Hace un siglo exacto, Woodrow Wilson inauguró su mandato como Presidente de los Estados Unidos, extendiéndolo al territorio de México con esta sentencia patibularia: “Voy a enseñar a las repúblicas americanas a elegir hombres buenos”.

Y así, por esa y otras razones, millones de latinoamericanos y caribeños vinieron a este mundo sin estrenar un solo día su propio país, gracias a esos “hombres buenos” de las élites locales, “elegidos democráticamente”. El sistema nunca se los permitió. Y aún a sus hijos y nietos se les niega esa oportunidad, porque el neoliberalismo, más sofisticado que sus nefastos ancestros, da la orden: solo pueden existir.

Cuando los pueblos y sus líderes deciden dejar de ser los indocumentados de la Historia para poder realmente vivir, el sistema con todo su atroz aparato de artificios para mantener intacto el paisaje de la soberbia, pone la grita al cielo: ¡llegó “el hombre malo”!, ¡la democracia está amenazada!, ¡la sociedad dividida!

Uno de los engaños favoritos de la derecha anacrónica es que todo lo que no se ajuste a su anómala cosmovisión es empujado por el odio. No obstante, ese maligno sentimiento en realidad no proviene de los pueblos, sino de las estructuras excluyentes, de la opresión que corre en las venas de la tradición, de la forma antibíblica del colonialismo que aún hoy se escucha: si hay miseria, “esa es la voluntad de dios”, claro, del dios Mammón y su infame culto: la idolatría del Mercado.

Nuestramérica ha padecido de un modelo que degradó a los ciudadanos en damnificados permanentes. Desde lo que el poeta Antonio Machado llamó “amurallada piedad”, los reproductores de la desigualdad abismal apenas se acuerdan de los pobres con algún paliativo para sus conciencias que no ponga en peligro su gallinita de los huevos de oro: la lástima administrada por algunos programas de beneficencia.

El escritor mexicano Enrique Krauze si habla de Wilson mira a un “idealista” --- saquen ustedes las conclusiones—y si se refiere a la Revolución Bolivariana, la ve “cargada de odios”: “El odio de los discursos, de las pancartas, de los puños cerrados; el odio de los arrogantes voceros del régimen…”.

Pero es todo lo contrario: el nuevo relato desde el pueblo desmonta la malquerencia de una élite egoísta porque hay un gobierno en cruzada con los otroras olvidados de la Tierra. Para la riqueza extrema de Capriles, “no hay amor” porque los que antes sufrían en la miseria extrema, desde 1999 se han levantado en democracia y pueden elegir, decidir, hablar.

Capitalismo salvaje

Sin embargo, en aquellos países donde los líderes de la rancia derecha confunden sus biografías con la Historia Nacional, el sistema neoliberal es la perfección del odio elevado a categoría de Estado. Sus ejecutivos, su clase política e ideólogos, no necesitan “ensuciarse” manifestando su repugnancia al pueblo, porque para eso su superestructura habla por ellos, maltrata a través de las leyes y la tiranía del mercado, cada minuto, cada hora, cada día…, por eso, los conservadores de este sistema mal llamado democracia, pueden colocarse una sonrisa de antifaz e incluso caer graciosos, porque la parafernalia del poder se encarga de aplastar a los más desfavorecidos.

El odio entonces se vuelve gaseoso, no se ve, solo se respira. Pero como los gases venenosos de Hitler, mata: altos índices de mortalidad materna, probabilidades de vida muy inferior a países integralmente desarrollados; niñez desnutrida con sus cerebritos dañados para siempre; enfermedades tratables convertidas en mortíferas para los desamparados; analfabetismo, miseria… Apagar ese Holocausto a fuego lento como lo hizo Chávez, es lo que la arcaica derecha y sus voceros llaman “populismo”, “asistencialismo”, “mentira”, etc.

La derecha extrema parte de ideas simples, pero funestas. Todo tiene que encajar según su relato. Es lo que en Nicaragua propaga el grupo retropaís, como en Venezuela Capriles: él se autoproclama “la verdad” y ubica a Nicolás Maduro como “la mentira”. Además, “la mentira tiene los cachos del diablo”.

Ellos deciden quiénes están “delante de Dios” y quiénes no; si pierden es porque “no es el tiempo de Dios”, si ganan, es porque “Dios votó por Capriles”, es decir, se convierten en Vicarios de Facto, “manejando” hasta la agenda del Altísimo, sin que sus medios se rasguen las vestiduras ante semejante atropello a la religiosidad popular.

La victoria de Maduro ya la quieren empañar como en Nicaragua, porque dicen que en el Consejo Nacional Electoral la oposición “no está representada”, entre otros pretextos.

Pero Vicente Díaz, rector del CNE, un admirador del candidato opositor, destacó que “el proceso electoral venezolano lleva años siendo impecable desde el punto de vista técnico: los sufragios son secretos y se contabilizan correctamente”. Además, las elecciones serán “irreprochables y transparentes”. "… los venezolanos cada día confían más en que su voto decide”.

A tono con los ataques falaces de la derecha pre moderna, la maquinaria mediática internacional no reconoce la fortaleza del pueblo en favor de Maduro y del PSUV, porque “eso es obra del Estado y sus recursos”. Vaya simplista manera de acomodar el fracaso a la vista: si las mayorías votan por Capriles, “es un pueblo consciente”; si lo hacen por el Presidente Encargado “es compra de conciencia”.

Los pueblos expresados en partidos de su tiempo no compran conciencias. Solo las encienden.

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