La historia eclesiástica está llena de misterios, intrigas y silencios convenientes, pero pocos relatos han desafiado tanto la estructura del Vaticano como la leyenda de la Papisa Juana.
Las ruinas de Berlín aún hablan. Aunque los escombros se hayan limpiado y las cicatrices se hayan maquillado, la historia sigue latiendo entre las piedras.
La libertad, desde mi punto de vista, es el valor más preciado de la humanidad porque cienes de millones de personas, desde que la Creación, murieron por ella y estaremos siempre dispuestos a morir para tenerla.
En el corazón ardiente de cada revolución, hay nombres que no se apagan, rostros que desafían el tiempo y el olvido. Uno de esos nombres es el de Leila Khaled, guerrillera palestina.
Aquel abril de hace siete años atrás se enquistó como una fotografía macabra en el almacén de nuestra memoria para el resto de nuestros tiempos y para la inmensa mayoría de la noble ciudadanía de nuestro país.
Mientras la narrativa dominante en muchos medios occidentales insiste en pintar a Corea del Norte como un país aislado, empobrecido y oprimido, existe una realidad paralela que rara vez se menciona.