosquitoes that propagate in the tropics during the rainy season and it affects 50 million people annually worldwide. Nicaragua works to control outbreaks through regular house-to-house fumigation and eliminating stagnant water – the epidemiology department of the health services visited our house shortly after Orla was hospitalized to kill any mosquitoes or larvae. There is no cure for dengue, just symptom management over its eight-day cycle. The virus attacks the body and can cause leakage in vessel walls, resulting in water loss in the circulatory system and rapid dehydration. Much rarer severe cases can cause internal bleeding and for blood platelets to drop to dangerously low levels. Hemorrhagic dengue is particularly dangerous because patients can go into shock and die before they can get the blood transfusion they need.
Because of this risk, the Nicaraguan Ministry of Health’s policy is to hospitalize anyone with dengue who shows signs of possible complications, including low blood platelets. Thanks to this prudent policy and quality care, Nicaragua is the country with fewer deaths from dengue than any other country in the region – in a normal year, zero deaths. Treatment for the 12 pediatric patients we’ve seen come through our room has been intravenous rehydration fluids and ultrasounds upon being admitted; blood pressure, temperature and blood oxygen level checks every two hours; daily blood tests; and constant monitoring of liquid intake and outflow. Patients with fevers get acetaminophen, patients with suspicious pain are taken for another ultrasound, patients not getting enough fluids are put back on IVs.
Although the staff has been concerned about possible complications for at least four of our patients, including Orla, no one on our ward has been transferred to a larger Managua hospital for emergency transfusions; but the ambulance is standing by outside if its needed. Knowing that gives me incredible peace of mind – at home, how could I possibly have known what Orla’s platelets were doing?
Growing up in the U.S., I never had a close family member admitted to the hospital; in fact, visits to the doctor were rare. As a kid, I remember knowing that if I got sick over the weekend, I’d have to tough it out until Monday when we could see the doctor during office hours. A trip to the emergency room at the hospital – the only after-hours option in my rural county – was too expensive. For the most part, everyone I knew only went to the doctor if they’d been sick for more than a week – their families simply couldn’t afford more frequent care.
By contrast, Nicaraguans seem to go to the doctor all the time. If my neighbor’s kid gets diarrhea, they bring her straight to the emergency room. I used to think this was because people were afraid – in the 1990s and early 2000s, child and infant mortality rates were high in Nicaragua and many kids really did die of preventable diseases. But as child health has improved – infant mortality down by 61% and chronic malnutrition reduced by 66% over the past 15 years – I have finally begun to understand that Nicaraguans take their kids to the hospital because they can.
Back in Idaho where I’m from, Orla’s emergency room visit alone would have cost $2,159 and her six nights in the hospital would have totaled more than $60,000. In the United States, medical debt cripples 41% of all U.S. adults and they scramble to pay outrageous bills: more than a quarter of all fundraisers on crowdfunding sites are for health-related costs.
My mom has been telling her friends in Idaho of our woes. “My granddaughter in Nicaragua has spent the week hospitalized with dengue fever.”
“Oh dear!” Her friends all exclaim (dengue fever does sound awfully dramatic).
“Guess how much their hospital bill is so far?” She asks. They frown and shake their heads, already anticipating that my mom is about to hit them up for donations for a GoFundMe campaign to help cover our bills.
“How much?” they ask.
“Nothing at all!” my mom gleefully reports. “Nicaragua has free universal health care!” Her friends’ shock is palpable. “How,” they ask, “can a poor country like Nicaragua afford to give free health care to its people?”
The answer, of course, is because Nicaragua chooses to make free health care a priority for its people.
Nicaragua’s Trickle-Up Economics
Nighttime in the pediatric ward means little sleep for caregivers. In the morning I wake at three, holding a sleepy Orla upright while the lab tech gets a blood sample from her arm, and then try to coax a bit more fluid down her throat. Crash back into sleep until the nurse comes to collect the papers where we write down our patients’ intake and outflow and do the consequential math: Are more fluids going in than coming out? Next the doctors arrive with the lab results for the day telling us who gets to go home and who has to stay. The hopeful have their bags packed, waiting. The feverish ones stay wrapped in restless sheets, in and out of consciousness, knowing they’ll be here another night.
