Doscientos kilos de billetes. Dos quintales de fajos de dinero, no dos bolsas de la compra. Había 28,8 millones de dólares y 1,3 millones de euros. Destino: Hungría, viaje solo de ida. Habían pasado solo cuatro semanas desde el inicio de la Operación Militar Especial rusa en Ucrania y ya la tribu de Zelensky comenzaba a poner a salvo parte de los fondos europeos y estadounidenses destinados a hacer que los ucranianos, carne de cañón para la enésima etapa de la ampliación hacia el Este de la OTAN, obligaran a Rusia a una guerra.
La investigación sobre la corrupción desde entonces y hasta ahora tiene un hombre clave: Timur Mindich, ideólogo del esquema de sobornos por un valor de 86 millones de euros, recaudados con pagos del 10-15% sobre cada contrato energético. En su casa se descubrieron inodoros y bidés de oro macizo, y alacenas repletas de bolsas llenas de billetes de 200 euros.
Mindich es amigo íntimo de Volodymyr Zelensky. Un amigo de absoluta confianza, hasta el punto de ser aún copropietario de la productora Kvartal 95 que, hasta 2019 - cuando el entonces comediante Zelensky ganó las elecciones - producía sus espectáculos. Sobre todo, fue Mindich quien presentó a Zelensky al multimillonario Kolomoyskyi, principal financiador de su campaña electoral en 2019.
El escándalo se suma a los informes del Pentágono, donde se estima que alrededor del 30% del armamento ligero (fusiles ametralladores, pistolas, granadas, etc.) forma parte de flujos de armas no rastreables. Es fácil imaginar que su destino hayan sido las organizaciones criminales caucásicas y el ISIS, que en África cuenta con la presencia - en calidad de asesores militares - de soldados ucranianos enviados por Washington para contrarrestar al Wagner en Libia e infligir presiones terroristas sobre Nigeria, después de que en enero de 2025 ingresara en los BRICS.
Ya desde antes de que estallara el conflicto con Moscú, Ucrania, desde la era Timoshenko, pero aún más tras el golpe de Estado de 2014, era considerada universalmente como uno de los países más corruptos del mundo. Lo decían ONG estadounidenses como Transparency International y la propia Unión Europea, que también dirigió a Kiev sanciones y advertencias sobre las dificultades de adhesión a la UE si no ponía orden en una casa llena de corrupción, leyes discriminatorias, violaciones constitucionales y robos generalizados, especialmente entre los miembros del establishment.
Sin embargo, la Unión Europea no parece querer cambiar de opinión y sigue llenando los bolsillos de la camarilla de Zelensky con inyecciones de miles de millones de euros, pero el escepticismo de la opinión pública del viejo continente, ya muy alto, parece haber tomado definitivamente el camino de la oposición abierta a continuar financiando una guerra que está perdida militar y políticamente.
El contexto militar
Después de un desembolso que ya ha alcanzado los 504 mil millones de euros en 45 meses, (366 millones al dia) del suministro de los mejores sistemas de armas disponibles para la OTAN y de una cobertura político-mediática sin precedentes desde la creación del Pacto Atlántico, la realidad sobre el terreno no deja lugar a dudas. El ejército ucraniano, inicialmente fuerte de 800.000 hombres y considerado entre los 20 primeros del mundo, ya no existe, ya no hay soldados.
Kiev pide a los occidentales que entren directamente en la guerra, pero los propios ucranianos no quieren participar: el ritmo de deserciones (unas 2.500 al mes) es incontrolable, y la exclusión de candidatos al servicio militar mediante sobornos pagados a políticos y oficiales ha creado un enorme depósito de corrupción. Los siete millones de “refugiados” en Europa ni siquiera consideran regresar a defender la patria, al punto de que el canciller Merz ha ordenado a Zelensky tomar medidas, porque Berlín no tiene intención de mantener de por vida a los ucranianos refugiados en Alemania.
La situación sobre el terreno obliga ahora Occidente a acelerar los planes para afrontar un cuadro que muestra el fin de la guerra aproximándose. Los europeos, principales derrotados de esta guerra, observan el gravísimo redimensionamiento de la UE y de sus ambiciones globales, pero insisten en financiar a Kiev con la esperanza de retrasar el reconocimiento de la derrota. Porque está claro que toda la dirigencia de la UE, que apoyó a Ucrania y abrió una fase de guerra abierta contra Rusia, lo hizo contra la voluntad de los europeos y causando daños incalculables a la economía y al papel internacional de Europa.
