Entre el vertiginoso espiral de la actualidad internacional es posible trazar el desarrollo de temas fundamentales los cuales no han culminado todavía pero sí se llevan hacia un desenlace muy previsible. El más urgente y espantoso es el genocidio en Gaza con la deliberada imposición por Israel y sus aliados de la hambruna para aniquilar una población de dos millones de personas. La enorme escala de este crimen marca el categórico fin del viejo truco de los países imperialistas de esconder sus crímenes históricos del colonialismo detrás de la condena del nazismo por el Tribunal de Núremberg de 1945.
La escritora francesa Simone Weil expresó la realidad histórica de la manera más concisa en 1943 cuando escribió, “El hitlerismo consiste de la aplicación por Alemania al continente europeo, y a los países de las razas blancas en general, de los métodos coloniales de conquista y dominación.” Desde su fundación en 1948, Israel ha sido el paradigma contemporáneo del histórico colonialismo europeo y norteamericano. El genocidio de la población de Gaza por medio del despiadado bombardeo de la población civil, la destrucción completa de hospitales, de sistemas de agua y ahora la imposición de la hambruna es la más pura y extrema expresión de esta monstruosa realidad.
El mundo mayoritario observa el genocidio en marcha con profunda repugnancia, frustración e impotencia por motivo de la protección del criminal régimen sionista por el todavía imponente poder económico y militar del Occidente colectivo. Los países norteamericanos y europeos han sido cómplices de los crímenes israelíes desde la fundación de la entidad sionista en 1948. Podrían forzar al régimen sionista a levantar el satánico bloqueo genocida de inmediato. No lo hacen porque, como dijo el ahora Canciller Freidrich Merz el pasado 25 de junio en relación a la agresión israelí contra Irán, Israel hace el “trabajo sucio” del Occidente. Lo mismo ocurre a extremos inimaginables en el caso de Palestina.
Queda a ver el desenlace final de la campaña genocida israelí contra las y los cientos de miles de niñas y niños y sus familias en Gaza, pero definitivamente marca el fin de los gobiernos occidentales como interlocutores fidedignas o creíbles a nivel internacional. En el actual escenario internacional, esta realidad tiene su expresión correspondiente en la torpeza y grosería del presidente norteamericano Donald Trump. El odioso comportamiento y las constantes dementes declaraciones del presidente norteamericano revelan la desesperación que ahora impulsa la política exterior norteamericana.
Las élites norteamericanas y europeas se han dado cuenta de su categórica derrota político-militar ante Rusia, de su definitiva falta de competitividad comercial ante China y de su declive tecnológico relativo a ambos. La respuesta de las anti-democráticas élites gobernantes occidentales a esta incuestionable realidad ha sido de aumentar la represión contra sus propias poblaciones, adoptar la extensa militarización de sus economías y aplicar una política exterior de provocación y terrorismo. Los gobiernos occidentales pretenden mantener la apariencia y formas de las relaciones internacionales convencionales a la vez que sabotean y destruyen a cada oportunidad el derecho internacional territorial, comercial y humanitaria.
El proceso que las élites occidentales más temen es la cada vez más exitosa integración de la enorme región eurasiática y el desarrollo por sus principales poderes, Rusia, China y la India, de un sistema financiero alternativo al sistema internacional controlado por siglos por las élites europeas y norteamericanas. Es por este temor que aprovechan su todavía considerable influencia por medio de países vasallos como Ucrania, Turquía, Japón, Corea del Sur y Filipinas o movimientos terroristas para provocar conflictos y crisis en Asia. La crisis más reciente ha sido el conflicto armado entre Tailandia y Camboya el cual sigue un largo patrón de provocaciones de parte de las élites gobernantes de los países de la OTAN diseñadas para frenar la integración de la región y hacer daño a China y Rusia.
Las recientes provocaciones de los gobiernos de la OTAN incluyen, entre otras:
-las acciones terroristas contra la población civil de Rusia,
-los intentos de “golpe suave” en Bielorrusia de 2020 y Kazajistán en 2022
-el suministro de armas a la provincia China de Taiwán,
-los constantes ejercicios militares en las fronteras de la Corea Democrática,
-la permanente campaña de agresiones económicas y terroristas contra Irán
-la campaña separatista terrorista para derrocar el gobierno de Myanmar,
-el apoyo al gobierno de facto terrorista en Siria para desestabilizar la región
-el apoyo a las agresiones del régimen israelí contra Palestina, Líbano e Irán,
-activa interferencia en la política interna de Moldavia y Georgia, países vecinos de Rusia
-la desestabilización de Bangladesh para derrocar el gobierno en 2024
-el apoyo a los grupos terroristas de la región de Baluchistán contra Irán y Pakistán,
-la retención de alrededor de US$9 mil millones de las reservas financieras de Afganistán
-su desleal política hacia la disputa entre India y Pakistán sobre la región de Cachemira,
-la manipulación de las relaciones entre Armenia y Azerbaiyán en el Cáucaso Sur
-su política de alentar a Filipinas a acciones peligrosas en el Mar Meridional China
-la interferencia en la política interna de Tailandia y sus relaciones con su vecino Camboya
Estos han sido los principales ejemplos de la constante conspiración de los países occidentales para desestabilizar la región eurasiática y frenar sus procesos de integración. Como nuestro Copresidente Comandante Daniel comentó en el 46 Aniversario de la Revolución Popular Sandinista, “...tenemos Paz, pero eso no significa que el enemigo descansa, el enemigo siempre está conspirando, siempre está tratando de provocar derramamiento de sangre, está tratando de provocar dolor, dolor, dolor…” Así que se observa el mismo patrón aplicado a la región eurasiática, de constantes provocaciones e interferencia, en ejecución en nuestra región de América Latina y el Caribe y en África.
