Al escuchar a la portavoz de Trump, Nicolás Maduro, estaría al frente de un cartel internacional de droga, el Cartel de los Soles (inexistente) y, por ello, Estados Unidos ha puesto una recompensa de 50 millones de dólares a quien proporcione información útil para su captura.

No es el guion de un western de serie B, es la Administración Trump. Más allá de la evidente barbarie jurídica de la recompensa, que hace retroceder al mundo de doscientos años en civilización jurídica, hay un aspecto de la cuestión que no debe pasar desapercibido. Estados Unidos considera que puede perseguir a sus adversarios políticos en todo el mundo asociándolos con acusaciones falsas, fabricadas en un escritorio.

Así, nada de Interpol ni de exhortos judiciales con pruebas concretas. Se saltan todos los pasos previstos por los tratados y las normas que regulan la cooperación judicial internacional porque la voluntad política de Estados Unidos es suficiente para capturar a cualquiera, incluso siendo inocente.

Es una extensión internacional de su jurisprudencia, sometida a la voluntad del presidente de turno. De este modo, en los hechos, el presidente estadounidense se convierte en presidente del mundo entero.

Incluso los propios organismos jurídicos y de inteligencia no tienen noticias de la existencia de organizaciones criminales y narcos a las que EE.UU. asocia a Nicolás Maduro; las Naciones Unidas, por su parte, definen a Venezuela como ajena a la producción y al tráfico de drogas. El organismo de la ONU confirma la presencia en México de los carteles que producen y distribuyen drogas, reafirma el papel de Colombia como primer país exportador de estupefacientes.

Si México es el primer país distribuidor hacia EE.UU., Colombia es el mayor productor con 1.200 toneladas anuales de cocaína, que representan el 95% de la demanda proveniente de Estados Unidos. Y pese a que Washington cuenta con 7 bases militares en Colombia supuestamente destinadas a combatir el narcotráfico, los datos internacionales señalan que, desde la llegada de EE.UU. a Colombia, la producción de droga ha aumentado de manera desmesurada y constante (lo mismo ocurrió en Afganistán y, antes aún, en Vietnam, donde durante la guerra de los años 60 y 70 la CIA “descubrió” el floreciente mercado del opio). ¿Extraño, verdad?

El mayor consumidor mundial de droga son los Estados Unidos. Pero ¿quiénes son los compradores y distribuidores?

¿Quién se encarga de recibir la droga, moverla con una organización capilar en cada rincón de cada calle de cada ciudad estadounidense? ¿Y quién recoge las ganancias, desde el último vendedor hasta los grandes cargamentos? ¿Y todavía más: quién, en posesión de semejantes beneficios criminales, se encarga de blanquearlos, asegurarlos e invertirlos para generar más ganancias? Se trata de un valor anual estimado entre 200 y 750 mil millones de dólares.

Para hacerlo, ese dinero sucio de grandes transacciones financieras debe ser “lavado”. Las grandes lavanderías que se ocupan de ello, es decir, de comprar a bajo precio dinero no trazable e invertirlo en los mercados internacionales, permitiendo así su reutilización, son los bancos. Mayoritariamente estadounidenses, pero no solo. Además, esto genera una importante cuota de liquidez a disposición de las organizaciones criminales, necesaria para poder operar. Incluidas las operaciones de desestabilización política internacional, las llamadas “Covert Action” de la CIA y otros servicios occidentales. La verdad es que los carteles que controlan el mercado norteamericano son estadounidenses, pero en la prensa internacional nunca se los nombra. El término “cartel” se asocia siempre a México o Colombia, nunca a Estados Unidos, gracias a un uso manipulador de la terminología. No es una polémica política, es la realidad de los hechos. El mercado de estupefacientes es uno de los que, junto con las armas y los datos informáticos, garantiza mayores beneficios para las finanzas ilegales de Estados Unidos. Si realmente se quiere identificar la demanda, la distribución y las ganancias, entonces el camino lleva inexorablemente a Estados Unidos y, más exactamente, a Wall Street y a Langley.

Si de políticos con las manos sucias de droga se trata, entonces Trump debería mirar en su propia casa. Un miembro importante de su primer mandato fue Elliott Abrams, subsecretario de Estado para América Latina con Reagan, condenado por su papel en el escándalo Irangate, el tráfico ilegal de armas y drogas para financiar a los contras nicaragüenses en los años 80. Fue reincorporado por Trump, que evidentemente apreciaba su currículum. Así que, si Estados Unidos quisiera de verdad golpear a los políticos ligados al narcotráfico, debería comenzar con algunos arrestos en Washington.