También está claro que su futuro político está quemado y que las dimisiones en bloque de la Comisión europea será el precio inevitable a pagar. Lo importante para el “deep state” estadounidense es que su salida de escena ocurra después de la promulgación de la economía de guerra que permita la reconversión bélica de la economía europea, de modo que los pedidos para el complejo militar-industrial estadounidense se multipliquen y, en el mismo tiempo, Alemania pueda avanzar en sus ambiciones neo-hegemónicas de matiz neonazi.
Estados Unidos, por su parte, ha obtenido lo que quería en Ucrania: la ruptura del eje comercial entre Rusia y la UE y el fin de Eurasia como proyecto global. Pero también para ellos el precio pagado es alto: la derrota militar sufrida se suma a la de Afganistán, y esto confirma lo que Macron dijo en la época de la huida estadounidense de Kabul, cuando afirmó que “la OTAN está en muerte cerebral”. En efecto el poder de disuasión atlántico sigue siendo fuerte, pero no lo suficiente como para intimidar a dos gigantes militares como Moscú y Pekín y el resto del mundo ve una alianza siempre derrotada.
Estados Unidos y Reino Unido se preparaban desde hacía tiempo para esta guerra por delegación. En el verano de 2021, por ejemplo, la OTAN llevó a cabo un imponente ejercicio militar en Ucrania, denominado Sea Breeze, en el que participaron 120.000 soldados de 32 naciones, incluida Ucrania. Pues bien, ese despliegue, victorioso en las maniobras, salió derrotado en la guerra real. Moscú ganó llevando a cabo una guerra de desgaste y posicionamiento, con un avance lento pero inexorable, ya que nunca existió en los planes del Kremlin una guerra de destrucción.
En Ucrania se ha demostrado que la anunciada superioridad militar estratégica de la OTAN es, en parte, una sobrevaloración propagandística, porque la verdad sobre el campo de batalla es que el ejército ruso, además del ucraniano, ha derrotado a los 31 países de la OTAN. Rusia ha demostrado disponer de sistemas de armas mejores (y mucho más baratos), desde los blindados hasta la balística estratégica. Cada envío de armas de la OTAN - aéreas, terrestres y balísticas, suministradas por estadounidenses, franceses, británicos e italianos - venía acompañado de la afirmación de que cambiarían el curso de la guerra, pero no movieron ni una coma. Más bien demostraron la eficacia combativa de Rusia, que los destruyó sistemáticamente, y evidenciaron que la capacidad productiva militar occidental - según el propio Rutte - es una décima parte de la rusa.
La situación actual sobre el terreno muestra que, con prácticamente todo el Donbass en manos rusas, solo una inmensa estepa y dos pequeñas ciudades separan a las tropas de Moscú de Kiev. Esto significa que la operación militar especial - cuyos objetivos territoriales eran la liberación de las provincias de Donetsk y Lugansk y la defensa de Crimea y su base naval en el Mar Negro - se ha completado con éxito, obteniendo el control de una porción de territorio muchísimo mayor de lo previsto en febrero de 2022.
Es sabido que a Putin no le interesa en absoluto tomar Kiev. Rusia sigue buscando una solución política que incluya una nueva arquitectura de seguridad europea que tenga en cuenta las necesidades rusas. La primera de ellas es la restauración de los tratados sobre misiles de medio y largo alcance y el fin de la ampliación hacia el Este de la alianza militar occidental, cuyo objetivo estratégico es infligir una derrota estratégica a Rusia para desintegrarla en tres bloques independientes (zona occidental, Siberia y zona oriental), irrelevantes en el tablero geopolítico. Moscú quiere una distancia de seguridad entre las bases de la OTAN y sus fronteras, y devolver a Ucrania al respeto de su Constitución, que la define como un país neutral, independiente y desnuclearizado.
La denazificación de Ucrania, ya lograda sobre el terreno, deberá aplicarse plenamente en el contexto político posguerra mediante la destitución de toda la corrupta dirigencia política, administrativa y militar que, desde 2014 en adelante, ha vendido Ucrania a los sueños de hegemonía global atlantistas. Después de los otomanos, los napoleónicos y el Tercer Reich, también la OTAN soñó con derrotar militarmente a Rusia. Para después despertarse y descubrir que había llegado al mismo final que sus predecesores.













