La nación judía no mató a Jesús
La época más trascendental en la historia cristiana verificable es la de estos días. Para los creyentes son tiempos inigualables, superiores a cualquier otro acontecimiento histórico y que marcaron para siempre el rumbo de los vivientes: la escogencia entre la vida o la muerte. Y fue decisión de un solo hombre sobre la faz del planeta.
La Vida escogió la vida para la humanidad, sacrificándose, probando los estragos de la muerte en su cuerpo. Jesús pudo haber tomado otra decisión, y dejar a los mortales a la deriva hasta la consumación de los siglos, o aún antes, cuando la especie, la única con el privilegio de la razón, se consumiera por sus fobias mayúsculas y maldades adyacentes. ¿Acaso no se acuerdan de que la ciencia avanzó más en los años de guerra que en los de paz?
Dador de la vida. Así se le llama porque cumplió con la misión, aunque dependía de Él, entregar o no su aliento. Fue el Enviado del Padre para redimir a la raza caída. Y raza en singular, una sola, sin supremacías por color o poder, tribal o multinacional.
Quizás hemos querido, por deficiente instrucción bíblica, por la tradición y algunas judeas, fílmicas o locales, tomar distancia de la muerte de Cristo, y culpar al pueblo judío del peor crimen que puede imputársele a una nación: la de ser deicidas.
Ciertamente, aunque el escenario fue Israel, el liderazgo religioso aliado con la Roma gentil, azuzando alguna gente, es la que juzgó y condenó al Hijo de Dios.
No fue la mayoría de los judíos, el pueblo, la culpable de aquella muerte ignominiosa con la que se cumplía la mayor profecía que arranca desde los iniciales días de los efímeros. Porque judío mismo es Jesús, judíos los apóstoles sembradores del Evangelio; y del linaje de Benjamín fue Pablo, quien llevó la Buena Semilla fuera de Israel al mundo conocido de entonces. Y ni siquiera fue toda la clase sacerdotal, la que sentenció unánime el suplicio del Señor: ahí estaban, en contra, Nicodemo y José de Arimatea, y defendiendo a Pedro y sus compañeros, tras la llenura del Espíritu Santo, en Pentecostés, el doctor de la ley, el eminente Gamaliel.
Paz integral
El gran mensaje del Rabí es la paz, pero no como lo descafeína “el mundo occidental y cristiano”, sino el Shalom de los profetas: si decimos que es la ausencia de guerra, nos quedamos cortos, porque el hambre es un conflicto del hombre: no solo las balas matan. Esta paz, integral, comunica armonía, bendición espiritual, estar en plenitud: con bienestar físico y paz interior. La muerte no pudo con Él: ¡ha resucitado! En Jesús hallamos la Paz con Dios.
En esta paz se unen Dios y el hombre y este con el prójimo. Un corazón en la totalidad de esa paz no puede predicar el odio. Sus palabras y acciones son y están en el amor, y ello deriva en la solidaridad, no en el cálculo de los ajustes estructurales que exilian a Dios y convierten al pobre en indocumentado de su propio país.
El Modelo Cristiano, Solidario
En el cristianismo, el lejano es cercano, el desconocido un nuevo conocido y el damnificado que antes se le trataba menos que un número, un alma a quien atender. Es lo que se ha visto en las actuales circunstancias, sin parangón en la Historia de Nicaragua.
El Modelo Cristiano, Solidario y Socialista, se comprobó en estos días de Alerta Roja, no era la pasadita de pintura de un lema oficial. Es real. En las víctimas de los desastres naturales o de la codicia organizada, han visto el rostro de Cristo: “Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí”. (Mateo 25: 35)
La atención del Gobierno a la ciudadanía golpeada por los movimientos telúricos no es una relación política, sino de vida. No es un acompañamiento improvisado, a la carrera, a-lo-que-salga. Las palabras de la Coordinadora del Consejo de Comunicación y Ciudadanía, Rosario Murillo, orientan y dan confianza como corresponde a una cristiana comprometida desde su fe.
Los Gabinetes de la Familia, Comunidad y Vida, y la Promotoría Solidaria, son acusados por la derecha farisea de apurar un “programa clientelista”. En realidad, lo que hacían era poner en práctica una de las enseñanzas claves de Jesús que, si ya es difícil sacarla de un sermón a asolearla junto con nuestra existencia individual, se ve imposible lograrlo a escala nacional, cuando el espíritu no está dispuesto: la Parábola del Samaritano. Los corazones que bombean egoísmo en vez de sangre, no lo entenderán nunca. Y aún hoy vociferan.
Es por eso la capacidad de respuesta tan efectiva que sin haber dejado de estremecerse Nagarote, Mateare y La Paz Centro, y algunos puntos vulnerables de Managua, ya se conocían la cantidad de afectados, los daños y qué sitios representaban serios riesgos. Al tiempo que se demolían edificios en mal estado, se procuraban materiales de construcción para los que perdieron sus casas, mientras el Ejército instalaba hospitales de campaña.
En esto días, además, se ha celebrado la integridad del núcleo fundamental de la sociedad: la familia. La capacidad técnica y científica está en función de esa vital misión, que se desprende de la Estrategia de Seguridad Ciudadana y Humana.
Si la tierra tiembla, más se mueve el mensaje de los hechos en torno a la preservación de la vida, sin pánico, pero apercibidos. “Señales de Dios”, es lo que ven en los sismos el presidente Daniel Ortega y la Coordinadora del Consejo de Comunicación y Ciudadanía, para estar vigilantes.
“Ahora, nos encontramos con casas donde la familia se quedó sin vivienda, pero la familia se quedó con la vida”, dijo el comandante Ortega, que resume, en esta emblemática frase, cómo la ciudadanía atendió las recomendaciones de las autoridades.
Acercarnos a Dios
Es tiempo de reconocer en nuestra vida a Dios y acogernos a su paz. El Shalom del Altísimo está representado en el trigo que nutre. “Yo soy el Pan de Vida”, se identificó, abiertamente, Jesucristo.
Nicaragua está en los planes de Dios. Por eso, esta es una oportunidad de acercarnos al que Todo lo Puede, porque el Bajísimo “no viene más que a robar, matar y destruir”. (Juan 10: 10).