¿Qué busca Trump?

Resulta cuanto menos extraña la lista de carteles elaborada por la CIA, la DEA y la Casa Blanca: faltan algunos de los más poderosos carteles mexicanos y están totalmente ausentes los colombianos y las organizaciones de producción en Perú, Ecuador y Bolivia. Si solo se golpea a los carteles señalados por EE.UU., lo que se obtiene es un reequilibrio interno entre las organizaciones criminales. ¿Será ese el objetivo? ¿Favorecer a los socios eliminando a quienes no se controlan?

Si la supuesta pertenencia de Maduro a los carteles de la droga es una colosal mentira, ¿a qué obedece la campaña de Trump? ¿Por qué, en el lapso de pocos meses, se pasó de la apertura de un diálogo (con la Chevron regresando a operar en Caracas) a una amenaza armada de proporciones inauditas?

La flota parece ser la respuesta a las presiones de la mafia cubano-estadounidense y de las bandas venezolanas y nicaragüenses radicadas en Florida. Estas, que facilitaron la victoria de Trump (aunque menos decisivamente que en el pasado), obtuvieron la Secretaría de Estado para uno de sus productos de laboratorio (Marco Rubio, alias “Narco” Rubio) y, aunque saben que Ucrania y Gaza tienen prioridad en la agenda internacional, después de ocho meses en la Casa Blanca presentan la factura y exigen que el magnate dirija sus ataques contra los países socialistas de América Latina, con la esperanza de reveses políticos que los devuelvan al poder en sus países. Todos saben que eso es imposible, pero ellos presionan igualmente, también para mantener vivas sus organizaciones terroristas-mafiosas, que necesitan ser alimentadas con odio ideológico y falsas esperanzas.


Además, Trump necesita crear fuertes cortinas de humo para distraer a la opinión pública tanto de los escándalos sexuales que lo involucran directamente como de los pésimos resultados de su política económica, que desde su llegada al poder, a pesar de haber desmantelado cada resto de Estado social, ha visto aumentar la deuda estadounidense en 2 billones de dólares, alcanzando la aterradora e impagable cifra de 35 billones de dólares. Producir cada día un nuevo evento, inventar un enemigo, narrar éxitos inexistentes, es el corazón de su estrategia comunicativa.

Venezuela no tiene nada que ver con la droga que entra en los EE.UU., pero sí mucho con la energía y las tierras raras que no entran en los EE.UU. Es el país más rico en petróleo del mundo según el anuario de BP, una de las fuentes estadísticas más acreditadas del sector. Posee 360.000 millones de barriles de reservas de crudo, un dato clave para comprender la histeria hacia Caracas. Téngase en cuenta que EE.UU. consume solo de crudo 20 millones de barriles al día, y obtenerlos de Venezuela reduciría en un 75% el costo de transporte en comparación con el crudo procedente del Golfo Pérsico.

Luego está el oro, además de aquel ya robado por los bancos británicos y europeos: 161 toneladas de reservas estratégicas. Pero, sobre todo, está el Coltán: Venezuela es rica en este mineral precioso (de 2 dólares el kilo a finales de los 90 a unos 300 en los últimos años), y para extraerlo se ha construido la mayor planta de extracción de América Latina.

El coltán se utiliza en turbinas aeronáuticas, producción misilística y nuclear, es ingrediente fundamental para las baterías de celulares, buscapersonas, computadoras, videojuegos y, además, tiene aplicaciones médicas ya que algunos equipos necesitan micro condensadores de tántalo. A los ojos de Trump se trata de un botín que no se puede dejar escapar. Como dijo durante su primer mandato: “¿por qué existen estas riquezas y nosotros no las poseemos?”.

Hay además un aspecto geopolítico global. Estados Unidos está angustiado por el creciente papel de China, Rusia e Irán en América Latina, que genera una fuerte reducción de la influencia de Washington. Moscú y Pekín protagonizan inversiones y acuerdos de cooperación que asustan a Washington porque representan un eje fundamental de la Nueva Ruta de la Seda y reducen las sanciones a un arma que perjudica más a quien las impone que a quien las sufre.

Está claro que el abastecimiento energético de Pekín a partir de los recursos petroleros venezolanos y su disposición a financiar su desarrollo en la Faja del Orinoco impactan directamente en el equilibrio energético global. De esto se trata, y no de carteles.

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