Ni los barrotes, ni el silencio, ni el acta de defunción lograron enterrarlo del todo. Jeffrey Epstein, el millonario caído en desgracia, acusado de proxenetismo de menores a escala internacional, sigue vivo no en carne y hueso, pero sí como un fantasma incómodo que ronda la política estadounidense y pone a temblar a sus protagonistas. A seis años de su muerte oficial, las revelaciones de su hermano, Mark Epstein, han vuelto a encender las alarmas. Y en el centro del incendio aparece un viejo conocido: Donald Trump.

Mark ha hablado. Y lo ha hecho con una contundencia escalofriante: “Jeffrey no se suicidó”. Lo dice con absoluta convicción, una y otra vez, desde el fondo de su indignación, no desde el dolor fraternal, sino desde la certeza nacida en la morgue, donde la forense Kristin Roman y el patólogo Michael Baden le dijeron que aquello no cuadraba con un suicidio. 

El cuello fracturado, la posición del cuerpo, el entorno de la celda… todo gritaba “homicidio”. Sin embargo, el sistema prefirió archivar el caso como un suicidio, cerrando la tapa a una historia demasiado peligrosa para dejarla abierta.

Pero las grietas han vuelto a sangrar. En una entrevista reciente, Mark Epstein reveló que su hermano le había confesado tener información "perjudicial" sobre Donald Trump. Lo dijo sin rodeos. Y no lo dijo al pasar. Lo documentó. 

En los meses previos a su detención, Jeffrey había sido entrevistado por Steve Bannon, exasesor de Trump, para un documental que nunca vio la luz. En uno de esos videos, hoy ocultos, Jeffrey afirmaba que había cortado relación con Trump al descubrir que era “un estafador”.

La sospecha crece. ¿Qué había en esos videos que Bannon ya no quiere mostrar? ¿Por qué desaparecieron de los radares justo después de la muerte de Epstein? ¿Quién más estaba en su libreta de contactos? ¿Quién cenó en su mansión, bailó en su jet privado, o cerró tratos en Mar-a-Lago?

Una fotografía ampliamente difundida muestra a Donald Trump posando junto a Jeffrey Epstein, ambos sonrientes, hombro a hombro, vestidos de traje, cómodos, cercanos. No hay acompañantes. Solo ellos dos, frente a la cámara, como dos viejos conocidos que compartieron más que momentos sociales: compartieron una época. La imagen, tomada en los años noventa o principios del dos mil, confirma una relación de confianza que hoy muchos pretenden minimizar, pero que el archivo fotográfico no puede negar.

Hoy, Ghislaine Maxwell la mujer que reclutaba adolescentes para Epstein está cumpliendo 20 años de prisión. El Departamento de Justicia de EE. UU. Asegura estar interrogándola, pero nadie ha visto las transcripciones. Mark Epstein lo dice con ironía y desconfianza: “¿Qué le están preguntando? ¿Cuál es su color favorito? ¿Qué desayunó?”. El hermano de Jeffrey teme que todo sea una farsa para simular una investigación, mientras se barre bajo la alfombra lo realmente importante: ¿qué sabía Maxwell? ¿Qué sabía Epstein

¿Y cuántos de esos secretos tocaban directamente al Presidente más polémico de la historia reciente?

Epstein tenía una isla privada en el Caribe, conocida como “la isla del pecado”, a donde llegaban políticos, millonarios y celebridades de Hollywood para participar en fiestas que, según los testimonios judiciales, eran en realidad orgías con menores de edad. Uno de los implicados más famosos fue el príncipe Andrés, hijo de la reina Isabel II, señalado por haber abusado de una adolescente. La mujer que lo acusó apareció muerta en 2025, en un aparente suicidio. Jeffrey Epstein fue arrestado en julio de 2019 y en ese mismo año fue condenado por tráfico sexual de menores y conspiración

Su sentencia no llegó a ejecutarse por completo: un mes después, fue encontrado ahorcado en su celda, en una muerte que las autoridades etiquetaron como suicidio, pero que muchos incluido su propio hermano consideran un encubrimiento de asesinato

Las cámaras fallaron, los custodios se durmieron, y las respuestas jamás llegaron.

Lo cierto es que Epstein no era ningún Santo. Su hermano lo admite: “Jeffrey fue culpable de relaciones con chicas menores. Me lo dijo él mismo. Fue un estúpido”. Pero incluso esa aceptación dolorosa, cruda, sin adornos no justifica que el Estado haya hecho desaparecer las piezas del rompecabezas justo cuando más cerca estaba de completarse.

Lo incómodo no es que Epstein haya muerto. Lo incómodo es que haya muerto en una celda federal de máxima seguridad, con cámaras que no grabaron, guardias que se durmieron y documentos que desaparecieron. Lo turbio no es solo el crimen, sino su encubrimiento.

Y lo peligroso lo verdaderamente explosivo es que en el epicentro de esas sombras aparece, una y otra vez, el nombre de Donald Trump. Quizás esa fue la razón por la que Jeffrey Epstein no salió vivo de su celda.

Quizás la historia apenas comienza.

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