Sin embargo, la urgencia prioritaria para el Occidente colectivo parece ser compensar de una forma u otra su disminuido poder militar y el declive de su influencia económica especialmente en la vasta región eurasiática. Los avances tecnológicos de potencias como Rusia, China e Irán han relegado a la irrelevancia el poder militar estadounidense en un conflicto militar convencional directo. Los misiles hipersónicos avanzados de China, Irán y Rusia han hecho obsoletos a los portaaviones yanquis. El gobierno norteamericano tuvo que abandonar su agresión contra Yemen precisamente por motivo de la amenaza de la posible destrucción de sus barcos navales por misiles yemeníes.
La guerra en Ucrania ha demostrado la alta efectividad de los sistemas de defensa aérea rusos y la incapacidad de los sistemas anti-misiles norteamericanos y europeos para defender contra los drones y misiles modernos. Los sistemas anti-misiles occidentales también fracasaron en la guerra de 12 días contra Irán. No pudieron impedir la masiva destrucción por Irán de los blancos militares israelíes. Ahora, a regañadientes, las clases gobernantes del Occidente colectivo reconocen que no pueden vencer a Rusia y China en un conflicto militar directo. Como resultado, recurren a una política de constantes provocaciones de parte de gobiernos vasallos y acciones terroristas por movimientos subversivos que los servicios de inteligencia occidentales han entrenado y financiado durante décadas.
Los gobiernos del mundo mayoritario observan todos estos procesos en desarrollo y en el caso de la región eurasiática parece que se está cambiando la acostumbrada sumisión absoluta a la voluntad yanquí. Por ejemplo, los gobiernos de Japón y Corea del Sur no están contentos con los agresivos aranceles que el gobierno norteamericano está imponiendo sobre sus exportaciones a ese país. Al fin del pasado mes de marzo, de manera inédita, los gobiernos de Japón y Corea del Sur acordaron con la República Popular China a trabajar de manera conjunta para aumentar el comercio entre ellos y responder a los nuevos aranceles norteamericanos contra sus exportaciones. De manera parecida, el presidente de Filipinas regresó de su reciente visita a Washington luego de haber logrado una reducción de solo 1% en los aranceles impuestos sobre las exportaciones de su país que quedaron en 19%.
El gobierno filipino había esperado un trato más favorable debido a su sumisa colaboración militar con la agresiva política norteamericana contra China. Este es otro ejemplo del viejo dicho que el gobierno norteamericano no tiene amistades, solamente intereses o el otro dicho notorio atribuido al criminal de guerra Henry Kissinger, que ser enemigo del gobierno norteamericano es peligroso pero ser su amigo es fatal. Se refiere a la cruda realidad de cómo el gobierno norteamericano explota y sacrifica a las poblaciones de países como Afganistán o Ucrania para sus propósitos geopolíticos. Los deja destruirse y luego se lava las manos dejando los países de sus supuestos aliados destruidos y sus pueblos abandonados.
Aparte de posibles cambios en las posturas de Japón, Corea del Sur y Filipinas, otra señal que los países de la región eurasiática están muy conscientes de esta realidad ha sido la insistencia de los países de ASEAN de asumir la resolución del reciente conflicto armado entre Tailandia y Camboya. El gobierno norteamericano había intentado imponerse para mediar el conflicto, de una manera parecida a como el presidente Donald Trump se hace pasar como mediador de la guerra en Ucrania, de que su gobierno, de hecho, es el principal protagonista. Los gobiernos occidentales que no han parado de interferir en Asia Sur-Este de manera altamente destructiva desde los tiempos coloniales hasta la fecha.
Probablemente por ese motivo el Primer Ministro de Malasia, Anwar Ibrahim, ha dejado claro que el conflicto es un asunto que requiere una resolución regional, cuando comentó de manera franca, “es mejor que sea Malasia quien actúe primero como mediador, ya que este es un asunto interno de la ASEAN y Malasia, como país presidente de la ASEAN, debería desempeñar ese papel". Cabe mencionar que Malasia, junto con otros miembros de la Asociación de Naciones de Asia Sur-Este (ASEAN), Indonesia, Tailandia y Vietnam son miembros o socios del grupo de países BRICS+.
Así que, por un lado, la injerencia norteamericana en la región se dirige a perjudicar la integración entre los países de ASEAN y hacer daño a China y por otro lado provocar desavenencias y disputas para perjudicar el desarrollo de los mecanismos de integración de los países del BRICS+. Son señales inconfundibles de la creciente desesperación de las élites gobernantes del Occidente colectivo al no poder controlar importantes regiones del mundo que antes dominaban a su gusto. Son procesos de la democratización de las relaciones internacionales imparables, como comentó el presidente Vladimir Putin, “El nuevo orden mundial está emergiendo naturalmente, como el amanecer. No hay escapatoria.”