“El problema cuando uno es campeón es que se cree el rey del mundo.
Yo pensaba que era Dios.
A uno se lo dicen tanto que se lo termina creyendo”.
Hilario Zapata, ex Campeón Mundial Mosca. (La Prensa de Panamá, 2004)
I
La Gran Lección
Dos mastodontes sin gracia, en el hemisferio Norte de las categorías, no contribuyen a que la palabra boxeo se escriba con mayúscula. Como en la geopolítica, hay nuevos centros de gravedad en el deporte de la soledad rentada: allá, en el Sur de los pesos, se encuentra uno de los grandes activos mundiales del arte de Fistiana.
Román González, “El Chocolatito”, no se extravió en la cúspide, y con la misma precisión de sus combinaciones, estrenando la franja Mosca del entarimado global, reconoció a Dios en el momento que pasaba el umbral de ser un campeón más, a constituirse en Leyenda del Boxeo.
La historia de los efímeros cuenta que los soberbios solo admiten una rúbrica al pie de la hazaña: la de ellos. En la otra esquina hay un pequeño pero selecto grupo de magnos agradecidos, los que sí conocen su lugar en este mundo y saben por Quien están ahí.
Román, el joven de apenas 27 años, es de esos pocos que vuelven al Rey de reyes para reconocer su bendición, y no permiten que la gloria los noquee en el primer asalto. Sí, un agradecido.
“Es impresionante la fe, él se sentía agradecido y bendecido por Dios. Esta pelea se la ofreció al pueblo de Nicaragua y al presidente (Daniel) Ortega”, comunicó la intelectual Rosario Murillo al comentar la conversación con el Tricampeón, quien sintetiza la actitud de los nicaragüenses para sacarle a la noche los mejores sueños que iluminan el día.
Otros quedaron en el camino. Estaban hechos para brillar y meterse en nuestros inolvidables recuerdos nacionales, pero escogieron las tinieblas del olvido, derrotados por sus funestas decisiones cuando empezaban a escribir la primera página de sus biografías… truncadas.
Ser agradecido con Dios es una virtud, una lección de altos quilates que Román ofrece a la Nicaragua de las distintas edades, porque algunos, entre ellos filósofos de la frivolidad, han engañado a los hombres y mujeres que solo se acude a Dios cuando se está tendido en la lona.
El Tricampeón es un formidable ejemplo que encontramos ante esos golpes bajos del enemigo: posee el material con que nacen y terminan de hacerse los Clásicos. El lujoso record de 40 victorias, 34 nocaut, tres coronas y la solvencia de su estilo inteligente, le abren las puertas de la Historia Universal del Boxeo.
II
La Gloria
Sobrado de fama, esperándole las grandes plazas con sus hoteles, gimnasios y arenas rendidas a la pasión de ver a los escasos maestros del ring; con su currículo repartido en las portadas de los periódicos, las reseñas de las revistas especializadas, los programas de TV sobre las estrellas del box… esto es exageradamente demasiado para que alcance en las pocas hojas de su calendario. Se requiere de buenas condiciones espirituales y una mente en su cenit para no sucumbir a las tentaciones que se encuentran al otro extremo de las privaciones y del anonimato: la celebridad con todas sus extras.
Manejar la gloria. ¿Quién puede dar por lo menos un minuto de cátedra de cómo “enfrentar” semejante estado de gracia y no caer, como muchos lo hicieron, al reverso de la grandeza: la desgracia?
El excampeón panameño, Hilario Zapata estuvo en el infierno: “´Yo comencé a consumir drogas en el 83, en plena actividad. Y de a poco me fue llevando cuesta abajo. Se corrompió la disciplina que siempre tuve y terminé durmiendo en la calle, donde podía, donde terminaba. Fueron tiempos muy difíciles. Por suerte nunca nadie me vio juntando latas´, explica el campeón, ahora renovado en una nueva fe. No la del ring, sino la del altar”. “En un momento me di cuenta de que era el boxeo o las drogas y elegí el peor camino”. (LP-Panamá).
Los principales combates ahora más que en el cuadrilátero serán en los encordados de la vida, donde el hombre deberá ejecutar sus asombrosas fintas para sostener el nombre de las carteleras. Y ahí abajo no hay jueces ni réferis a quien echarle las culpas, ni campana que salve. La enorme responsabilidad exige no tirar la toalla.
III
El Monocultivo
Por ser un país con pocas estrellas en este exigente deporte, quizás pasará su buen tiempo para que los escépticos le hagan justicia a Román: desde antes de su admirable demostración en Japón, se decía que nunca superaría a Alexis. Y cualquier prospecto cuando empieza a descollar, lo primero que le ponen es una lápida: “nunca habrá otro Alexis”.
El finado Tricampeón no tuvo la culpa de esas arbitrarias comparaciones. Pero los lamentables cotejos no salen del aire. Está enraizado en el inconsciente colectivo del cual se han liberado muchos. Nuestro país hasta hace relativamente pocos años dependía económicamente del monocultivo. Eso derivó en una subcultura de atraso y dependencia.
Fue el papel asignado a Nicaragua por las potencias. Primero se endiosó el café; luego el algodón, después, la carne… Es por eso que para la cabeza del subalterno, el presidente Daniel Ortega y la escritora Rosario Murillo “pecan de irreverentes” al impulsar el Canal Interoceánico. De ahí tantos ataques.
Antes que ciudadanos, los líderes del pasado fueron entrenados en la devoción pagana de uno de nuestros “adorados monocultivos tradicionales”: Estados Unidos.
Debemos promover excelentes relaciones con el gran país, pero no el culto idolátrico que oficia la derecha subdesarrollada para alcanzar el nirvana.
Román, con el derecho de exhibir su sandinismo, ya no pertenece como el FSLN, a los viejos tiempos del monocultivo. Está por encima de ese malhadado patrón. Es el Tricampeón del Siglo XXI. Para saber “catarlo”, es necesario echar el vino nuevo en odres nuevos.
¡Salud, Nicaragua!