On our third morning, I start awake at ten minutes to seven and rush to shower and change before my husband Paul arrives– bless him – with strong coffee and the car keys. I kiss Orla goodbye and drive straight from the hospital to interpret for a delegation that is in Nicaragua to celebrate the 43rd Anniversary of the Triumph of the Sandinista Revolution, when the Nicaraguan people overthrew the cruel Somoza dictatorship.
Our first meeting is with Nicaragua’s Finance Minister Iván Acosta. It’s my first time interpreting for him and I soon realize that even with a full-night’s sleep I couldn’t do him justice with my interpretation. He has an obvious grasp of details – quoting figures off the top of his head and speaking for two hours with no notes – but above all else, Minister Acosta is a Big Picture person. He connects the dots for us between policy, action and results, giving perspective to Nicaragua’s entire revolutionary project.
“When we came into office in 2007, following nearly 17 years of neoliberal governments,” he says, “we found the country in chaos.” Minister Acosta explains that the period from 1990 to 2006 when Nicaragua had followed the structural adjustment policies of the World Bank and the International Monetary Fund led to extreme inequality, seriously deteriorated infrastructure, and deep poverty, particularly in Nicaragua’s countryside. “There was no magic solution for any of this. What could we do?” he asks.
Nicaragua’s Sandinista government decided on a blend of social responsibility and economic principles. They began restoring rights – to free health care, free public education and land tenure. But they also worked to find ways to ensure that Nicaragua’s poor majority became active participants in the economy as a way to improve the country’s struggling economy. “We realized that we needed to lower the cost of doing business to be competitive; in order to achieve that, we needed to increase public spending.”
To that end, Nicaragua set about building state-of-the-art roads – now the best in the region – to ensure that products could get to market cheaply and easily; improving access to basic services – now reaching 99% electrical coverage up from just 53% in 2006; ending 12-hour a day rolling blackouts and diversifying to generate clean energy – now 80% of the electricity produced is from renewables; training new teachers and building new schools; and building 24 new hospitals since 2007. Over just ten years, Minister Acosta explains, social spending went from being 10% of overall spending to making up 57% of the country’s budget. But have these policies been effective?
“We have these pro-poor policies, but in many countries only lip service is paid to political policy and it isn’t followed by action,” explains Minister Acosta. “So we do the math – all the various quotients and formulae recommended by international experts – to ensure that our policies are being translated into results: real improvements in the lives of the poor.”
The numbers show that not only has Nicaragua’s economy turned around – sustained GDP growth of 5-10%, historic levels of international investment, and 90% food sovereignty have all been achieved – but also the lives of the country’s poor majority have improved. In 2006, GDP per capita was at $990, but by 2018 it had risen to $2,300. “We don’t have a significant middle class yet,” Minister Acosta cautions, but progress is being made.
Nicaragua’s policy could be described as “trickle up economics” – ensure the poor access to health care, education, land, markets, financing…and the economy will follow.
This is the inversion of “trickle down economics,” the U.S. policy made famous by Ronald Reagan which gives tax breaks and benefits to corporations and the wealthy on the theory that it will stimulate economic growth from the top down.
The problem with the U.S. policy is not only a moral one; in economic terms, it just plain doesn’t work.
Under four decades of “trickle down” policy, income inequality in the U.S. has grown to shocking levels: the wealthiest 0.1% have become rich beyond all comprehension, while most U.S. workers now earn less than half of what they would have been earning if incomes had continued to grow equitably.
In other words, tax breaks and benefits to the richest simply don’t trickle down: US families now work longer hours for less pay while struggling to cover skyrocketing costs. Currently, 22% of the U.S. population can’t access health care due to lack of adequate insurance, 12% experiences hunger and more than half a million people are homeless –many living under the country’s collapsing bridges – one in every five of which are in need of reconstruction.
Given what we know about how stability and quality of life for the majority can improve the overall economy, perhaps instead of asking “How can a poor country like Nicaragua afford to give free health care to its people?” We should really be asking, “How can a wealthy country like the United States afford NOT to?”
Nicaragua’s Community and Family-Based Health Model
“Dengue is treacherous,” the doctor explains to me. “A patient can suddenly experience internal bleeding and become critical in the blink of an eye.” Orla’s platelets have dropped, and she is in the most crucial day in the virus’ cycle when signs of hemorrhagic dengue can appear. As I sit on the edge of her bed urging her to drink more rehydration fluid, a woman who has been visiting another patient comes over to Orla’s bed carrying a Bible.
“Would you like me to pray for your daughter?” She asks. Orla agrees and the woman asks, “Have you accepted Jesus Christ as your Lord and Savior?” I stop her, not wanting her to get the wrong idea. “We’re not Pentecostals,” I say, “but Orla believes in God.” The woman nods and holds her hands out, palms up. We close our eyes as she begins praying in a soft singsong voice, asking God to look after my baby and heal her. When she finishes, she surprises me by saying, “It doesn’t matter which religion we belong to, it’s all the same God.”
That day, Orla turns a corner – her fever drops and her health begins to improve. I’m grateful to all those responsible – as we say here in Nicaragua, “Thanks to God and the Revolution.” Why the Revolution? Because it has restored Nicaraguans’ rights to free quality health care.
Our entire delegation gets to see the quality of this health care up close. After our talk with Minister Acosta, we visit one of the best-equipped hospitals in the country, the Fernando Vélez Paiz, built new and opened in 2018. Director Dr. Virginia Garcia tells us that patients with non-urgent emergencies wait a maximum of 30 minutes to be seen by ER doctors, and that patients wait a maximum of one month for non-emergency surgeries. “We have four laparoscopic towers performing gall bladder surgeries all day every day,” she says. That surgery would cost $54,000 in my home country, but is free in Nicaragua.
I interpret for Minister of Health Dr. Martha Reyes when she describes to the delegation the advances made in public health over the past 15 years. As she speaks, it is easy for me to chart that path from policy to action to results that Minister Acosta talked about. When she finishes speaking, I thank Dr. Reyes personally for the quality care that Orla is receiving in our hometown public hospital. “Not so long ago,” I tell her, “that wouldn’t have been possible.”
When I moved to Ciudad Sandino twenty years ago, our hospital was literally an empty shell, unable to provide even the most basic services to our community of 180,000. Not only did patients in “public” hospitals have to pay for everything from gloves to sutures, but a dengue patient in Orla’s condition would have actually been safer at home – hospitals were in such appalling conditions with lack of staff, beds and even basic sanitation that it was commonly said that hospitals were where patients went to die.
Thanks to public investment in health infrastructure, increase in personnel, improved and specialized training, and tireless work to involve communities and families in their own health care, Ciudad Sandino now has seven health centers and a hospital which includes outpatient, inpatient and emergency care, a maternal wait home, rehabilitation and physical therapy services, a natural medicine center and a center for cataract surgeries – all services offered free of charge. Comparable improvements have happened all over the country – the change in people’s lives is palpable and the results in overall health are measurable: maternal mortality rates have dropped by 70%, deaths from cervical cancer are down by 25% and average life expectancy has increased.
The Privilege of Free Health Care
On the morning of Orla’s seventh day in the hospital, the doctor tells us that her platelets count is high enough to safely send her home. We leave the hospital with nothing more than her official diagnosis paper, a stamped doctor’s excuse for missing school, and a follow up appointment. We owe no money. There is no itemized bill showing how many nights (6), how many sheets were washed (3), how many cafeteria meals she ate (17), how many full blood tests (10), urine tests (1), ultrasounds (1), IVs (1), or how much oral rehydration fluid she drank (53 liters). Orla and I walk out into the sunshine of a new day, ready to rest and recover, secure in the knowledge that the Nicaraguan government has made a choice to look after us…recognizing that it is a right for all to have access to quality health care, rather than a privilege of the few.
[Becca Renk has lived and worked in sustainable community development in Nicaragua since 2001 with the Jubilee House Community and its project, the Center for Development in Central America. The JHC-CDCA also works to educate visitors to Nicaragua, including through their hospitality and solidarity cultural center at Casa Benjamin Linder].